Escondida tierra adentro y prácticamente desconocida. Vilna forma parte de la triada capitolina de los pujantes países bálticos. Junto a sus vecinas Riga (Letonia) y Tallin (Estonia), la capital de Letonia forma parte de esa auténtica borrachera de optimismo que viven las repúblicas bálticas, países que gracias a la combinación de impuestos bajos y su pertenencia al club de la Unión Europea se han convertido en pequeños tigres económicos. Como sucede con sus primas hermanas, Vilna es una ciudad muy atractiva para hacer un viaje, pero no es tan conocida como Riga o Tallin que se llevan la mayor parte de los viajeros y viajeras que se internan en esta realidad dinámica que son las Repúblicas Bálticas. En contra de Vilna está su situación. Alejada del mar y muy cerca de la frontera de Bielorrusia –menos de tres horas en coche de Minsk-, la capital lituana queda a desmano para planear un viaje largo por las repúblicas. Pero siempre queda la opción de la escapada.
Una ciudad apasionante y contradictoria que, por ejemplo, compagina ser el último bastión del paganismo báltico con una de las concentraciones de iglesias católicas por habitante más altas de Europa. Un paseo por el casco histórico basta para darse cuenta del enorme peso de la religión en el país. El catolicismo heredado de su vinculación histórica con Polonia se combina con una de las comunidades judías históricas más grande del viejo continente. Hoy toda esta herencia a varias bandas (incluida la rusa tras siglos de relaciones complicadas que alternan dominación, lucha y coexistencia más o menos pacífica) se combina con la proliferación de una nueva clase de lituanos: el hombre o la mujer de negocios. El distrito de Vilnius Business Harbour, situado en la orilla norte del Río Neris es el paradigma de la nueva ciudad de negocios. El icono de este downtown anodino y anglosajón es la Torre Europa (Konstitucijos pr. 7), el edificio más alto de los países bálticos y emblema de un nuevo barrio residencial y de negocios donde el precio del metro cuadrado vuela entre cristal, hormigón y acero. La Vilna que a nosotros nos interesa es otra.
Un paseo por la Senamiestis (ciudad vieja).- Para empezar por el principio lo mejor es subir directamente hasta la Torre de Gediminas (Arsenalo g., 5), una fortaleza de inicios del siglo XIV que nos remiten a los inicios míticos y reales de Vilna. Los primeros momentos de la ciudad datan de esta época. El Gran Ducado de Lituana dominaba sobre buena parte de los actuales países bálticos y una porción importante de la antigua Rus de Kiev siendo el último reducto del paganismo en Europa. Y esta fortaleza, que se convertiría en capital de un país, nació como punto defensivo ante las continuas incursiones de la Orden Teutónica que pretendía imponer el cristianismo en la zona. En torno a este punto elevado junto al río nació y creció la ciudad y los principales baluartes del poder se establecieron a su vera: el Palacio de los Grandes Duques de Lituana (Katedros a., 4), un enorme complejo palaciego repleto de obras de arte; los Arsenales ducales (Arsenalo g., 3), antiguos barracones y depósitos militares que hoy albergan el Museo Nacional de Lituania (con interesantes colecciones arqueológicas, históricas y artísticas) y la Catedral de Vilna (Šventaragio g., sn) con su perfil de templo griego y su campanario exento. Un epicentro rodeado de plazas y jardines que sirve de corazón de la ciudad y base fundamental para explorar los callejones del centro histórico.
La calle Pilies Gatve sirve de vía principal para ir y venir por la vieja Vilna conectando puntos importantes como la Universidad (Šv. Jono g., 12), donde puedes visitar sus claustros y la preciosa Iglesia de San Juan -Šv. Jonų bažnyÄios-, el Callejón Literatų gatvÄ, que aúna la belleza de sus edificios históricos con multitud de placas literarias, el Museo Nacional de Arte (Didžioji g., 4), la Plaza del Ayuntamiento y, para finalizar, la Puerta de la Aurora (Aušros Vartų g., 14), una preciosa puerta de estilo barroco que aúna la función de ermita a la de su papel como abertura de las viejas murallas de Vilna. Es de los pocos resquicios de las antiguas fortificaciones de la ciudad que fueron demolidas casi en su totalidad por los rusos a finales del siglo XVIII. Esta puerta se salvó de ‘milagro’ gracias a su uso como oratorio. Para ver lo poco que queda de los viejos muros hay que andarse hasta el número 20 de la calle de Bokšto para ver el Bastión.
Iglesias, iglesias, iglesias… Cientos por toda la ciudad y no exageramos. Pero si hay que elegir alguna te recomendamos dos: la Iglesia de Santa Ana (Maironio g., 8), una de las primeras grandes iglesias del país y obra maestra del gótico hecho con ladrillo. Una maravilla que impresiona y sobrecoge más allá de su significado religioso. Dicen que Napoleón bromeó con desmontarla ladrillo a ladrillo y trasladarla a París. El otro templo que merece la pena verse es la Iglesia Ortodoxa del Espíritu Santo (Aušros Vartų g., 10) que engaña por la sencillez de su exterior (el interior es de gran belleza).
La Avenida Gediminas y los palacios del Centrum.- El otro gran eje de la ciudad es la Avenida Gediminas que tal como sucede con la calle Pilies Gatve parte de la plaza de la Catedral a los pies de la Colina Gediminas aunque se aleja hacia Centrum, la ciudad nueva. Esta gran avenida es también la principal arteria comercial de la ciudad y aunque proliferan las marcas que inundan toda Europa, la arquitectura de inspiración clásica y barroca mantiene una cierta uniformidad con la ciudad vieja. Aquí, también, se acumulan los principales centros de gobierno de la república como la Sede del Gobierno de la República (Gedimino pr., 11); el Banco de Lituania (Gedimino pr., 6) o el Parlamento de Lituania (Gedimino pr., 53) y también lugares de gran importancia simbólica como el Teatro Nacional (A. Vienuolio g., 1) o el sobrecogedor Museo del Genocidio y la Resistencia de Lituania (Aukų g., 2A), un centro para la memoria situado en el antiguo palacio de justicia de Vilna construido en el siglo XIX durante los tiempos de la dominación rusa. Aquí se instalaron las oficinas de la Gestapo durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial y de la KGB después del conflicto.
Judíos y bohemios.- La riqueza de Vilna durante los siglos XV, XVI y XVII atrajo hasta aquí una buena porción de población del centro y este de Europa: también una buena cantidad de judíos y judías. En los buenos tiempos de la comunidad en la ciudad había más de 100 sinagogas. Hoy podemos ver la Sinagoga del Coral (PlaÄioji g.) como huella de aquellos tiempos. Los judíos vivían en torno a la Universidad de Vilna y en el barrio de Uzupis (literalmente ‘al lado del río’). La ocupación alemana de Lituania supuso la práctica desaparición de la comunidad judía de la ciudad y el barrio de Uzupis quedó prácticamente despoblado. Los tiempos de la dominación soviética ahondaron en la decadencia del barrio hasta que tras la independencia se convirtió en refugio de artistas alternativos que buscaban alquileres baratos o pisos abandonados. Este fue el origen de la República Independiente de Uzupis, un movimiento contracultural que ha convertido el barrio en un polo cultural de gran animación. En el barrio proliferan las tiendas alternativas, las galerías de arte y una enorme oferta gastronómica. Y además es un barrio muy bonito de ver.
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