Algunos lugares permanecen anclados en el tiempo; como si el transcurrir normal de los siglos no fuera con ellos. Son pequeños reductos en los que permanecen costumbres, paisajes inalterados y piedras venerables que están ahí desde la noche de los tiempos. Suelen ser lugares aislados. Como este trozo maravilloso del Pirineo leridano. En los años 50, un proyecto hidroeléctrico conectó este rincón, hasta ese entonces aislado, con el resto del país y abrió las puertas de un paraíso de alta montaña donde se alternan paisajes intactos y una colección de iglesias románicas que, desde el año 2000, forma parte del listado del Patrimonio Mundial de la Unesco. Pueblecitos de aroma medieval, la cercanía del Parque Nacional de Aigüestortes y su cultura pirenaica son atractivos más que suficientes para atraer la atención de viajeros y viajeras inquietas. Pero la verdadera joya de este estrecho valle son sus nueve templos románicos. Las iglesias de Sant Climent, Santa María, Coll, Barruera, Natividad de Durro, Boí, Erill la Vall y Cardet y la ermita de Sant Quirc son auténticos tesoros que convierten a Vall de Boí en un lugar único.
Conviene empezar la visita por el pequeño pueblo de Erill da Vall (acceso a través de carretera L-500) donde se encuentra el Centre del Románic de la Vall de Boí (Dirección: C/ del Batalló, 5; Tel: (+34) 973 696 715; Horario: LD 10.00 – 14.00 y 16.00 – 19.00 – cierra del 1 de noviembre al inicio de la Primavera--; E-mail: info@centreromanic.com). Este pequeño centro museístico explica el contexto social, histórico, religioso y artístico en el que se construyen las famosas iglesias de la comarca; es, por lo tanto, una buena manera de iniciar la exploración del valle ya que no sólo ofrece las claves sobre las construcciones o las famosas pinturas murales que después visitaremos, sino que explica de manera integral esos cuatro siglos que median entre la construcción de la primera y la última de las iglesias (entre el X y el XIII). Erill da Vall es también un pueblecito muy cuidado de casas de piedra y trama laberíntica que guarda la primera de las joyas del valle: la iglesia románica de Santa Eulália. El edificio, del siglo XII, es un ejemplo paradigmático del románico lombardo tan característico del valle y presume de contar con uno de los campanarios más hermosos de la comarca. Atalaya de piedra, madera y pizarra que se levanta siete pisos y desde el que pueden verse sus homólogos de Sant Climent de Taüll y Sant Joan de Boi.
Campanarios y atalayas. Porque por aquel entonces, estos lares cercanos a la frontera con el francés no eran muy tranquilos. El Valle del Boí, excavado pacientemente por los hielos de la última Era Glaciar, primero, y por las aguas del Río Noguera de Tor, después, es una de las vías naturales de acceso a las cumbres pirenaicas (el Pico Aneto está muy cerca) y por lo tanto, lugar propicio para invasiones. Por ello, a principios del siglo XI se repuebla la zona bajo el mandato de la casa señorial de Erill. Fruto de aquellos años de expansión fueron las iglesias románicas y el crecimiento de pueblos y aldeas que se esparcen por toda la comarca.
El arte siempre tuvo una fecunda relación con el poder. Y no es de extrañar que los mejores años de los señores de Erill coincidan con hitos como la construcción de las iglesias de San Climent y Santa María. San Climent de Taüll es el icono paradigmático del románico del Boí y uno de los mejores ejemplos de arquitectura románica rural de España. Con tres naves y uno de los campanarios más altos y esbeltos, esta basílica atesoró pinturas murales que se han convertido en un verdadero símbolo de la iconografía medieval mundial. Y decimos atesoró porque gran parte de los originales se arrancaron de las paredes y se trasladaron a Barcelona. Aún pueden verse restos de los murales, y un impresionante sistema de proyección multimedia evoca las famosas pinturas con su icónico Pantocrator como eje vertebrador de un conjunto pictórico sublime. También se llevaron los murales de la más modesta Santa María de Taüll, que han sido sustituidas por cuidadas reproducciones.
La cercanía de los pueblos permite ventilarse las visitas en pocas horas; la pequeña aldea de Boí, por ejemplo, está a medio camino de Erill la Vall y Taüll (2,6 y 2,3 kilómetros respectivamente por la L-501). Apenas un paseo de un par de minutos que dan acceso a la pequeña y preciosa San Joan de Boí, una de las construcciones más antiguas de la zona (data del siglo XI). Al igual que sucedió con sus vecinas, las pinturas murales se trasladaron al Museo Nacional de Arte de Cataluña y hoy hay que conformarse con copias exactas. Pero conviene quedarse al menos un fin de semana para no ir con prisas.
Un paseo desde Durro
El casco de Durro da buena muestra de la importancia que la pequeña localidad tuvo en época medieval. Las casas de piedra se apelotonan en la margen izquierda del Arroyo de los Almineres creando un verdadero laberinto de veredillas que suben y bajan al dictado que marca la geografía del valle. El pueblo también cuenta con su propia iglesia. La Natividad de Durro repite los esquemas de otros templos de la zona: románico lombardo en una única nave cubierta con bóveda de cañón. Un breve paseo de 1,7 kilómetros sube hasta la Montaña de Durro, dónde se levanta la pequeña pero preciosa Ermita de San Quirc, una construcción muy sencilla del siglo XII que, sin embargo es una muestra de pureza arquitectónica. Ya de vuelta al cauce del Noguera de Tor (a apenas 3,6 kilómetros de Durro) se encuentra la pequeña aldea de Barruera, que también presume con su Iglesia de Sant Feliu (siglo XI).
Al igual que sucedía con la triada Erill-Boi-Taüll, en apenas unos kilómetros se apelotonan los hitos patrimoniales. Un extremo que invita a dejar el coche y echarse a andar, porque más allá de los ábsides, los arcos, los capiteles o los campanarios, el entorno incluye todos los atractivos vinculados a la alta montaña. Y desde Barruera también puede el viajero darse un salto hasta Cardet, donde espera la sencilla Santa María (siglo XII) con su espectacular ábside, que esconde la única cripta de todo el conjunto. Un poco más apartado se encuentra La Asunción de Coll, que pese a su tamaño cuenta con las mejores muestras de escultura románica de toda la comarca.
Pero no todo va a ser ver iglesias, aunque éstas sean la principal atracción de la zona y, seguramente, la excusa que lleva al viajero a internarse en el valle. Carretera arriba se encuentra el Balneario de Caldes de Boí, un surtidor que ostenta el récord mundial de manantiales de aguas minero medicinales con 37 fuentes que fluyen entre los 4 y los 56 grados centígrados. Este centro de salud cuenta con modernas instalaciones y un completo catálogo de tratamientos de salud y relax. Y a pocos kilómetros de Taüll (siguiendo la L-501) se localiza la Estación de Esquí de Boi Taüll que cuenta con 45 kilómetros esquiables en un total de 47 pistas (seis verdes, ocho azules, 24 rojas y nueve negras).
Y también hay naturaleza. Y a lo bestia. El Parque Nacional de Aigüestortes, con sus casi 14.000 hectáreas, es uno de los mejores ejemplos de la acción de los glaciares en territorio español. Bosques, una infinidad de lagunas glaciares y picos montañosos forman este verdadero paraíso para los amantes del senderismo (hay 26 rutas perfectamente señalizadas –ver listado-). El parque cuenta con cuatro centros de interpretación (en las localidades de Espot, Boí, Senet y Llessui) y también con varias zonas de fácil acceso (a través de la L-500).