Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Política de pies y manos
Quien me conoce sabe que me pone menos la política que los pinreles de la nueva alcaldesa de Jerez, de la que, todo sea dicho de paso, ni siquiera conozco su nombre ni el partido en el que milita. Es más, en este irreparable proceso mío de ir desaprendiendo cosas por puro hastío, no recuerdo si se pueden denominar meñiques a los dedos más pequeños de los pies o si éstos se califican de una manera distinta a los de las manos.
Como todo oficio, en la comunicación hay estrellas y parias y, por lo tanto, hay quien se dedica a analizar discursos, escudriñar viejos archivos o alimentar la cirrosis de los gargantas profundas de turno en busca de la noticia y los que ahora, que acabó la campaña electoral y la parafernalia de las sesiones de investidura, se dedican a juntar letras para combatir el horror vacui de la página en blanco a cuenta de la recién inaugurada sección de política podal, cual fetichistas de los pies, pero en versión ilustrada.
Al calor de la viralidad de este tipo de asuntos de alto interés patrio, los nuevos doctorados en Periodismo y Pedicura teorizan sobre el dedillo en alerón como elemento de lo más trendy para el inminente verano, debaten sobre la utilidad de las tiritas para los callos Compeed, de la efectividad de los tratamientos para las durezas del Dr. Scholl, e incluso, aprovechando la similitud fonética, hay grupúsculos de periodistillas desquiciados que se afanan en atacar las desafortunadas meteduras de pata tuiteras de maese Zapata, con chistes de similar catadura moral. Sin embargo, ninguno de ellos, ni los del Muy Interesante o las revistas científicas, son capaces de resolver el gran vacío anatómicolexicográfico que implica no saber cuál es la palabra exacta para aludir a los apéndices más pequeños de los pies.
A pesar de que intuyo que esa incógnita me seguirá torturando de por vida, tanto para la política como para lo demás, yo soy más de manos que de pies porque, sin necesidad de recurrir a la quiromancia, me es más fácil distinguir lo que se esconde detrás de los que tienden sus manos para ayudar o para alcanzar consensos y los que las extienden sólo para recibir un sobre, los que las usan para pasar el testigo en una carrera por equipos o los que se aferran a toda costa al bastón de mando, los que abren puertas o los que arriman sillas, los que firman decretos o armisticios, los que aprietan los puños en un gesto de impotencia o los que empuñan las banderas de la discordia, los que aplauden los avances y los que abofetean la democracia o los que siempre saludan y los que dicen adiós con porte monárquico como la Reina Madre.
Quien me conoce sabe que me pone menos la política que los pinreles de la nueva alcaldesa de Jerez, de la que, todo sea dicho de paso, ni siquiera conozco su nombre ni el partido en el que milita. Es más, en este irreparable proceso mío de ir desaprendiendo cosas por puro hastío, no recuerdo si se pueden denominar meñiques a los dedos más pequeños de los pies o si éstos se califican de una manera distinta a los de las manos.
Como todo oficio, en la comunicación hay estrellas y parias y, por lo tanto, hay quien se dedica a analizar discursos, escudriñar viejos archivos o alimentar la cirrosis de los gargantas profundas de turno en busca de la noticia y los que ahora, que acabó la campaña electoral y la parafernalia de las sesiones de investidura, se dedican a juntar letras para combatir el horror vacui de la página en blanco a cuenta de la recién inaugurada sección de política podal, cual fetichistas de los pies, pero en versión ilustrada.