Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Precipicio
Hasta que caiga el sol
Detrás del sofá había una cristalera gris.
Entré como un fantasma que carga consigo mismo y miré hacia fuera mientras nadie me veía. Mi presencia era tóxica y mordaz.
Me relacioné vilmente con todos; y conmigo.
Me quería entonces.
Me quise.
Volví a desquerer cuando entendí el cómo.
Quise y tal vez quiero, digo.
Pero retorné a la duda cuando vi las llamas.
Entonces salí en silencio y cogí la cámara. Corrí por una ciudad que solo he visto en sueños y no consigo identificar. No tiene nombre ni bandera, que dicen algunos, aunque yo siempre paso por la misma esquina. Aquella, o esta vez, llegué a un río y viajé de Oporto a Tenerife en barco. Tres veces.
Me obligaron a saltar la primera y sonrieron.
Me hundí en el vacío inhóspito de un mar en calma y sonrieron.
“Tú te lanzas porque crees, porque desapareces, porque sabes que volverán. Y te precipitas porque confías, porque te ausentas, porque entiendes que regresarán”, me dijo la tormenta.
Detrás del sofá, bajo el mar, contra la pared, sobre las ruinas y tras la razón, estaba yo. Y aunque también estaba él, al final solo era yo. Y no se lo supe explicar con palabras, porque ya no tenía. Por eso solo encontré silencio, el nuestro o el suyo; la frustración del miedo, el odio, el rencor.
Me topé con todos esos discursos y veía un reflejo que mentía, verdades sin mitades. Me pregunté por la costumbre de quien eres, o de lo que eres para otros; del conformismo de no cambiar para no herir, o para no herirte, del sufrimiento por no perdonarte del todo. Por la incapacidad de despreciar la pena. Por la capacidad de abrazar el mal.
Detrás del sofá había una cristalera gris.
Pero cuando llegué, ya no estaba él.
Hasta que caiga el sol
Detrás del sofá había una cristalera gris.