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Norte de la India; el viaje de una vida

Conocer el norte de La India supone afrontar el que probablemente se recordará a partir de entonces como el principal viaje de toda una vida. No sólo por los espectaculares paisajes sino también por el hecho de recorrer enclaves donde tres religiones a la vez han dejado su huella: budismo, hinduismo e islamismo. En este lugar parece que la generosidad de la naturaleza va unida a la del espíritu. El norte de la India supone una tregua en el recorrido por el lado más desagradable, pobre y deprimente de este enorme país disfrazado de continente, o al revés. Pero igualmente implica no parar de disfrutar de imágenes impresionantes: ciudades sobre el agua; montañas; tribus nómadas; enormes distancias; intentos independentistas; alimentación vegetariana; parajes escogidos por los emperadores mongoles para pasar sus vacaciones… Y como ocurre siempre en este país la inquietante sensación de que junto con el recorrido exterior a la vez y en paralelo también hemos emprendido otro interior.

Para conocer el norte de la India lo habitual es comenzar el viaje desde Delhi. Y lo es tanto por motivos económicos como geográficos. Los vuelos más baratos llegan hasta el aeropuerto de esta ciudad que además se encuentra perfectamente situada para acceder al norte del país. Lo mejor es recuperarse del jet-lag un par de días visitando algunos de los monumentos o simplemente pasando el tiempo por las calles de Main Bazar, la zona de mochileros donde todo es posible. Especialmente encontrar precios muy baratos.

Una vez recuperados bien podemos elegir la ciudad de Chandigarh para comenzar nuestro periploChandigarh. Esta enorme urbe fue construida hace apenas medio siglo sobre un diseño del arquitecto francés Le Corbusier. En teoría iba a ser la metrópolis perfecta. O al menos como entienden los indios la perfección. Limpia, ordenada y no demasiada poblada. Todo lo contrario a lo que son el resto de ciudades de este país. Caóticas, sucias y multitudinarias. Al pasar de los años el resultado es extraño. Chandigarh da la impresión de ser un lugar abandonado en su intento de perfección. La mayor parte está ocupada por enormes avenidas, parques mastodónticos, cuidados pero desangelados. Los habitantes de esta ciudad se muestran muy orgullosos del supuesto orden y limpieza de las calles, pero para los extranjeros la sensación es la de encontrarse en una especie de tierra de nadie. En un intento ‘occidentaloide’ fallido.

Chandigarh, ni es lo suficientemente india, ni remotamente se parece a una ciudad europea en la que parece inspirarse. El carácter hindú, como no podía ser menos, acaba apareciendo aquí y allá. Ante tanto orden no resulta disparatado que una de las principales atracciones de la ciudad sea un parque dedicado al surrealismo. Se trata del Rock Garden. un espacio diseñado por la mente de un ingeniero repleto de formas extrañas y animales fantásticos. A medio camino entre el parque jurásico y los diseños de Gaudí.

Los indios disfrutan de este recinto como sólo ellos saben hacerlo. Se meten debajo de las cataratas totalmente vestidos para sacarse fotos o se lanzan de forma temeraria en sus columpios. Chandigarh es un experimento urbanístico y social que deja frío al viajero que aspire a conocer el espíritu de la India, pero al menos ha servido para satisfacer a los habitantes de la ciudad que se muestran muy orgullosos de este intento de modernidad. El símbolo del municipio es una mano abierta. Para todos excepto para el resto del país con el que mantiene una nada disimulada batalla por la independencia. Desde la atalaya de su búsqueda infinita por la perfección esta ciudad parece haberse quedado sola.

El centro espiritual de los Sijs

El Templo Dorado se encuentra en la ciudad india de Amristar. Es el Vaticano de los sijs, una peculiar rama del budismo. Los hombres practicantes de esta religión se caracterizan por que no se cortan nunca el pelo a lo largo de su vida. Lo recogen en lo alto de la cabeza y lo envuelven luego en sus turbantes. Una especie de tortura. El templo de oro se sitúa sobre un lago. Para el extranjero la sensación que se obtiene de visitar este lugar es la de encontrarse en una especie de parque temático de la religión. Los sijs, como el resto de los indios, tienen una visión muy particular de los lugares religiosos. En vez del silencio sepulcral y el respeto a veces exagerado de las iglesias católicas, utilizan estos templos para descansar, lavarse, hablar, leer, cantar o conocerse. Lograr que un turista te contrate como guía y así ganar algo de dinero, entra dentro de estas posibilidades.

Pasar un día en el templo dorado es una experiencia curiosa . Los hindúes no tienen ningún reparo en dejar entrar a las personas de otras religiones en sus edificios sagrados. En este caso lo único que exigen es que te cubras la cabeza, que cuando te sientes en el suelo no estires las piernas y, lógicamente mantengas una actitud respetuosa. Alrededor del templo dorado se ha situado una discreta oferta turística. De hecho, este monumento es de lo poco que ver en Amristar, ciudad situada al lado de la frontera con Pakistán, lo que puede traer de vez en cuando algún que otro susto. Los sijs, a pesar de su aspecto un tanto tremebundo acaban cayendo bien. En toda esta parte de la India los habitantes son vegetarianos y más aún impera una negativa absoluta a fumar que se cumple de forma casi religiosa, y nunca mejor dicho. Por el contrario sí hay una cierta tolerancia con beber alcohol. Sin embargo, lo más posible es que en la siguiente ciudad sea todo lo contrario. Que esté terminantemente prohibido beber pero se tolere fumar.

Para llegar a Srinagar hay que pasar antes por Jammu. A partir de aquí el viajero se juega la vida en un jeep que rompiendo las leyes básicas y universales del tráfico le llevará durante cerca de diez horas por una carretera a través de las montañas. El paisaje es increíble y las posibilidades de que sea lo último que veas en la vida muy altas. Los conductores han utilizado un método común para lanzarse a toda velocidad por estas vías. Parten del principio de que en una carretera de dos carriles caben tres coches. Sólo basta advertir con incesantes toques de bocina que se va a emprender un arriesgado adelantamiento.

Srinagar forma parte del estado de Kachemir , sumido en una eterna lucha por la independencia. Por ello, no es raro que el visitante se encuentre con los comercios cerrados por orden del ejército indio, bajo cualquier pretexto oficial, pero cuyo objetivo es mantener controlado a los independentistas. Casi toda la población. El lago forma parte de la vida de estos ciudadanos. Sobre él viven y sobre él han asentado todo lo que implica su vida diaria. En los márgenes se encuentran los jardines de los reyes mongoles, construidos por éstos para pasar aquí los veranos en medio de todo tipo de lujos . Los ‘house-boats’ son alquilados a los turistas que pueden así convivir con los lugareños.

En ciertos casos la estancia se convierte en una especie de secuestro. El propietario facilita toda una amplia gama de comodidades y distracciones pagadas pero mientras tanto los inquilinos no pueden desplazarse libremente. “Es peligroso”, advierten constantemente. Otra parte del pueblo se localiza sobre tierra. En ambos casos los vecinos son musulmanes. Hay, no obstante, un templo budista situado en lo alto de una montaña. Otra prueba más de la variedad, riqueza y a veces contradicciones de ese país monstruoso que se llama India, cuyo carácter imperial se aprecia más claramente cuanto más se aparta uno del epicentro.

Leh, la capital del budismo

Una de las capitales espirituales del norte de la India es Leh, un pueblo casi tan pequeño como su nombre. Bueno, no tanto. El camino entre Srinagar y Leh se extiende durante al menos 15 horas en el caso de que se opte por el jeep. Dos días si se recorre en autobús. Media hora en avión. Pero si se escoge este último medio de transporte se habrán perdido la oportunidad de disfrutar de algunos de los paisajes más espectaculares del planeta por los que transitan cada día cientos de camiones que cargan los alimentos que dan de comer a los vecinos de esta pequeña ciudad.

Este pueblo es una especie de capital del budismo. Sus habitantes son la prueba andante y viva de las bondades de esta religión y de la dieta vegetariana. Resulta imposible encontrar un brote de estrés o depresión entre los vecinos. La sonrisa perenne y la despreocupación son las características principales de su carácter. Leh y sus alrededores está llena de templos budistas. Los turistas mochileros han hecho suyo el pueblo. A lo largo de sus calles se pueden encontrar innumerables puestos en los que se venden todo tipo de objetos budistas e hinduistas con la consiguiente amplia gama de dioses indios. Para salir de Leh hay que pasar por el aeropuerto más seguro del mundo. Deben atravesarse al menos tres controles de seguridad y cumplir con innumerables requisitos y manías que a los extranjeros nos resultan incomprensibles. Pero que por supuesto hay que cumplir.

Partir hacia Varanassi o Benarés no es una mala opción, desde luego. La ciudad está situada justo al lado del río Ganges o Ganga, como lo llaman los indios. Este dato tiene gran importancia. Según la religión budista el que muere al lado del río llegará directamente al Nirvarna Según la religión budista el que muere al lado del río llegará directamente al Nirvarna . Por ello no es raro que hasta este punto lleguen ciudadanos de toda la India para ser incinerados. La muerte es algo absolutamente natural. Los cadáveres son quemados en medio de grande piras de madera acompañados por los familiares masculinos del fallecido que visten de blanco. Es todo un espectáculo que los occidentales contemplamos con insana curiosidad. Pero sumando una contradicción más a este país saturado de contradicciones Varanassi resulta ser una ciudad llena de vida. Como en otros rincones de la India las vacas campan a sus anchas por las calles, llenándolas de excrementos, sin que nadie se atreva a molestarlas. Varanassi es una ciudad que atrae desde el principio y a la que siempre se quiere regresar. Aunque sea para morir. Otra posibilidad es pasar por Jaipur. Ciudad que suele aparecer en casi todos los itinerarios turísticos no se sabe muy bien por qué razón. Y es que este enclave carece de interés. Es una ciudad montada como un escenario hollywoodense de cartón piedra.

Y vuelta a Delhi. La capital de India no es ningún ejemplo de ciudad interesante. Más bien lo contrario. El calor es absolutamente asfixiante, el tráfico es un caos, las calles sueltan polvo cuando caminas y las casas se están cayendo a pedazos. Pero su situación estratégica hace que sea obligatorio regresar y la verdad es que tampoco supone ninguna tortura especial. La ciudad encanta y repele por igual. Lo más seguro es que optemos por repetir experiencia mochilera en Main Bazar. La oferta de hospedaje y comida no tiene comparación con ningún otro punto de la ciudad. Un valor añadido es la seguridad que siempre ofrece estar entre europeos, por muy aventurero que se sea. Por las polvorientas calles occidentales y orientales se mezclan con supuesta naturalidad. Los primeros esconden su miedo o sorpresa detrás de forzadas sonrisas. Los segundos intentan sacar provecho de la situación.

Volver a Delhi es un ejercicio espiritual y físico que si se supera con éxito, siempre sentará bien.