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Los caminos del agua; un paseo por la Gran Canaria verde

La gran acequia de la Heredad de guas de Arucas y Firgas, institución que durante más de tres siglos gestionó los recursos hídricos de gran parte del norte de Gran canaria parte de la cabecera del Barranco de Las Madres iniciando un leve pero incansable descenso que la lleva hasta la pequeña y coqueta localidad de Firgas. A su paso por el pueblo, el canal, cuya construcción data de principios del siglo XVI, descubre un mundo de artificios humanos para atesorar y conducir el agua: canteros que la distribuyen; lavaderos; estanques; acueductos que salvan los caprichos de la geografía o túneles que marcan más del 50% del recorrido. Un camino de agua que descubre joyas sencillas como el Molino de Firgas (Dirección: C/ El Molino, 12 –Firgas-; Tel: (+34) 928 616 747; Horario: L 9.30 – 17.00 M-V 9.00 – 17.00 y S 9.30 – 14.00), complejas como el impresionante cantero distribuidor del Parque Municipal de Arucas o fastuosas como la sede de la Heredad en Arucas (Dirección: Calle la Heredad, 1; Tel: (+34) 928 600 103), un impresionante edificio que mezcla los aires clásicos con toques modernistas y hasta parisinos que dan muestra de la importancia económica que tuvo la institución en el pasado.

Agua. En una isla como Gran Canaria el control del agua se convierte en una herramienta de poder y control. Y para manejarla hay que invertir mucho trabajo y dinero. La acequia principal cuenta con 17 kilómetros en un trazado que desde el Barranco de Las madres baja hasta Firgas para, después, girar hacia La Goleta, bajar a Arucas y, desde ahí a Montaña Cardones. De este ramal principal parte una red de canales menores que abarca la totalidad de la comarca y suman en el total unos 70 kilómetros de caminos de agua; y desde ahí, canales que van a esta y aquella finca, redes de riego, pocetas, albercas,pozos,canaletas…

La Gran Canaria verde es hoy apenas un reducto de lo que fue. Según cuentan las crónicas antiguas, el imperio del agua se extendía desde las medianías cercanas a la ciudad de Telde hasta el frondoso valle de Agaete. Una franja de más de 14.000 hectáreas de un bosque tupido del que hoy apenas sobreviven unas 150 hectáreas aunque en franca progresión. Las previsiones de las autoridades insulares es que para finales de 2017 se hayan recuperado al menos un 10% de las 14.000 hectáreas potenciales de Monteverde, para lo que se habrán plantado más de medio millón de árboles. 150 hectáreas es apenas un 1% de lo que fue. Gloria que aún puede verse en lugares como Los Tilos de Moya y el Barranco de Azuaje, reducto original que resistió el embate del hacha y de la sobreexplotación de los acuíferos. Varios senderos permiten internarse en la antigua Selva de Doramas.

La Laurisilva vuelve a expandirse por las laderas del norte de Gran Canaria a partir de estos dos reductos. Y no sólo se extiende el manto verde más allá de los límites de piedra impuestos por los dos barrancos de los municipios de Firgas y Moya. También han vuelto viejos conocidos, como la Paloma Rabiche , que se había marchado de la isla hace ya bastantes décadas. Para el viajero inquieto queda la posibilidad de dejar el coche y caminar. El Barranco de Azuaje (acceso desde GC-350) es un ejemplo magnífico de transición entre los bosques termófilos y la Laurisilva. Las ruinas de un antiguo balneario de aguas medicinales dan paso a un animado paseo por el fondo de un barranco que lleva agua durante la mayor parte del año. Los sauces van dando paso a las especies de la Laurisilva según avanzamos hacia la cabecera del barranco, lo que convierte a este sendero de poco más de cuatro kilómetros en toda una clase de botánica.

En el caso de Los Tilos de Moya (Acceso GC-704) la altitud marca el predominio del bosque de Laurisilva. Aquí también puede dejarse el coche junto al antiguo Centro de Interpretación y subir barranco arriba por los senderos que corren en paralelo a la carretera. En las zonas altas, los árboles dan paso a los campos de cultivo que se suceden hasta las inmediaciones de la población de Las Aguas sube desde el casco de Fontanales hacia el Pozo de los Camberleng. Aquí, el agua crea paisajes casi irlandeses que sirven de frontera con los primeros metros del pinar. Las ovejas y cabras del lugar son responsables de los mejores quesos de la isla y también moldeadoras de un paisaje en el que los prados verdes le ganan la partida al bosque.

Sólo unos metros más arriba, los pinos se hacen los protagonistas absolutosEl Montañón Negro y la Caldera de los Pinos de Gáldar ponen una nota de colores negro y rojo en un paisaje marcado por el pinar y los helechales. Estamos al borde de la Caldera de Tejeda, una auténtica frontera natural que da paso a los extensos pinares de las cumbres y los ‘desiertos’ y palmerales del sur. Desde el Mirador de los Pinos de Gáldar se puede echar un vistazo a esos dos mundos; hacia el este, los huertos, los pueblos blancos, los manchones de verde. Hacia el oeste los abismos sobre los que se cuelga el pueblo de Artenara, la mole del Pinar de Tamabada y, si el tiempo lo permite, más allá el Teide .