“Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”. Estas tres frases bastaron para convertir a Comala en el pueblo más importante de las letras latinoamericanas; mucho más que Macondo, ya que sin Comala no habría Macondo. Y también porque a diferencia del escenario de tintes casi míticos dónde se enredan, gracias a la pluma virtuosa del inmortal García Márquez , las vidas de los Buendía, Comala sí es. Existe más allá de los fantasmas que escribió el genial Juan Rulfo , padre de más de la mitad de lo que se ha escrito en español en los últimos 50 ó 60 años. Comala es, como decíamos. No es el fruto de la imaginación ni un escenario pese a ser mágico; tanto como ese realismo imaginado que, sin querer, inventó el genio del escritor mexicano. Por Macondo uno camina con el pensamiento, pero por Comala se pasea, se descansa, se duerme, se come…
La llaman la ciudad blanca; la ciudad de los arcos, la ciudad mágica. Y es todas esas cosas y más; pese a no ser más que un pueblecito de poco más de 22.500 habitantes que sufre la amenaza de ser engullido por las afueras de la cercana Colima (de la que dista apenas cuatro kilómetros en sus lugares más próximos). Y aún así, es un lugar con personalidad propia. Un lugar especial. Digno de un desvío intencionado obligado para los amantes de la literatura o, simplemente, de los sitios bonitos. Porque Comala es un lugar bonito. República de Indios, como decían en tiempos de la colonia, hasta poco antes de la independencia del país, cuando alcanzó rango de ayuntamiento. Rancho y hacienda de encomenderos españoles que llegaron aquí en 1527 para apropiarse de tierras, gentes y levantar un ingenio azucarero.
De aquellos tiempos es la Hacienda Nogueras (Dirección: Hacienda Nogueras; 75; Tel: (+52) 312 315 6028; Horario MV 10.00 – 14.00 y 16.30 – 19.00; SyD 10.00 – 18.00), un antiguo ingenio azucarero de finales del siglo XVII restaurado y reconvertido en sede del Museo Universitario de Antropología Alejandro Rangel . El ejemplo paradigmático de la maquinaria de apropiación y explotación colonial transformado en un interesante museo que, además de atesorar parte de la obra artística del propio Alejandro Rangel , rastrea las culturas que estaban aquí antes de la llegada de los europeos. Porque aquí había gente antes de los arcos, las casas blancas de sabor andaluz y las iglesias . Estuvieron los olmecas, los toltecas y, cuando aparecieron los españoles, por aquí vivían los llamados Tarascas o Purépechas , que andaban siempre a la gresca con los Aztecas.
Todos esos pueblos dejaron un legado fecundo que puede verse más allá de las interesantes vitrinas del museo . Puede rastrearse en la gastronomía, en la artesanía, en los modos, usos, costumbres, en la forma de cultivar las huertas que rodean la ciudad. Los españoles no hicieron más que añadir más ingredientes al caldero y de ahí surgió ese todo tan mexicano que sale de sumar tantos y tantos unos que fueron cayendo a la mezcla. El casco histórico de la ciudad es un buen ejemplo de ello. Las casas blancas con tejadillos a dos aguas y los soportales de los edificios que se alinean en torno a la Plaza del Zócalo (las calles Progreso, Capitán Llerenas y Leona Vicario nos transportan de manera inmediata a las estepas castellanas o a los campos andaluces.
Y uno no entiende por qué el Comala de la novela es un erial hundido por el polvo, el olvido y la tristeza. Por acá dicen que Rulfo nunca estuvo por estos pagos y que escribió de oídas. Hay quien, incluso reniega un tanto poco o mucho con las páginas que muestran un Comala distinto al que se camina; pero Rulfo si estuvo aquí cuando muy joven. Quizás demasiado ‘pendejo’ para recordar un Comala de casas blancas y austeras que esconden patios umbríos y hermosos dónde el verde rivaliza con el virtuosismo del cincel carpintero. Patios españoles que nos recuerdan mucho a casa a pesar los miles de kilómetros que están por medio. Rasgos españoles presentes en la monumental Iglesia Parroquial de San Miguel Arcángel, cuyas torres imponen una de las pocas notas de color en el omnipresente blanco cal característico de esta villa hermosa.
Del fantasma de Pedro Páramo quedan los reclamos turísticos, las citas en cafés, bares y restaurantes y el nombre del Centro Cultural del pueblo. Porque no hay techos hundidos, ni puertas fuera de sus goznes. No hay yedras malas por los soportales ni esa pena impuesta por los tiempos. Es más, hay huertas verdes por todos lados y frondosos bosquecillos que van ascendiendo juntándose con cafetales (el delicioso café local se puede comprar en Café Nogueras Café Nogueras –C/Venustiano Carranza, 160; Tel: (+52) 31 2315 6309; E-mail: contacto@cafenogueras.com.mx-) hasta que las alturas que impone el imponente Nevado de Colima (de casi 4.000 metros), un volcán tan perfecto, con sus penachos de humo y todo, que parece que lo hicieron así a propósito para que las fotos quedaran lindas. Verdes que nos recuerdan que estamos a puro trópico y a apenas unos kilómetros de las costas del imponente Pacífico mexicano .
Pero más allá de su inclusión en un listado en el que se incluyen los pueblos más bonitos de México, la sombra de Páramo sigue trayendo gentes hasta estas calles. Por eso han proliferado los hoteles y hostales; éstos últimos aprovechando las preciosas casitas coloniales del lugar. Y también una nutrida oferta de restaurantes en los que se pueden degustar las maravillas de la gastronomía local y de tiendecitas en las que se puede adquirir la auténtica artesanía de la zona. Como los comales, platos de barro para hacer las tortitas de maíz que dan nombre al sitio (Comala significo lugar dónde se hacen comales y que ponen de manifiesto que las raíces de todo lo que vemos son profundas. Conviene hacer noche; por la intensa vida nocturna que se desarrolla en torno al Zócalo y para caminar por las calles del Barrio Alto (centro histórico) cuando todos duermen. Quizás a esa hora es a la que salen los muertos que dan tanta y tan variopinta vida a la Comala en la que nación, vivió y murió un tal Pedro Páramo.
COMER EN COMALA
Don Comalón . Dirección: C/ Progreso 5; Tel: (+52) 31 2315 5104. Auténtica cocina tradicional colimeña, en particular, y mexicana, en general. Empezaron a hacer botanas (platos de tapas tradicionales variadas) allá por la década de los 40 y se convirtieron en toda una institución de la gastronomía local. Especialidades centradas en los productos locales (como los picantísimos camarones diablo).
El Fogón de Comala . Dirección: C/ 5 de mayo, 46; Tel: (+52) 31 2307 2464. Ubicado en una antigua casa colonial del Barrio Alto, el Fogón de Comala es otra apuesta segura para los amantes de explorar los sabores de los lugares que visitan. Excelente cocina tradicional. Para almorzar (temprano para los estándares españoles) ya que cierran por la noche.
Piccolo Suizo Piccolo Suizo . Dirección: Calle Miguel Hidalgo, 2; Tel: (+52) 31 2690 5937. Nos llamó mucho la atención encontrar un restaurante de gastronomía suiza en el Pacífico Mexicano. Y como las fondues pues nos metimos. Y nos encantó. La relación calidad precio es ajustada. Buena opción para descansar de la gastronomía local.
DE COPAS POR COMALA
Quisqueya Quisqueya . Dirección: Guadalupe Victoria, 10; Tel: (+52) 31 2315 5057. Un lugar con onda. De día es un animado café y de noche un centro cultural con una programación de lo más variopinta dónde caben la música, la literatura y el cine. Nos encantó.
Ponche Los Potrillos Ponche Los Potrillos . Dirección: Venustiano Carranza 103; Tel: (+52) 31 2315 5688. No es un bar en el sentido estricto de la palabra, pero en Los Potrillos se bebe el mejor ponche de todo Comala. El ponche es la bebida local y hay que probarlo sí o sí.
Fotos con licencia Creative Commons: Presagio e Irene Soria Guzmán.