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Mi Nobel iría para Ferreiro

El Nobel a Bob Dylan ha generado tanto artículo y tuit que creo que poco más se puede decir al respecto. A mí, que me gusta escribir, me parece que componer la letra de una canción es uno de los retos más difíciles. Es cierto que la música (si se hace bien) suele ayudar amplificando la electricidad de las palabras. Yo misma he tenido escalofríos con según qué frases y vellos de punta gracias a la mezcla, capaz de conseguir un efecto químico en el cuerpo que no se puede comparar con nada.

Por eso, andar peleándose por intrusismos o jerarquías en el arte me parece absurdo. Sabemos que es difícil llegar a un consenso de gustos o calidades porque la subjetividad entrará en juego. No hay más que pensar en la de veces que nos conmovemos por algo que a otros deja inalterables. Las sensibilidades difieren y, aunque hay casos que nunca podré defender (principalmente aquellos que utilizan el cartón piedra: huecos y sin un mensaje real detrás de tanta floritura), he asumido que imponer un criterio único a la humanidad es imposible. Y preferible, por otro lado, que así sea.

De modo que, si las palabras que transmite el señor Dylan en sus canciones han sido capaces de llegar a tanta gente que ha sentido como yo, en otros casos, ese latigazo que recorre el cuerpo y que nos lleva por un segundo a un estrato de la realidad que creíamos inexistente, ¿por qué no premiárselo? Este baremo no me resulta tan desechable a priori, aunque sé que a los más exquisitos el gusto popular les repele.

La poesía es uno de los géneros más complicados a los que acercarse pero los compositores tienen la ventaja de hacer un tipo de poemas que emocionan a la gente. Pueden identificarse, viéndose reflejados o comprendidos en letras que, en un momento dado, pueden aliviar heridas o respaldar sentimientos que se quedarían atascados sin ellas. Además, sus creaciones pueden servir para acercar al público a Pessoa o Baudelaire; una transición que amplíe el espectro resulta necesaria. Igual que nadie se inicia en la lectura con Dostoievski, ni en la música con Bach o en la pintura con Rothko, hace falta un entrenamiento.

Tras conocerse que Bob Dylan había ganado el Nobel, la reproducción de sus canciones en Spotify aumentó el 512%. No es que Dylan necesite promoción precisamente pero la noticia impulsó a muchos a dar una oportunidad a sus letras y estoy segura de que con ello tendrá lugar toda una serie descubrimientos más amplios. Y sí, ése es el mismo empujón que podría haber tenido un novelista o un poeta al uso, de ahí la indignación de muchos.

Para mí, los letristas son un eslabón más de la cadena que conforma toda la experiencia cultural, por lo que siendo generosos no me parece mal que haya ocurrido esto; e iré un paso más allá. Si hubiese que buscar un equivalente en España, seguramente muchos se inclinarían por un Sabina o un Serrat y no pienso desacreditar ninguna de esas opciones pero, si de mi criterio personal dependiese, votaría por Iván Ferreiro.

Una vez escuché decir a alguien que si Ferreiro grabase sus discos simplemente recitando y sin música los compraría igual; una muestra del alcance de sus letras. A mí es el compositor que me ha tocado más de cerca, acompañándome desde la adolescencia hasta hoy. En todo este tiempo he ido recopilando retales de sus palabras que me han marcado, anclándose a distintos momentos de mi historia para siempre. Otros diferirán y defenderán a sus autores pero este es el mío. Y para muestra, un Solaris que deja sin aliento (en el más amplio sentido de la expresión):

Sigo buscando algo

Y puede que ahora lo esté tocando,

Lo esté abrazando.

No digas nada, sólo prepara,

Sólo prepara a nuestros cuerpos,

A nuestro aliento.

Sigues buscando cualquier momento para esconderte

Mi buena suerte, volver a verte,

Mi buena suerte.

El Nobel a Bob Dylan ha generado tanto artículo y tuit que creo que poco más se puede decir al respecto. A mí, que me gusta escribir, me parece que componer la letra de una canción es uno de los retos más difíciles. Es cierto que la música (si se hace bien) suele ayudar amplificando la electricidad de las palabras. Yo misma he tenido escalofríos con según qué frases y vellos de punta gracias a la mezcla, capaz de conseguir un efecto químico en el cuerpo que no se puede comparar con nada.

Por eso, andar peleándose por intrusismos o jerarquías en el arte me parece absurdo. Sabemos que es difícil llegar a un consenso de gustos o calidades porque la subjetividad entrará en juego. No hay más que pensar en la de veces que nos conmovemos por algo que a otros deja inalterables. Las sensibilidades difieren y, aunque hay casos que nunca podré defender (principalmente aquellos que utilizan el cartón piedra: huecos y sin un mensaje real detrás de tanta floritura), he asumido que imponer un criterio único a la humanidad es imposible. Y preferible, por otro lado, que así sea.