Espacio de opinión de Tenerife Ahora
Todos somos resilientes
La exposición pública online como desafío ante la adversidad, como terapia extrema e inusual de quienes, cada día, libran cientos de batallas contra la sociedad y sí mismos… No encuentro otra forma de definir a esas personas que se colocan voluntariamente en el paredón de las redes sociales, frente a la masa de opinantes, algunos anónimos y otros identificados, pero con el denominador común de carecer de empatía y, mucho menos, de filtros. Sus comentarios son dardos envenenados de crueldad y procuran acertar en la diana para causar el mayor daño posible. Otra cosa es que finamente lo consigan.
Esta postura, leo entre los cientos de artículos que me ofrece san Google de la palabra resiliencia, es de aquellos que frente al trauma adoptan una actitud, se podría afirmar, de nivel “superior”: transforman el dolor en recursos para sobrevivir e, incluso, para triunfar donde nadie lo creía posible. Ahora hay muchos más, pero, sin duda, cuando Lizzie Velázquez descubrió a sus 17 años que, según un infame vídeo de ocho segundos en YouTube, era la “mujer más fea del mundo” -sufre dos enfermedades raras que le dan un aspecto físico inusual-, se sentaron las bases de un movimiento en la red de aquellos que, en el pasado, se hubiera escondido entre las sombras y que ahora sacan pecho para gritarle al mundo: “Aquí estoy, me merezco ser feliz y, si no te gusta, no mires”.
Lizzie, que ahora tiene 27 años y es una escritora y oradora motivacional, tras graduarse en Comunicación por la Universidad de Texas, ha pasado por un largo periplo que para la mayoría sería un tormento insalvable. No solo debía lidiar con sus síndromes que podían causarle la muerte (uno de ellos, le impide ganar peso), sino también con la humillación de los que la invitaban a desaparecer voluntariamente de este mundo, entre otras barbaridades en forma de comentarios. Sintió auténtico pavor ante la vida, lloró hasta la extenuación, pero asumió que, si podía sobrevivir pese a su frágil salud, también lo haría con el ciberbulling (como extensión del real, que también estaba presente). Publicó un vídeo- réplica explicando quién era y por qué tenía ese aspecto e inició una campaña contra los abusones, empoderando a las víctimas. Su extraordinaria actitud la llevó al TEDxAustinWomen, donde demostró que es una formidable conferenciante y le dio alas para llegar a donde ella se propusiera. Nunca dejará de sorprenderme cómo ese valor nos ha regalado su talento e inspiración, además de su cortometraje, A Brave Heart: The Lizzie Velasquez Story.
Y ya no es la única, pese a que la lacra del (cíber) acoso empieza a ser más visible en los medios, que se atreven a desnudarse, aun con el alto riesgo de ser apedreados por los haters que deambulan por la red. Nikki Christou, por citar otro ejemplo, de 11 años, que tiene su propio canal en YouTube con tutoriales de maquillaje y cocina, no tiene reparos en compartir con sus seguidores las graves secuelas en su rostro por una enfermedad rara. Es risueña e inteligente y tiene un mensaje que debería ser mostrado a los niños para crear en ellos una percepción positiva y autoestima. Una youtuber de éxito en pleno ascenso.
Pero que todo esto, y disculpen si parece mi afirmación peyorativa, no se convierta en un nuevo freak show para asomarse con morbo o estupor: estas historias de superación deben ser incorporadas a los planes de capacitación digital y curriculares para reforzar la empatía y las habilidades sociales, previniendo que los abusones-gallitos encuentren un corral con víctimas. Y no solo en el ámbito escolar: periodistas, padres y demás miembros de las sociedades son responsables de contribuir a extender estas valiosas enseñanzas, ya que todos, de una manera u otra, también somos resilientes.
La exposición pública online como desafío ante la adversidad, como terapia extrema e inusual de quienes, cada día, libran cientos de batallas contra la sociedad y sí mismos… No encuentro otra forma de definir a esas personas que se colocan voluntariamente en el paredón de las redes sociales, frente a la masa de opinantes, algunos anónimos y otros identificados, pero con el denominador común de carecer de empatía y, mucho menos, de filtros. Sus comentarios son dardos envenenados de crueldad y procuran acertar en la diana para causar el mayor daño posible. Otra cosa es que finamente lo consigan.
Esta postura, leo entre los cientos de artículos que me ofrece san Google de la palabra resiliencia, es de aquellos que frente al trauma adoptan una actitud, se podría afirmar, de nivel “superior”: transforman el dolor en recursos para sobrevivir e, incluso, para triunfar donde nadie lo creía posible. Ahora hay muchos más, pero, sin duda, cuando Lizzie Velázquez descubrió a sus 17 años que, según un infame vídeo de ocho segundos en YouTube, era la “mujer más fea del mundo” -sufre dos enfermedades raras que le dan un aspecto físico inusual-, se sentaron las bases de un movimiento en la red de aquellos que, en el pasado, se hubiera escondido entre las sombras y que ahora sacan pecho para gritarle al mundo: “Aquí estoy, me merezco ser feliz y, si no te gusta, no mires”.