Andoni Anseán, psicólogo: “Cada individuo expresa su idea de suicidio de forma distinta y sí hay señales de alerta”
Andoni Anseán Ramos es el presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio y de la Sociedad Española de Suicidología. Este especialista impartió el viernes 14 de junio un curso práctico orientado a los profesionales de la salud mental en el Colegio Oficial de Psicología de Tenerife, en Santa Cruz, con el objeto de poner sobre la mesa la importancia de ese problema social y de analizar cómo debe ser tratado, siempre con el fin de promocionar la vida de las personas.
Tras esa intensa jornada de formación, el psicólogo concedió una entrevista a este medio de comunicación para tratar en profundidad algunas de las cuestiones más preocupantes tratadas sobre el particular.
La muerte es uno de los grandes tabúes y miedos que ronda la mente de las personas y algo sobre lo que reflexionamos a lo largo de la vida. ¿Cuándo esos pensamientos empiezan a convertirse en algo negativo y a aumentar las probabilidades de que haya un suicidio?
... cuando por su intensidad empiezan a suponer un peligro para la salud mental y la integridad de esa persona. Hay procesos normales, sobre todo en la época de la adolescencia, donde se comprometen muchas cosas, con muchos conflictos interpersonales e intrapersonales que generan estrés y conflictos. Esto es normal pero, si uno se queda estancado en ideas de muerte y en determinadas ideas de suicidio de forma más frecuente de lo normal, instalándose de forma permanente, podemos estar hablando de que algo no está bien y entonces hay que trabajar en ello para superarlo.
En el año 2017 se suicidaron 3.679 personas en España y el 75% eran hombres. ¿A qué se debe que los números sean significativamente más altos en un género respecto al otro?
Es un fenómeno universal. Es la llamada paradoja de género, que viene a decir que por cada tres hombres fallece una mujer por suicidio, mientras que las mujeres registran tres intentos más que los hombres. No tenemos una certeza para explicar esto, como ocurre con muchas cosas en la mente humana, igual que no sabemos por qué se suicida la gente, ni por qué se deprimen o por qué determinadas personas oyen voces. Aunque haya muchas cosas que no sabemos, ello no implica que no sepamos cómo podemos prevenirlas.
En el caso de esa paradoja de género, la evidencia científica apunta a ciertos factores que son congénitos y de tipo biológico. La suicidalidad e impulsividad está más asociada a los varones. También existen algunos valores externos, como pueden ser la presión social, una menor tendencia a la petición de ayuda, la resistencia a mostrar emociones, un rol de género que debe cumplir el hombre...
Igual en un ámbito más cercano no lo percibimos, pero en países orientales como Corea del Sur o Japón, donde se registran las mayores tasas de suicidio del mundo, el factor externo de presión social tiene mucho peso y no todo el mundo tiene la capacidad ni la resiliencia para soportarlo. Por lo tanto, como todo el comportamiento humano, es una mezcla de factores.
Ahora que hablamos de género, la depresión posparto es un momento delicado en la vida de una mujer que acaba de ser madre. ¿Puede ser un factor de riesgo que aumente las probabilidades de suicidio?
No, no parece que esté especialmente asociada a fallecimientos por suicidios de mujeres. Hay muchos otros factores que muestran mucha más correlación en cuanto al riesgo. La depresión posparto es un trastorno bien conocido, no solo por profesionales de la salud mental sino por gran parte del personal sanitario y se sabe razonablemente bien cómo se debe afrontar para prevenir posibles intentos suicidas.
¿Cuáles son los síntomas que deben detectar la familia y los amigos de un joven para ser conscientes de que están ante un posible desenlace en suicidio?
El entorno (familia, amistades, profesorado...) lo primero que debe hacer es ver si hay algún cambio. Las señales de alerta de idea suicida son tan variadas como personas existen. Cada individuo lo expresa de forma distinta. Pero sí que emiten esas señales, aunque sea de forma más sutil. Si uno pone atención, podemos darnos cuenta de que hay cosas que no van bien, y hay una cosa que no se suele hacer, que es la de indagar. Preferimos obviarlo e incluso los propios profesionales de la salud deciden no preguntarlo directamente, no vaya a ser que sí tenga esa idea suicida y no sepamos bien cómo abordarlo. Esto todavía es más fácil que ocurra con personas cercanas.
Por lo tanto, hay que fijarse en si la persona en cuestión hace algo que no hacía o dice algo que no decía o incluso dejar de hacerlo o de decirlo, y si dicho cambio es significativo. Al final, hasta las personas más difíciles terminan diciendo algo y hay que preguntar al respecto. Esto dará la oportunidad para abordarlo, ya sea hablándolo en primera instancia y derivándolo al sistema sanitario o hacia los profesionales de la salud mental.
Pasemos a las aulas... El profesorado está en contacto con la juventud mucho tiempo y puede estar ante un futuro caso de suicidio sin darse cuenta si quiera. De hecho, el acoso escolar y el cyberbullying son los factores que más vidas se cobran entre ese segmento de la población. ¿Cómo se puede ayudar a paliar ese problema desde los centros educativos?cyberbullying
Hay muchas formas. Uno de los mantras que tenemos a la hora de hablar, sobre todo con la población más joven que tiene una percepción determinada de los problemas, mucho más dramática y absolutista, es siempre el mismo: el suicidio es una solución permanente a un problema, en la mayoría de los casos, temporal. Sobre todo en esas edades, donde se magnifican mucho los problemas. Suspender asignaturas, ruptura de pareja, acoso escolar... Todo eso parece que va a estar ahí toda la vida y se sabe que eso no es así. Por lo tanto, es importante hacerles entender esta realidad y hablar.
Sin embargo, no estamos todavía con esa predisposición. Los educadores también evitan hablar de ello, pero, si rompen dichos tabúes de la muerte y el suicidio en particular, igual la sorpresa es grande. Para la persona en el aula que tenga la idea, el mero hecho de hablar con naturalidad sobre el asunto ayuda. Y si se puede tirar del sistema sanitario y echar una mano en este sentido, ya están haciendo muchísimo. Pero sobre todo tienen que hacerles entender que es una decisión que no tiene marcha atrás. Además, los intentos son una cosa muy seria y pueden tener consecuencias muy graves y permanentes. Son cosas que no se ven con 18 años pero sí con 18 más. Esto es lo que se les debe expresar.
¿La dificultad de abordar el asunto puede tener que ver con la poca formación que hay sobre educación emocional?
Curiosamente, Canarias es la única comunidad autónoma que en el currículo escolar ha introducido la educación emocional. Está muy bien que nos enseñen los ríos del mundo, pero es interesantísimo que nos hablen del mapa de nuestras emociones y de cómo gestionarlas de forma sana. Hay mucha desinformación al respecto y estamos en estados muy embrionarios de cara a la formación.
Hay que tener en cuenta que este tipo de cosas deben mirarse con una perspectiva a largo plazo: las cosas no cambian de un día para otro. La idea de la violencia contra la mujer ha cambiado mucho durante los últimos 30 años y la prevención de la violencia de género lleva un gran trabajo de años detrás, con muchos recursos, unidades de seguridad específicas, una red judicial nueva... Ocurriría lo mismo en este caso.
Sabemos que el principal problema lo sufre la persona que tiene pensamientos suicidas pero ¿cuáles son las principales repercusiones psicológicas en las personas cercanas durante todo el proceso o incluso ante el fallecimiento de la persona?
Pues sobre ellas recae lo más duro. Primero, la terrible y constante preocupación, el temor constante a que la persona que tienen al lado pueda realizar un intento de suicidio. Hay también un abandono por parte del entorno, incluido el sanitario, por lo que les ocurre a estas personas. Para ellas es de preocupación absoluta y contrasta mucho con la despreocupación que perciben.
También se encuentran con una gran desolación después de la muerte del allegado. La culpa es la emoción que más se caracteriza en oposición a otros duelos y una sorpresa para la que no están preparados, ni siquiera los profesionales que lo tratan. Toda muerte por suicidio es una pérdida inesperada para los profesionales y las personas allegadas, y a los sentimientos y emociones que son habituales en la pérdida de un ser querido, en el caso del duelo por suicidio, la culpa se acrecienta más que en el resto.
Los profesionales de la salud mental y distintos sectores sanitarios llevan años exigiendo a la Administración pública que ponga en marcha el Plan Nacional Prevención para el Suicidio, incluso con el apoyo de la ciudadanía. Este mismo año se celebró una jornada en el Congreso de los Diputados para abordar este asunto. ¿A qué se debe tanto desapego político respecto al suicidio?
Al tabú y al estigma que rodea al suicidio, y a no saber bien cómo actuar por parte de los responsables de las instituciones públicas ni cómo abordarlo. No gusta tener este asunto en casa, ni en la consulta ni en las instituciones, porque no se sabe cómo manejarlo. Así, si no es una preocupación social y mediática, o si no es objeto de lírica por parte de la oposición política, lo más probable es que el Gobierno no se preocupe por desarrollar esa estrategia de prevención.
En España estuvimos a punto de tener esa estrategia en el Sistema Nacional de Salud con Carmen Montón pero nos quedamos a las puertas de empezar con todos esos trabajos. La ministra que la sucedió no consideró oportuno continuar trabajando en ello. Lo cierto es que Montón venía de hacer un plan, una campaña y un programa de atención primaria para prevenir el suicidio en la Comunidad Valenciana y no tenía ningún problema para abordar el asunto, contando con bastante experiencia al respecto. Pero las personas que la sucedieron no y hasta que no se encuentre a alguien con un perfil similar probablemente tampoco tendremos dichas estrategias. Lo llevamos reclamando desde que la fundación se creó y seguimos igual.
Y sin embargo las comunidades autónomas han aportado su granito de arena en este sentido...
Claro, pero también porque las competencias transferidas están ahí hace muchos años en materia de sanidad y es más difícil que se justifique la inexistencia en dicha materia. No olvidemos que el Ministerio de Sanidad no tienen competencias en materia de asistencia sanitaria. Sí que las tiene en materias de salud pública y de coordinación, así como en orientación en cuanto a estrategias de salud. Pero las competencias de asistencia sanitaria las tienen las comunidades autónomas y por eso es más difícil justificar que no hagan nada ante este problema.
Poco a poco se van poniendo manos a la obra con planes y estrategias, mejoras en las consultas... Aquellas que no han hecho nada, entendemos que pronto lo harán porque existe la responsabilidad de atender dicho problema, por muy poco deseable que sea. Es algo que cuesta verlo y, si se puede ignorar ante otros frentes, mejor. Algo similar ocurrió con el asunto del suicidio asistido.
Ahora mismo está todo el mundo hablando de ello cuando nunca había estado esa cuestión encima de la mesa hasta ahora. Esto se debe a que existe un refrendo en la sociedad y en los medios de comunicación sobre que es un asunto que se debe tratar. Sin embargo, el suicidio no. Pero poco a poco dicho silencio está cambiando.
¿Qué puntos clave debería tener una estrategia de prevención nacional para el suicidio desde su perspectiva?
Primero, formación y capacitación para los profesionales, no solo de salud mental o sanitarios, sino de educación, servicios sociales, fuerzas de primera intervención como pueden ser los bomberos o la policía... Por otro lado, una mayor concienciación y sensibilización social respecto a la magnitud e impacto de la conducta suicida, en la que los medios tienen un papel fundamental. Y tercero, una mayor coordinación y organización de los procedimientos de atención a las personas implicadas en la conducta suicida, y no me refiero solo a las personas que están en riesgo suicida sino a su entorno. No podemos olvidar a las familias ni antes ni durante ni después de un posible suicidio. A día de hoy esta parte está muy desatendida. Para mí, estas son las tres patas fundamentales que deben estar contempladas en dicho plan de prevención.