Pedir una Guinness es algo así como un acto de rebeldía o una provocación; aquí se bebe Murphy’s. Contrapunto sureño a Dublin y junto a Belfast y la propia capital, parte de la triada de ciudades con mayúsculas de la Isla Esmeralda. Cork es el punto de partida habitual para recorrer el tramo más espectacular de la Wild Atlantic Way: justo el que circunvala la geografía caprichosa de las famosas cinco penínsulas de la costa suroeste del país: Dingle, Iveragh, Beara, Sheep's Head y Mizen. También deja a tiro de piedra algunos puntos increíbles del litoral meridional irlandés. Lugares como el pequeño puerto de Cobh (a pocos kilómetros de la ciudad), que en su Titanic Experience (Casement Square, 20) ofrece un interesante recorrido por la historia del barco de pasajeros más famoso del mundo que precisamente aquí, el 11 de abril de 1912, realizó su última escala para recoger a 123 pasajeros antes de atravesar el Atlántico en ese viaje sin final. Esta es una costa de despedidas. Miles de emigrantes dejaron Irlanda desde los puertos de este trozo de litoral en busca de la promesa americana. Son una parte importantísima de la historia local. Un trauma aún abierto que se cuenta en el Cobh Heritage Centre (Deepwater Quay). Aquí mismo puedes ver el monumento de Annie Moore la primera de los millones de irlandeses que pasaron por Ellis Island, el centro de recepción de emigrantes de Nueva York en 1892.
Qué ver en Cork.- La ciudad no es grande y se deja caminar en uno o dos días. Para organizar la visita tomaremos como referencia a St. Patrick’s Street, la calle que ejerce de espina dorsal del casco histórico. La ciudad vieja es, en realidad, una isla rodeada por los el del Río Lee, que se parte en dos poco antes de formar su estuario. Curiosamente, los grandes edificios de Cork se encuentran fuera de esta isla, pero aquí puedes ver las calles más importantes de la localidad: la propia St. Patrick’s y Oliver Plunkett Street. También se encuentran aquí los mercados históricos mejor conservados de Irlanda. El más importante de todos es el Mercado Inglés (Grand Parade), una galería comercial del siglo XVIII que es de las más antiguas de toda Europa. Aquí puedes encontrar algunas de las especialidades de la que se considera la capital gastronómica de Irlanda: el salmón ahumado, las morcillas y unos callos que quitan el sentido. Antes de abandonar la ‘isla’ échale un vistazo a la Catedral de San Pedro y San Pablo (Paul Street, 35) y el entorno de Bishop Lucey Park, donde puedes ver restos de las murallas medievales y una vieja iglesia reconvertida en centro de artesanía (Triskel Arts Centre) que ocupa una vieja iglesia.
Una de las señas de identidad de las ciudades irlandesas es la ‘convivencia’ de dos catedrales. Los siglos de dominio inglés se dejan sentir en estas catedrales anglicanas que, en la mayoría de los casos, ocupan los templos históricos (los católicos tuvieron que construir iglesias nuevas). Es el caso de Saint Fin Barre’s Cathedral (Bishop Street) aunque el edificio original se destruyó a finales del XIX al ser considerado como “demasiado simple” como para ser sede catedralicia. Y el resultado es un enorme edificio neogótico muy bonito de ver. En la orilla sur de Cork y a dos pasos de la catedral protestante tenemos el gran hito patrimonial de la ciudad: el Fuerte Elizabeth (Barrack Street). Esta fortaleza tiene orígenes medievales pero lo que vemos ahora es fruto de las guerras parlamentarias del siglo XVII. El fuerte se medio construyó a las prisas para resistir el asedio de las tropas inglesas y también jugó un papel importante durante las guerras jacobitas a finales de la misma centuria. Y después se convirtió en símbolo de la dominación inglesa tras el triunfo de los orangistas y la instauración, en la práctica, de un régimen de aparheit sobre la población católica (el castillo está muy bien restaurado y se han lucido con la recreación histórica). Para culminar el paseo por esta zona, puedes ir por Union Quay (en la ribera) hasta el Ayuntamiento de Cork (Anglesea Street).
Ciudad universitaria y republicana.- Otra de las señas de identidad de la ciudad es su carácter universitario. La Universidad de Cork es de las más prestigiosas del país y también de las llamadas históricas aunque su origen no se vaya más allá de mediados del XIX. Aún así, el University College -campus- (College Road) es uno de esos lugares que hay que ir a ver sí o sí. Muy cerca del campus se encuentra el pequeño Museo de Cork (Fitzgerald Park) que nos sirve para ir buscando esa vinculación de la ciudad con la proclamación de la república en Irlanda. El museo está situado en un parque muy bonito y cuenta con colecciones arqueológicas, históricas y artísticas. Las piezas prehistóricas o vikingas son dignas de verse, pero la exposición que reúne objetos de la revolución irlandesa son un recorrido por la lucha del país por sacarse de encima a los ingleses (en el parque puedes ver una estatura que rinde homenaje a Michael Collins).
Y de aquí podemos completar esta visita yendo hasta la Cork City Gaol (Convent Avenue). Esta cárcel estuvo abierta desde principios del siglo XIX hasta la independencia. Este centro penitenciario alojó a presos comunes pero las gaols irlandesas son espacios para la memoria del país por su papel en los años más duros de la lucha por la independencia. Aquí fueron recluidos y ajusticiados numerosos ‘patriotas’ irlandeses. Uno de los presos más famosos fue Frank O'Connor que estuvo preso durante la guerra civil irlandesa al militar contra el tratado de Estado Libre Asociado. Otro lugar vinculado a esta historia de conflicto es el Collins Barracks Military Museum (Collins Barracks Old Gate), un viejo cuartel de las fuerzas armadas inglesas que pasaron a manos irlandesas en 1922. Aquí hay una importante colección de objetos relacionados con Michael Collins uno de los grandes héroes de la historia irlandesa. Collins residía aquí cuando fue asesinado en una aldea cercana a Cork (el 22 de agosto de 1922 durante la guerra civil irlandesa).
Blarney Castle y la piedra de la elocuencia.- La primera vez que viajamos a Irlanda teníamos este lugar en el listado de las cosas que había que ir a ver sí o sí. Y merece la pena. Por muchas razones. La más obvia es la importancia histórica y patrimonial de este castillo. Blarney Castle (desde Cork acceso por N20) es un escenario imprescindible de la historia de Irlanda. Fue una de las plazas fuertes de de Munster, reinos histórico irlandés, y es de las pocas construcciones medievales que quedan en pie tras siglos de idas y venidas de los ingleses. El castillo es famoso por una curiosa leyenda que tiene que ver con la tirante relación entre Irlanda e Inglaterra a lo largo de los siglos. La Piedra de Blarney es un trozo de Scone Stone, una piedra sobre la que juraban los reyes escoceses, regalada por el mítico Rey Bruce a su homólogo e Munster por su apoyo en la guerra con los ingleses (siglo XIV). Según la leyenda, la Scone Stone llegó a Escocia desde Tierra Santa y que era nada más y nada menos que parte de la cama de Jacob. La piedra tomó notoriedad después de que uno de los últimos señores del lugar liara dialécticamente a la reina Isabel I justo antes de iniciar una revuelta que sublevó a media isla en el siglo XVI. SE dice que el que besa el piedro en cuestión (hay que ponerse boca abajo y mirando al abismo), es bendecido con el don de la elocuencia.
Más allá del interés histórico del lugar Blarney es también un monumentazo de primera. Es de los pocos castillos medievales que no fueron derribados durante la guerra con los parlamentaristas ingleses del siglo XVII. Lo que vemos hoy data del siglo XIV aunque pueden verse restos anteriores. Como sucedió con otras muchas fortalezas, las torres medievales se abandonaron y los nobles construyeron grandes casonas rurales. Y Blarney Castle no es una excepción (Blarney Castle House). Aquí puedes ver unos bonitos jardines y un pequeño bosque con un árbol singular: el Witch’s Yew Tree (Tejo de la bruja), vinculado a una de esas historias mágicas que se pueden encontrar casi en cada rincón de la isla.
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