Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Hacinados
En algunas islas, cuando sube la marea y la gente se va apelotonando hacia arriba, caes en la cuenta de que somos muchos, comienzas a reflexionar que hay mucha gente, que el lugar de moda es un coñazo insoportable. Y comprendes a los leones marinos violentados en su espacio vital.
Apretujados. Justo la misma sensación que tienes cuando tu bar, plaza o calle de toda la vida se pone de moda y ya no tienes sitio, los camareros se estresan y el clima se caldea, igual que los ánimos. Comienzas a soportar menos. Te expropian tu espacio. Igual que cuando caen dos copitos de nieve, la tesitura no es si habrá o no mucho frío, la cuestión está en si perecerás en un atasco hortera y escandaloso. Y terminas harto de la jodida excursión a la nieve. Más nunca, reflexionas para tus adentros y, a veces, también para tus afueras. Y te acuerdas cuando llevas a tus hijos a las actividades extraescolares, nunca habías cogido el coche a esas horas, pero ahora te das cuenta de la cantidad de gente y coches que hay en el mundo.
Un mundo de supuestas oportunidades concentradas en dos kilómetros a la redonda que te hacen dudar de si son verdaderamente oportunidades o es una nasa sin salida.
Y si un día tienes la ocurrencia de ir a algún sitio. Kilómetros antes de llegar te darás cuenta de que no eres nada original, a todo el mundo se le ocurrió lo mismo. Y cada vez tienes la correa más corta, y te asfixias. Y se caldea el ambiente de nuevo, como en las colas en las carreteras y autopistas, y pones la radio y el enterado de turno dice que hacen falta más carreteras, como si el problema fuera ese. Pero tú piensas que hay demasiados coches. Hasta tú tienes coche. Que las políticas de estímulo a la venta de automóviles solo han servido para que algunos dueños de las marcas se enriquezcan, pero que cada vez estamos más apretados, y que por muchas carreteras que hagan, caes en la cuenta de que los que sobramos son los ciudadanos, con nuestro incitado consumismo feroz y autodestructivo. De que ya no puedes ir a ningún sitio sin que te encuentres una inmundicia de gente con un mismo destino: vivir hacinado.
El que interpreta las estadísticas de natalidad trabaja para el enemigo, igual que el presidente de nuestra autonomía alegando que con la Ley del Suelo habrá más edificaciones en suelo rústico y paisajes protegidos, que los hoteles paralizados se podrán construir, y más campos de golf, y más turistas hasta llegar a 16 millones. Y no lo soportas, no soportas ser un destino de moda, no te soportas ni a ti mismo, y lo sabes.
En algunas islas, cuando sube la marea y la gente se va apelotonando hacia arriba, caes en la cuenta de que somos muchos, comienzas a reflexionar que hay mucha gente, que el lugar de moda es un coñazo insoportable. Y comprendes a los leones marinos violentados en su espacio vital.
Apretujados. Justo la misma sensación que tienes cuando tu bar, plaza o calle de toda la vida se pone de moda y ya no tienes sitio, los camareros se estresan y el clima se caldea, igual que los ánimos. Comienzas a soportar menos. Te expropian tu espacio. Igual que cuando caen dos copitos de nieve, la tesitura no es si habrá o no mucho frío, la cuestión está en si perecerás en un atasco hortera y escandaloso. Y terminas harto de la jodida excursión a la nieve. Más nunca, reflexionas para tus adentros y, a veces, también para tus afueras. Y te acuerdas cuando llevas a tus hijos a las actividades extraescolares, nunca habías cogido el coche a esas horas, pero ahora te das cuenta de la cantidad de gente y coches que hay en el mundo.