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Intentos

El pasado siempre vuelve ardiente a un estómago que sobrevive en una ciudad de diez millones de habitantes en un cuarto de tres metros cuadrados. Y cuando un corazón en llamas convive con una garganta silenciada, el único resultado posible es el estallido de la razón, los monstruos de Goya en una habitación casi vacía y una generación ahogada por las deudas; yo a mi pasado le prometí revolución y bondad, le prometí paz y aguante, y solo encontró el frío de un parking libre.

Pero si no hemos aprendido ya que ni las promesas se cumplen ni el amor cura es que no hemos aprendido nada. Antes pensaba que el atril era el instrumento de la emoción resuelta, de la determinación justa, y ahora lo que pasa es que España llora con un partido de baloncesto -porque joder, qué partido- antes que con aquellos a quienes entregaron su vida en un sobre tan pequeñito que no cabían ni las lágrimas.

A veces intento ocultar mi enfado, pero lo único que se me ocurre es mandar a La Moncloa la cifra que recoge mi nómina, y adjuntaría también los metros de mi cuarto y lo que pago por él, los minutos que espero al metro y lo que pago por él, el dinero y el tiempo que gasté para pertenecer a una profesión a la que no le encuentro sentido encerrada en unas paredes de cristal, y todo lo que no que es dinero pero que también pago: la decepción, el hastío, la ausencia.

Después de preparar mi misiva haría lo mismo con todos a quienes conozco, y llenaríamos el palacio de números, y nadie entendería nada, solo verían datos de señores a los que no conocen, que es lo que vemos nosotros cada vez que nos repiten que lo han intentado todo pero no ha podido ser, que lo han intentado pero hay que volver a confiar, que lo han intentado pero.

Yo también lo intenté pero.

Lo intenté pero ahora recojo el polvo que acumulé de todas las veces que me destruí, de todos los libros de que me dejé a medias, de todas las veces que fallé.

Yo también lo intenté.

El pasado siempre vuelve ardiente a un estómago que sobrevive en una ciudad de diez millones de habitantes en un cuarto de tres metros cuadrados. Y cuando un corazón en llamas convive con una garganta silenciada, el único resultado posible es el estallido de la razón, los monstruos de Goya en una habitación casi vacía y una generación ahogada por las deudas; yo a mi pasado le prometí revolución y bondad, le prometí paz y aguante, y solo encontró el frío de un parking libre.

Pero si no hemos aprendido ya que ni las promesas se cumplen ni el amor cura es que no hemos aprendido nada. Antes pensaba que el atril era el instrumento de la emoción resuelta, de la determinación justa, y ahora lo que pasa es que España llora con un partido de baloncesto -porque joder, qué partido- antes que con aquellos a quienes entregaron su vida en un sobre tan pequeñito que no cabían ni las lágrimas.