Con el ferrocarril llegaron los ingleses. Y llegaron a la Argentina para quedarse. Dicen que por aquel entonces, el lugar no era más que un par de calles en torno a la pulpería del genovés Nicolás Vila. Ese mismo que, para atraer la atención de los posibles clientes, puso una veleta en forma de caballito trotón encima de su establecimiento dándole nombre a uno de los barrios más auténticos de la capital; centro geográfico de la ciudad de Buenos Aires que empezó a dejar de ser un mosaico de chacras (fincas) y quintas a la par que se empezaban a trazar los primeros tramos del tren. La línea férrea entre la Plaza de Lavalle y Floresta pronto se extendió más allá de los límites de la ciudad para internarse en las pampas y al socaire del crecimiento del camino de hierro llegaron ingenieros, contadores y mecánicos vinculados a las empresas inglesas que gestionaban el aún incipiente transporte mecanizado de la república. Nunca gustaron mucho los anglos de juntarse con el resto de mortales; siempre se empeñaron en reproducir, en la distancia, los usos, modos y formas del país de origen. Y fruto de esa costumbre nacieron nuevas zonas residenciales como este Barrio Inglés de Caballito, una joya de principios del siglo XX que, por suerte, resiste frente al caos que forma el desordenado ‘skyline’ porteño. La supervivencia del último tramo aún usado por el tranvía histórico refuerza el carácter encantador del lugar.
Pedro Goyena, Barco Centenera y Emilio Mitre forman la frontera física de este lugar con encanto poco conocido entre los porteños. Más allá de los límites de la vecindad abundan esas torres enormes de departamentos que han convertido a Buenos Aires en una ciudad inclasificable desde el punto de vista arquitectónico, urbanístico y estético. Es algo así como una isla que permite visualizar en colores y movimiento lo que la capital un día fue. Una ciudad agradable de casas bajas y bonitas, jardines, arboledas callejeras y viales de adoquines. Una burbuja, vamos. Esa Buenos Aires que ahora sólo se reconoce en las viejas fotos en blanco y negro y que provocan ataques de rara nostalgia a los que nunca tuvieron la oportunidad de vivirla y disfrutarla.
Los arquitectos Coni Molina y Bilbao la Vieja, responsables de los planos de la mayoría de las edificaciones del lugar, diseñaron un espacio urbano a medio camino entre lo puramente inglés y lo clásico. Eclecticismo llaman los expertos a estas mezclas de estilos que dan como resultado lugares únicos. En la década de los 20 del pasado siglo, el Banco El Hogar Argentino inició las obras de esta zona residencial destinada a los cuadros medios del ferrocarril inglés. Casitas con jardines a sus entradas en las que se mezclaron elementos propios de la arquitectura inglesa de estilos como el Tudor o el Gerorgiano con detalles clásicos con cierto sabor italiano. Así se mezclan elementos como esos cenadores circulares que adornan varias esquinas, o los arcos gotizantes, o el uso del ladrillo con las volutas, las columnatas o los aleros recargados de decoración. Una arquitectura valiente, en la que, incluso, se atreven a asomarse algunos buenos ejemplos de chalet a lo alpino y bastantes detalles neomedievales.
Y mira que quedó lindo el conjunto. Tanto que, con el transcurrir de los años, la zona se convirtió en un imán para los porteños con buena capacidad de gasto y hoy es uno de esos lugares donde uno puede ver a esas damas de la alta burguesía de la capital paseando a sus perritos minúsculos y cochazos de alta gama a las puertas de las casas. En la calle, sí señor. Porque no hay garajes. Esta ausencia de cocheras creó uno de los mitos más curiosos del lugar, el de los acaudalados directivos del ferrocarril esperando a sus chóferes a la puerta de sus casas. Y no. Simplemente se siguió la estética de la típica casa porteña, que, por aquel entonces, carecía de espacio para el auto. En su origen, el Barrio Inglés fue un reducto de clase media, aunque hoy es uno de los lugares más exclusivos de la capital argentina.
Más allá de las leyendas, los diretes o los prejuicios de clase, el barrio inglés es uno de esos lugares en los que aún puede verse la esencia de la vieja Buenos Aires. Los adoquines, las cuadras ordenadas, las casas agradables a la vista... Un lujo, vamos. Un lugar ideal para dar un paseo sin prisas, porque de aquel núcleo apenas quedan un par de cuadras que, por fortuna, están protegidas ante cualquier desmán urbanístico. Hay que dejarse llevar por las emociones y pararse a mirar los detalles. Mirar para arriba, en definitiva. Entonces uno se da cuenta de que cada ventana, cada cornisa, cada enrejado, cumple su función como parte de un todo en el que, ante todo, se buscó la armonía. Porque sigue siendo, éste, un lugar para ladys y gentelmans, aunque a lo lunfardo, perdonando la licencia. Sólo basta acercarse a las grandes avenidas que quedan más allá del barrio para darse cuenta de que la ciudad perdió mucho cuando dejó de ser fiel a sí misma y se convirtió en otra cosa. Por fortuna, acá se puede encontrar uno de esos lugares dónde Buenos Aires sigue siendo Buenos Aires, aunque no sea tan conocido como La Boca, San Telmo o Palermo.
Transporte público
Metro (Subte): Las líneas A (Primera junta) y E (Emilio Mitre) del Subte de Buenos Aires deja al curioso en los límites del barrio.
Líneas de Colectivo: 1, 2, 5, 25, 26, 36, 49, 53, 55, 85, 88, 96, 103, 104, 126, 132, 136, 141, 153, 163, 180.
Comer en el Barrio Inglés
Vittorio: Dirección: Emilio Mitre, 383; Tel: (+54) 11 4432 3426. Sus pastas frescas son famosas en toda la ciudad. Muy buena relación calidad precio.
Jacaranda: Dirección: Del Barco Centenera, 383. Buena cocina italiana.