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El blog de Carlos Sosa, director de Canarias Ahora

¿Y a ti qué te importa la unidad de España?

La diputada de Coalición Canaria, Ana Oramas, conversa con el candidato a la Presidencia del Gobierno, Pedro Sánchez.

Carlos Sosa

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La intrépida diputada tinerfeña Ana Oramas se conmovió de nuevo en la tribuna de oradores del Congreso y, de paso, conmovió al muy conmovedor sector españolista del país. Casi gimoteando, hizo un sentido canto a la soberanía nacional y a la inquebrantable unidad de España; otro, a lo que le gusta a ella defender a Canarias para, a medida que iba subiendo el tono de su voz, acabar imprecando a Pedro Sánchez que lo va a votar la madre que lo parió. Hubiera sido un bello discurso si no fuera porque con él no engañó a nadie, si exceptuamos a los patriotas ávidos de estas soflamas, los entusiastas diputados y diputadas de la derecha y la extrema derecha, que le aplaudían a rabiar, y los centenares de personas que en las redes sociales la han elogiado por lo que dieron en llamar su “valentía” para desmarcarse de las decisiones de su propio partido.

A Ana Oramas le importa exactamente una higa la soberanía nacional, la unidad de España y su candidatura perpetua a reserva espiritual de occidente. Exactamente lo mismo que le importan las decisiones de su partido, Coalición Canaria, que ayudó a fundar hace la friolera de 26 años después de su paso por la UCD y las Agrupaciones Independientes de Canarias a través de la Agrupación Tinerfeña de Independientes, la famosa ATI. Oramas hizo el discurso que más le conviene en este momento, como ha hecho durante su larga e intensa carrera política, la que inició en los años 70 y que ha desarrollado sin solución de continuidad estas casi cinco décadas.

Con su patriotismo circunstancial, Oramas busca ahora sintonizar con las derechas españolas, las que se oponen radicalmente a la formación de un Gobierno de izquierdas en España. El Gobierno que se aprestan a constituir dos de los partidos que precisamente han arrebatado al partido de la señora diputada el poder institucional en Canarias, el que ella y sus correligionarios vienen ocupando de manera ininterrumpida —en el caso de algunas instituciones- estos últimos 40 años.

La excusa perfecta es el peligro de desintegración de España, y tras ese trampantojo hemos corrido alarmados todos, partidos y medios de comunicación, líderes de opinión y ciudadanas y ciudadanos de a pie; curas y monjas, militares y personal voluntario de Protección Civil. Abrazando los mismos mensajes franquistas que condujeron a la guerra del 36, como si la vida se nos fuera a escurrir por un conflicto territorial.

Por supuesto que es importante el diseño territorial de España, la revisión del Estado Autonómico tal y como quedó definido en 1978, con el legado del dictador aún presente en muchas mentes y en muchos pasillos ministeriales. Pero no con ese concepto medieval de don Pelayo y El Cid Campeador que ha resucitado la extrema derecha, sino como una fórmula de integración, de cooperación, de solidaridad y de corresponsabilidad que otorgue ventajas a la ciudadanía por la cercanía y la eficiencia.

Nadie en la derecha quiere hablar de los problemas que hay que resolver: de las 3.163.000 personas que no tienen trabajo, de los hogares donde todos sus miembros están en paro, ni de los millones de trabajadores con sueldos que no les sacan de la pobreza. Ni de las 250.000 familias que reclaman una vivienda digna (14.000 sólo en Canarias), o de los 80 dependientes que mueren cada día sin recibir una prestación o un servicio. Tampoco de los 9.600.000 pensionistas que reclaman para ellos y para los que venimos detrás unas retribuciones que permitan llegar a final de mes sin tener que acudir a Cáritas. Ni de las 55 mujeres que fueron asesinadas el año pasado a manos de sus parejas o ex parejas, del fracaso escolar, de la baja calidad de la sanidad pública, de las desigualdades, de los perversos e innegables efectos de la emergencia climática o de los disparatados alquileres que impiden emanciparse a la gente joven.

Ninguno de estos problemas se ha encaminado hacia una solución durante las décadas de gobiernos de Coalición Canaria, muy al contrario: el archipiélago aparece en los puestos de cola en todos los medidores sociales y económicos.

Por eso prefieren hablar de la unidad de España, amenazada por “golpistas” y “terroristas” o por un candidato “felón” que ha ganado las elecciones holgadamente. Les viene muy bien el conflicto catalán porque el desastre venezolano les empezaba a quedar lejano y polémico por la caótica gestión del amigo americano.

La derecha quiere perpetuarse en el poder porque lo considera de su propiedad. Como Ana Oramas y muchos de sus compañeros de Coalición Canaria, que ven amenazado su futuro y el de los poderes oligárquicos a los que representan tras perder su poder institucional y ante la llegada de un Gobierno de izquierdas. Necesitan un nuevo marco político que les permita desembarazarse de su propio partido, esa Coalición Canaria que quiere girar hacia posturas más progresistas en su proyecto de fusión con Nueva Canarias.

Necesitan que su partido vuelva a adjudicar obra pública, a tener en sus manos el Boletín Oficial de Canarias y la relación de puestos de trabajo de la Comunidad Autónoma y de los cabildos y ayuntamientos que han perdido estrepitosamente.

Nunca fueron nacionalistas, sino acaparadores del poder, y lo mismo les da llamarse Coalición Canaria que Canarias Suma, el invento de Pablo Casado con el que algunos sueñan en el archipiélago para que los restos de partidos desarticulados como Ciudadanos, Unidos por Gran Canaria y la larga ristra de formaciones municipales beneficiadas por la sopa boba de los fondos clientelares, se aglutinen en torno a ATI para asaltar de nuevo el poder.

¿Qué hacemos perdidos en esto de la unidad de España?

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