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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Otra Santa Cruz es posible

Antonio Blanco

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El otro día me paraba por la calle un ciudadano chicharrero de los de siempre, de los atrincherados en la Santa Cruz añeja y vetusta -la “Santa Cruz del alma”, como diría un murguero- de la vieja escuela, y me preguntaba cómo podía ser aquello que había leído en los periódicos de que el Ayuntamiento había tenido un superávit de 32 millones de euros en el año 2017 estando como estaba la sociedad santacrucera: bajo mínimos, languideciendo casi tanto como el mantenimiento de nuestras calles y de nuestros parques y jardines.

Y tengo que confesar que, pensando en qué respuesta podía yo darle a este ciudadano, me encontré en la disyuntiva de encogerme de hombros, ahuecar la mirada y sonreírle sin pronunciar palabra o entablar la retórica implacable de la realidad, de lo que parece y de lo que es, de la cruenta inocuidad de unas cifras macroeconómicas que nadie entiende, pero que todo el mundo sufre.

Empecé diciéndole que, en el grueso de los años de la peor crisis que ha padecido Santa Cruz de Tenerife en las últimas cuatro décadas, el Consistorio capitalino, gobernado por los de siempre pero con rostros diferentes, por CC con el apoyo del PP o del PSOE, había hecho fortuna con los dineros de todos los chicharreros, y había conseguido amasar un ahorro neto que sonrojaba a través de los impuestos que todos pagábamos de forma continuada haciendo grandes sacrificios para llegar a fin de mes.

Y que esa bonanza económica de las arcas municipales no se había reflejado ni en el ornato de la ciudad -venida a menos de forma dramática en la última década- ni en las ayudas a los más desfavorecidos. Cada vez es mayor el número de quienes precisan apoyos institucionales para subsistir, ni en la planificación de una ciudad abierta al mar, como antaño lo había sido, ni tan siquiera en una rebaja sensible de la presión fiscal que ha estado encorsetando la cartera de los chicharreros durante muchos años.

No, ese engorde de las cuentas bancarias a nombre del Ayuntamiento no podía ser objeto de compensación por la regla del techo de gasto que, en su origen, tuvo su sentido para que los ayuntamientos que dispendiaban los fondos municipales tuvieran más apretado ese cinturón para gastar el dinero de sus administrados.

Y los sucesivos gobiernos locales del municipio santacrucero no miraron dónde se ahorraban dinero, sino que potenciaron una asfixie impositiva al ciudadano de a pie, menospreciando los servicios y las infraestructuras de Santa Cruz de Tenerife. Y por eso, le decía yo al chicharrero de siempre que nuestras calles están impracticables, nuestra accesibilidad luce por su ausencia, nuestro comercio está ausente, nuestro turismo está solo de paso, nuestra pequeña industrialización se viene a menos, nuestros atractivos turísticos no se potencian y nuestros vecinos más necesitados siguen en la indigencia más absoluta.

Pero don Pablo, el chicharrero de siempre, al escucharme y sin inmutarse, me inquirió algo que me resultó motivante: “Todos los políticos son iguales. Por ello explíqueme, señor Blanco. ¿Qué haría Ciudadanos para cambiar esas cosas que tanto sufrimos los santacruceros?”.

Mire don Pablo, le dije, Cs en Santa Cruz de Tenerife le ofrece una ciudad limpia, cuidada, segura, un municipio culturalmente enriquecedor que publicita sus bibliotecas y museos, que fomenta el arte y la cultura en la calle, una ciudad que cuida a sus comerciantes y los motiva para abrir sus negocios posibilitando con ello una vivacidad que permita recuperar la ciudad que fue y que dejó de ser.

Recuperaremos el ocio y alzaremos el municipio capitalino como punto fundamental de la isla para el turismo de congresos, posibilitando la difusión de la ciudad como punto de referencia de la restauración con seña de identidad, recuperaremos los símbolos históricos y los reinterpretaremos para que sean un atractivo adicional, para que quienes nos visiten inviertan su tiempo y dinero en una ciudad amable y dispuesta, como es la nuestra.

Simplificaremos además los trámites burocráticos, impulsaremos políticas que favorezcan a nuestros pequeños y medianos empresarios, y bajaremos las tasas impositivas, porque Santa Cruz de Tenerife tiene capacidad para ello, y por eso, ya lo hemos solicitado en varias iniciativas.

“Sí, pero para realizar esas ideas nos subirán los impuestos a los ciudadanos, como todos”, apuntaba cabizbajo el amable vecino. “No, don Pablo”, le respondí con confianza. El Ayuntamiento tiene que ser eficaz, tiene que permitir que se cree riqueza en la ciudad. Tiene que poner los medios para que la empresa privada esté en condiciones de emplear a los chicharreros, de ayudarlos a labrarse un futuro.

Y eso no se hace con impuestos abusivos, sino potenciando a los autónomos, dibujando un entorno basado en la confianza y con una presión fiscal realista y moldeable que permita el flujo del dinero como elemento generador de riqueza y prosperidad.

Ciudadanos ya sabe que otra Santa Cruz es posible, una ciudad repleta de oportunidades y bienestar para los chicharreros, porque no todo vale en política y porque no todos los políticos somos iguales.

Cuando don Pablo se despidió de mí y dirigió sus pasos hacia la calle San Francisco su mirada era alegre y transmitía ilusión. Le acababa de describir el municipio que tanto echaba de menos y tanto quería recuperar. Su Santa Cruz de Tenerife, la de antes.

*Concejal de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife

El otro día me paraba por la calle un ciudadano chicharrero de los de siempre, de los atrincherados en la Santa Cruz añeja y vetusta -la “Santa Cruz del alma”, como diría un murguero- de la vieja escuela, y me preguntaba cómo podía ser aquello que había leído en los periódicos de que el Ayuntamiento había tenido un superávit de 32 millones de euros en el año 2017 estando como estaba la sociedad santacrucera: bajo mínimos, languideciendo casi tanto como el mantenimiento de nuestras calles y de nuestros parques y jardines.

Y tengo que confesar que, pensando en qué respuesta podía yo darle a este ciudadano, me encontré en la disyuntiva de encogerme de hombros, ahuecar la mirada y sonreírle sin pronunciar palabra o entablar la retórica implacable de la realidad, de lo que parece y de lo que es, de la cruenta inocuidad de unas cifras macroeconómicas que nadie entiende, pero que todo el mundo sufre.