CRÍTICA DE CINE

Locos que siguen a locos

Fer D. Padilla

Santa Cruz de Tenerife —

- Título: The disaster artist (2017)

- Dirección: James Franco

- Guión: Scott Neustadter y Michael H. Weber (basado en el libro de Greg Sestero y Tom Bissell)

- Reparto: James Franco, Dave Franco, Alison Brie, Josh Hutcherson, Seth Rogen

Le han llamado el Ed Wood del siglo XXI. Han dicho que su calidad como cineasta es incluso peor que la del realizador de Plan 9 del espacio exterior. Lo cierto es que esa crítica podría ser bien acertada. Tommy Wiseau, el hombre tras la película The room (2003), protagoniza su propia historia: la de un actor sin talento ninguno que consiguió convertir una película penosa en una obra de culto. Cintas ambas que hay que visionar obligadamente en su versión original. Primero, porque es muy difícil encontrar una versión doblada de la original, y segundo, porque ojalá no la hubiera de la película que comentamos hoy.

Solo una quincena de años tras su estreno, James Franco y su séquito adaptan el más famoso -el único conocido- de los episodios biográficos de Wiseau en esta The disaster artist. He ahí el primer debate. ¿Realmente una película tan joven pero icónica merecía un homenaje del establishment hollywoodiense a este nivel? ¿No significa de alguna manera la muerte de su espíritu marginal?

Lo cierto es que los cameos de grandes figuras no dejan de suceder. El dilema entre los méritos de The room hace que merezca una revisión y constituye una peligrosa deriva a la hora de buscar historias que adaptar al cine. No debe ser sano dar tantas alas a una figura absolutamente falta de talento y gusto como la que preside este universo de serie B.

Tiene que haber un límite entre el guiño humorístico y la temeridad de seguirle el juego a un excéntrico personaje como el del autor, director, protagonista y productor al que encarna, de manera perfecta, James Franco (también director y protagonista, curioso). Tal paralelismo hace que nos zambullamos en un bucle reflexivo sobre el porqué de esta cinta.

¿Qué ha llevado a Franco a dirigir este proyecto, la simple admiración por The room o es más bien una forma de darle justicia al proyecto de Wiseau bajo lo que serían las manos de alguien que se cree tan entendido como para erigirse como su mecenas de cara al gran público? Nunca se sabrá.

Al margen de su universo, lo cierto es que el resultado es muy óptimo. El que fuera protagonista de 127 horas (Danny Boyle, 2010) se asegura prácticamente con The disaster artist la entrada por la puerta grande a los premios de la Academia de este año, a los que seguramente optará en las categorías de película, dirección, actor y guión adaptado.

Sin embargo, y aquí vienen los peros, todo es fruto de una gran imitación. El personaje se materializa en James Franco y eso hace la película creíble, que no interesante, porque al margen de cierta reacción tragicómica el resto de la deriva es bien conocida para los seguidores, previsible para los novatos en el universo The room y nada interesante para los indiferentes.

Las actuaciones de los hermanos Franco -Dave representa un agradecido equilibrio a la locura del personaje de Wiseau, en este caso- son lo único que realmente apuntala la película. Y menos mal. Al ser el cimiento, podremos olvidarnos de que aspectos como el de la dirección terminan convergiendo en una mezcla de corrección de planos a la cinta original con el contenido propio de The room y el humor característico de las películas protagonizadas por Franco y los suyos.

Anecdóticamente muy divertida, nos seguimos quedando, obviamente, con la cinta original, la de culto, la que hasta hace poco no tenía visos de volver a pisar los cines, si es que alguna vez lo consiguió, la proyectada en bares y pequeñas salas casi clandestinas.

Esa es la verdadera experiencia y no este homenaje que, al fin y al cabo, se resume en el favor que James Franco le ha hecho a la cinta de 2003 y, sobre todo, no nos engañemos, a sí mismo y a su carrera.