Tras los pasos de Pedro Paéz, el español que llegó a las fuentes del Nilo Azul
Si Pedro Páez hubiera nacido en Inglaterra o en Francia o en cualquier otro país acostumbrado a mirar con simpatía su propia historia, sería un personaje conocido; se habrían escrito mil libros sobre él y rodado multitud de películas celebrando sus aventuras, que no fueron pocas. Pero no. Pedro Páez nació en Olmeda de Las Fuentes (Madrid) y sus viajes no son muy conocidos más allá de un estrecho círculo de amantes de las grandes epopeyas y de los viajes. En la iglesia del pueblo, una pequeña placas recuerda el mayor de los logros de este jesuita que, el 21 de abril de 1618 fue el primer europeo en visitar el desaguadero sur del Lago Tana. El primero en estar ante aquel torrente que se escapa furioso del lago y empieza a acelerar hasta las espectaculares cataratas de Tissisat y que se une al Gran Nilo Blanco en Jartum, muchos kilómetros más al norte. Está documentado que Pedro Páez fue el primer europeo en visitar este lugar.
Pero fue el explorador escocés James Bruce el que en 1770 se auto anotó el 'descubrimiento' (mucho decir si tenemos en cuenta que durante miles de años por ahí pasaron millones de gentes, pero bueno). De nada sirvió la ‘Historia de Etiopía’ obra del propio Páez en la que describe las fuentes del Nilo Azul, la mención directa en la gigantesca ‘Rerum Aetiopicarum’ del jesuita Camilo Beccari o las anotaciones en documentos jesuitas de la época que hablan de la misión del español a las tierras de Etiopía que tenían como tarea, a la par de atraer a los locales al catolicismo (los etíopes eran cristianos ortodoxos, lograr que el rey local se uniera como aliado a Felipe II y creara un segundo frente contra el Imperio Otomano. Casi nada.
El primer viaje frustrado: naufragio, esclavitud y rescate
Páez vivió toda una odisea antes de poder acceder a los altiplanos verdes de la Etiopía. El jesuita partió de Goa, en la costa oeste de La India, junto al padre Antonio Montserrat (que ya había sido un consumado viajero al explorar la Ruta de la Seda la década anterior) con la intención de llegar hasta Etiopía; era el 2 de febrero de 1589. Los dos religiosos embarcaron con la idea de bordear el sur de la Península Arábiga y tras varias tormentas (que les obligaron a hacer dos escalas en las costas indias) llegaron al puerto de Diu a finales de febrero. Allí contactaron con un capitán de origen sirio y tras disfrazarse de comerciantes armenios viajaron a, puerto de Moscate (Omán) dónde tuvieron problemas para seguir adelante. Los turcos dominaban aquellas costas y desconfiaron de los marineros locales. Por eso deciden dar un paso atrás y vuelven a viajar hasta la isla de Ormuz dónde los portugueses tenían una fortaleza. Pero ahí contrajeron malaria. La enfermedad les obligó a alargar la estancia en esta isla situada a pocas millas de las costas del actual Irán hasta diciembre de 1589. Estuvieron alojados en un convento de misioneros agustinos que los pusieron en contacto con un marino que les prometió llevarles hasta Zeila, un puerto en la actual Somalia desde dónde debían iniciar la ruta a pie hasta Etiopía. Pero las cosas no salieron bien.
El barco naufragó en las islas de Kuria Muria (actual Omán) tras una tormenta; era el 1 de enero de 1590 –una buena forma de celebrar el Año Nuevo-. En la pequeña isla de Al Sawda tuvieron que esperar una semana hasta que lograron convencer a un pescador local de seguir camino. Pero ahí empezaron los verdaderos problemas. Problemas gordos. Poco después de zarpar de Al Sawda fueron abordados por dos barcos y descubiertos. Encadenados los llevaron hasta el puerto de Dhofar (actual Salalah –Yemen-) donde fueron interrogados y acusados de espiar para España. Aquí se iniciaría un verdadero calvario para los dos jesuitas. El jeque local decidió enviarlos al sultán de Yemen. Tras una pequeña travesía llegaron a la rada de Ras Fartak , desde dónde iniciaron una penosa travesía a pie por el desierto subiendo por el cauce seco del Shagut Wadi. Páez fue el primer europeo en describir la región de ‘Hadramaut’, una palabra que en árabe significa ‘el lugar que mata’; hasta 1843 ningún europeo visitaría esta terrible comarca del desierto yemení, que en árabe significa el “recinto mortal”.
“Corriendo la noticia de que traían portugueses cautivos –aunque los dos eran españoles-, salió mucha gente para vernos y llamarnos cafarûm, que en árabe quiere decir hombre sin ley, escupiéndonos a porfía en el rostro y finalmente llegó la cosa a tal punto que fue necesario que nos metiesen en una casa con mucha prisa”; de esta guisa recibieron a los dos religiosos en Tarim, la primera de las ciudades que visitaron. En Al Q’atan fueron recibidos por el sultán que, según el propio Páez los trató bien: incluso les ofreció café (es la primera vez que un europeo habla de esta infusión), pero pasaron cuatro meses en una prisión. No fue más que el principio. Tras una penosa marcha por el desierto de Rub'al Khali (la habitación vacía) conoce de primera mano las ruinas del antiguo Reino de Saba (también fue el primer europeo en escribir sobre ellas más allá de las referencias bíblicas) justo antes de pasar dos años en una prisión de San’a. Pero no perdieron el tiempo: Páez estudió árabe, hebreo y chino y Montserrat aprovechó para escribir un libro sobre su misión diplomática a la corte del Gran Mogol de 1580.
La epopeya de Páez y Montserrat terminó en el puerto de Moca. Encadenados y conducidos por un mercader turco son conducidos al puerto de Moca donde son ofertados en el mercado de esclavos . Nadie puja por ellos y ‘su dueño’ decide emplearlos como galeotes (remeros). Pero ya hacía algunos meses que las noticias sobre la odisea de los dos religiosos se conocían en España. Y Felipe II ordena negociar el rescate de los cautivos. Quinientas coronas de oro por cada uno de ellos. En octubre de 1596, tras tres meses como galeotes y casi un año cautivos en la casa de su captor, los dos embarcan rumbo a Diu y Goa, a la que llegan en diciembre de 1596 después de más de seis años de ‘viaje y cautiverio’. El padre Montserrat moriría apenas tres años después, pero Páez no cejó en su empeño de subir hasta la altiplanicie etíope.
El segundo viaje y las fuentes del Nilo Azul
Tardaría poco el jesuita español en volver a la carga. Este segundo viaje fue menos azaroso que el primero y tras una plácida travesía entre Goa y el puerto de Massawa, en lo que hoy es Eritrea. Allí había una pequeña congregación jesuítica a cargo de Joao Gabriel. Las noticias que recibe no son muy halagüeñas. El estado de las misiones en el país no es bueno; sólo se mantienen gracias a un puñado de portugueses que resisten por el agradecimiento de las autoridades locales a los portugueses por su ayuda en la lucha contra los musulmanes que los rodean por todas partes. Ahí recibe su primer encargo: reorganizar y poner en funcionamiento la misión de Fremona (una misión hoy desaparecida cerca de la actual Adua). Una vez más, Pedro Páez no pierde el tiempo: al mismo tiempo que estudia las diferentes lenguas locales (lo que le será muy útil cuanto tenga acceso a los viejos libros en manos de la monarquía etíope) aprende rudimentos de arquitectura y albañilería que le abrirán las puertas del Lago Tana. La población local tolera la presencia de los jesuitas, pero siguen fuertemente apegados a la ortodoxia. Páez se convirtió en un lector ávido y devoró las crónicas históricas del reino, lo que le permitió empezar a escribir su ‘Historia de Etiopía’.
El trabajo en Fremona no pasó desapercibido en la corte del rey Za Dengel que lo reclutó como consejero. Dicen que el emperador fue el primero que se convirtió al catolicismo empujado por la influencia de Páez, aunque lo mantuvo en secreto. El misionero desarrolla su función y se prodiga como constructor de iglesias y puentes. Cuando muere Za Dengel, en 1604, y un breve periodo de gobierno de un emperador fugaz, sube al trono Susinios, que no sólo mantiene a Páez como consejero, sino que traban una amistad sincera que culmina en la conversión formal del rey al catolicismo y el regalo de importantes posesiones a Páez en la rivera norte del Lago Tana. Allí, el jesuita funda una misión jesuítica en Gorgora y explora toda la región. Es ahí cuando cuándo llega a las fuentes del Nilo Azul.
De la presencia de Páez en el lugar sólo quedan restos materiales, ya que el Imperio Etíope volvió a la senda del Cristianismo ortodoxo apenas unos años después de la muerte de Susinios tras una breve pero intensa revuelta popular que, también, supuso la expulsión de los jesuitas del país y su olvido oficial. Pero allá en Gorgora quedan algunos muros de una iglesia que bien podría estar en cualquier pueblo de España o Latinoamérica; y entre los muros de la iglesia y los restos de las habitaciones de la misión, la propia tumba de Pedro Páez, que murió sólo unos años después de ver las fuentes del Nilo Azul (en 1622). Ahí, junto a las aguas verdosas del Lago Tana, dónde algunos aseguran que se encuentra escondida la mismísima Arca de la Alianza, reposan los huesos del primer europeo que vio las fuentes de uno de los ramales del río más grande de África. Un siglo y pico antes que Bruce, por mucho que el propio escocés se empeñó en ocultarlo.
Bibliografía recomendada
Pedro Páez. Historia de Etiopía (Ed: Ediciones del Viento) Hace pocos años se editó la primera edición en español (la original fue escrita en portugués) de esta obra magna del propio Páez. Una cuidadosa recopilación de fuentes locales y añadidos propios en los que se funden la historia, la geografía y la etnografía. Una delicia de 1.300 páginas.
Javier Reverte. Dios, el diablo y la Aventura (Ed: Debolsillo) Biografía de Pedro Páez firmada por uno de los mejores periodistas de viajes de España. Reverte no sólo sabe de lo que habla, sino que lo escribe como los auténticos dioses. Los libros de viajes de este peso pesado del periodismo español son siempre una garantía de horas de disfrute al máximo.
Fotos bajo licencia CC: Gustavo Jeronimo ; Alan ; Ninara ; Dan