Amberes es una revista digital volcada en la divulgación de contenidos culturales y con un especial interés en los nombres y eventos de la escena santanderina.
Emulando la vocación comercial de la ciudad que le da nombre, nuestra revista aspira a transformarse en un polo de intercambio no ya de bienes tangibles, sino de una serie infinita de ideas cuyo anclaje se encuentra en las manifestaciones culturales más dispares. Nuestro propósito es acercarnos a éstas sin miedo para mediar entre ellas y nuestros lectores.
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Álvaro Fombellida: “Cuando subo al escenario, me sumerjo totalmente en lo que estoy creando”
Entrevista al joven artista santanderino a propósito de su exposición “El Pequeño Valle de la Depresión”, trabajo en el que combina música y dibujo.
Álvaro Fombellida (Santander, 1994) tiene dentro universos que canaliza a través su garganta y plasma en papel. Una de sus galaxias, con sus estrellas, energía y materia oscura, descansa estos días en las paredes del Rvbicón. Se llama 'El Pequeño Valle de la Depresión', y tiene una nebulosa poco habitual: está hecha a carboncillo.
Residente en Santander, estudió Diseño en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad del País Vasco.
No es la primera vez que se le ve tras un micrófono; le hemos escuchado con los grupos La Bella Homicida y Reed, pero sí es la primera vez que presenta algo de estas características. Un proyecto muy especial, con mundos ambiguos, paisajes oscuros, personajes atemporales y oníricos...
El Pequeño Valle de la Depresión es un proyecto intimista, lleno de sombras y luces, donde, a través de un viaje al interior, nos presenta un mundo propio. Un mundo complejo por su profundidad, pero sencillo por lo humano que resulta.
Nos recibe con una sonrisa abierta y clara, que contrasta, a primera vista, con la oscuridad del valle en el que nos vamos a adentrar.
¿Cómo empezaste a tocar, a dibujar?
Las dos vertientes artísticas en las que me muevo, el dibujo y la música, vienen de dos sitios diferentes: el dibujo ha sido la base. Desde pequeño he dibujado, y en cierto modo, destacaba un poco por ello.
Llegado el momento de decidir, aunque también me había interesado por la informática, me decanté por estudiar Diseño. Ahí retomé el dibujo, empecé a ver las bases de la pintura y la escultura, y me enfoqué al diseño y la ilustración.
En cuanto a la música, el teatro me ha influenciado mucho. En el instituto, antes de empezar con la guitarra, hice dos años de teatro, y, sin haber llegado a dedicarme a ello, esto me dio cierta visión de lo que es el escenario. La forma de afrontar una actuación musical posteriormente vino muy marcada por la dramatización.
Esa especie de silencio, la solemnidad de interpretar tu pieza. Eso me ha llevado a entender la música no como mero divertimento, sino como una obra teatral. En este caso concreto, de tragedia.
¿Y tu formación musical?
Estuve tres años estudiando en la Escuela Cántabra de Guitarra. Empecé a tocar con amigos, a hacer grupos, a componer mis canciones… Nunca he sido muy de hacer versiones. En ese sentido, siempre he tratado de buscar los sonidos que me iban interesando con la guitarra. Y al final, creo que he llegado a tener mis propios recursos que no remiten a los de otros músicos. Aunque teniendo siempre muchas influencias, por supuesto.
¿Cuáles dirías que son esas influencias?
Escucho mucha música, muchos géneros diferentes. Me parece fundamental, para crear algo nuevo, el tener muchas referencias, y saber utilizar cada una en su medida.
Una de mis influencias más notables podría ser Esbjörn Svensson Trio, trío de jazz europeo. No es la típica propuesta de jazz. No tienen la complejidad armónica de otras bandas, lo que hace que sea muy fácil para el oído, pero, a la vez, juegan con muchísimas texturas, sonidos… Tienen una propuesta muy dinámica.
Brad Mehldau sería otra influencia muy importante. Pianista de jazz, ha versionado música de rock, y estilos muy diferentes. También destacaría a Philip Glass. Me impresiona mucho el trabajo que hace con las óperas, en las que recrea todo un mundo que también tiene que ver con el teatro y la representación.
Nick Drake sería mi influencia más a nivel de cantautor, por los sonidos que saca de la guitarra, es una propuesta diferente.
Cuando tocas, haces que la gente entre en una especie de trance. Es muy fácil dejarse llevar por tu música.
Sí, creo que tiene que ver con la propuesta teatral. Cuando subo al escenario, me sumerjo totalmente en lo que estoy creando. Esto hace que la gente se sumerja también, porque se dan cuenta de que está pasando algo real.
De hecho, no miras al público.
No (risas). Si abro los ojos por cualquier cosa, a veces pierdo mi hilo, y me desconcentro un poco. Además, con los ojos en negro puedo imaginarme lo que estoy cantando, y meterme más de lleno.
Este proyecto, El Pequeño Valle de la Depresión, se compone de cinco cortes musicales, cada uno acompañado de una serie de ilustraciones. «La Isla de los Muertos», «A costa de la Rabia», «El Pequeño Valle de la Depresión» (que da título al proyecto), «Quemado por el fuego», y «El Diablo Blanco».
¿Por qué el título?
El título vino cuando el proyecto ya estaba muy avanzado. En la tercera pieza, que da título al proyecto en sí, había dibujado una casita, en un ambiente oscuro… Me di cuenta de que ese era el paisaje central, de que quería centrar la atención en ese lugar.
Me pareció que era algo muy general, en el sentido de que recogía la idea global del proyecto, y a la vez, muy concreto, porque es un lugar pequeño, frágil.
Todo empieza en los paisajes exteriores, y se va adentrando hacia dentro, cada vez más, hasta el rincón más oscuro, donde deja de haber luz.
Es interesante el hecho de que permanece abierto a otras interpretaciones, ya que muchas cosas se quedan en el aire. No queda del todo cerrado. Incluso es un lugar que me plantearía ampliar y revisar.
La primera pieza, «La Isla de los Muertos», está inspirada en un cuadro de Arnold Böcklin con el mismo título. Como nos cuenta su autor, se trata de un viaje a través de esa escena, y también de una reinterpretación de ella. Habla de la llegada de un personaje allí en barca. Se recrea lo que ve, lo que siente, lo que pasa alrededor…
¿Una isla en un valle?
Bueno, tengo que decir que El Valle es realmente una costa. El lugar recibe el nombre de El Pequeño Valle de la Depresión, se llama así, pero no es un valle al uso. Se trata de una costa recogida entre unas pequeñas montañas. Yo sitúo la Isla de los Muertos frente al valle, frente a esa costa.
¿Cuánto tiempo estuviste trabajando en este proyecto?
En torno a un año, con periodos de más intensidad de trabajo, y de menos.
A lo largo de este tiempo, el propio proyecto evolucionó y cambió bastante. Al principio iban a ser más cortes musicales, y no iban a estar tan relacionados. Quería hacer un disco con su portada, e imágenes que fueran acompañando a las canciones.
De repente, hubo un momento en el que me di cuenta de que todo ello era el mismo sitio. Entonces empecé a jugar con la retroalimentación de las imágenes y las canciones: unas ayudaban a acabar a las otras. Así llegué a los cinco cortes finales.
¿Te has inspirado en algún lugar físico para esta Isla?
Un día, estaba con mis padres en una cafetería en Ajo. Estábamos frente a la playa, con las rocas. Entonces cogí mi bloc de notas, y empecé a dibujar un mapa, a bocetar con flechas dónde estaba cada cosa. Había un islote. Yo estaba pensando todo el rato en la Isla de los Muertos. Allí se creó ese primer mapa mental, que fue lo que desembocó en El Pequeño Valle de la Depresión.
Me he inspirado mucho también para esta obra en una pequeña isla que está frente a La Magdalena [Isla de La Torre]. Era una especie de Isla de los Muertos que podía tener aquí para mí.
En la presentación, que fue aquí, en el Rvbicón, estuviste acompañado también por Hugo Saiz, al violonchelo. El resultado fue maravilloso. ¿Cómo surgió la colaboración? ¿Concebiste desde un primer momento la música para guitarra y chelo?
Sí, las canciones están pensadas para acompañarlas con la guitarra y el chelo, y la voz, claro. En lo musical, los sonidos que iba descubriendo, que buscaba o me interesaban, tenían que ver con la propia cualidad de las imágenes. No solo con lo que representaban, sino además con el cómo estaban pintadas: carboncillo, sus texturas… Eso me remitía a instrumentos acústicos, la guitarra, que es mi instrumento dominante, y el chelo, porque en mi cabeza, a esas melodías, el timbre que mejor les iba era el chelo.
Las imágenes y la música van estrechamente relacionadas. En algunas de las piezas la relación es más sólida, en otras más flotante. Pero en conjunto, es muy significativa la relación entre unas y otras.
¿Te cuesta ponerte en un escenario?
El teatro me ayudó mucho a perder ese miedo, porque yo soy una persona tímida, introvertida. Sin embargo, ahora mismo el salir a tocar es algo que tengo muy asimilado. Pero a veces, como con este proyecto, sientes más responsabilidad. Muchas de estas canciones nunca las había tocado en directo, porque pensaba que defenderlas era difícil. Pero con el chelo ya me acercaba al sonido que buscaba. Si no, no podría tocarlas.
Trabajar con Hugo también fue muy fácil, ya que nos conocemos desde hace mucho tiempo, y nos entendemos bien. Era sencillo darle alguna pista sobre lo que podríamos hacer en cada parte, y él en seguida venía con algo que me encajaba perfectamente.
Esta es tu primera exposición, ¿no?
Sí, esta es la primera vez que expongo. Y era interesante, especialmente, más que exponer los trabajos, tocar a la vez. Acompañarlo con la música. Realmente esa conexión que hay entre las imágenes y la música, porque, si bien la música se puede escuchar, y las láminas ver por separado, al hacerlo de forma conjunta, gana otro nivel. Es como han sido concebidos, como si la música fuese una banda sonora de los propios dibujos. Al final, mi objetivo era intentar recrear ese mundo, y para ello está la vista y está el oído. El sentir el lugar.
Es como representar una función de principio a fin.
¿Por qué carboncillo?
Las referencias pictóricas que he tenido han sido todas cuadros de pintura. Sin embargo, yo no he hecho ninguna pintura. No era mi objetivo representar la técnica; quería representar los ambientes que me evocaban, más que la composición. El fondo, el mar… En eso el carboncillo ha sido una gran ayuda.
El carboncillo es una técnica con la que no había hecho ninguna obra propia, solo algún ejercicio de clase. Quería probar, porque tenía la sensación de que podría conseguir muchas texturas diferentes. Sobre todo, porque es muy expresiva. Tanto, que hay trazos que son irreproducibles.
Yo antes había trabajado con boli Bic; de hecho, hay dos piezas aquí expuestas. Me gusta mucho, porque soy capaz de sacar muchas texturas por medio de líneas y de tramas pequeñas. Pero había algo en este proyecto que me decía que no usara tanto el boli. El carboncillo fue la alternativa. El carbón es más orgánico. Los tonos, lo terroso… Tenía mucho más que ver con este lugar. Es como el hollín, las paredes manchan.
¿Cómo trabajas? ¿Es una combustión espontánea en un momento de inspiración, o se va cocinando a fuego lento?
Detrás de todo esto hay muchas ideas, muchos bocetos, composiciones… Sobre todo, el momento del boceto es en el que viene el flashazo. La idea inicial. Pero luego, es un proceso de ponerte a trabajar directamente y ver cómo queda lo que has imaginado. Es un proceso más calmado.
¿Hasta qué punto es compatible ser una persona alegre, jovial, con esta forma de expresión artística? ¿Cómo crees que convive esa dualidad en una persona?
Volvemos al teatro. En todas las artes existe una realidad y una dramatización de la realidad, que puede ser, o no, una exageración. Pero es, a fin de cuentas, una representación del mundo que sobrepasa lo real. Muchas de esas cosas se crean a raíz de pensamientos reales internos, de conversaciones con uno mismo, de sensaciones en un momento concreto o acumuladas tras mucho tiempo. Todo esto se traslada a un plano, no de ficción, sino paralelo, que no es la realidad en sí misma, pero que sí es tu realidad.
¿Has pensado en mover este proyecto?
Sí, claro. He pensado en hacer una representación de este trabajo en Eureka, y también he hablado con el Espacio Joven para llevarlo. También he pensado en llevarlo a Torrelavega, aún no sé el dónde. La idea es poder acercarlo a todo el que quiera verlo, y que el que ya lo haya visto, y le apetezca, pueda volverlo a hacer.
Nota: El Pequeño Valle de la Depresión estará expuesto en el Rvbicón (Calle del Sol, 4) hasta el próximo 18 de abril.
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