Dos meses después del golpe de estado de 1936 llegó al mundo Marta Peredo Escobedo. Esta santanderina fue la cuarta hija de una familia obrera que tuvo que convivir con los problemas que generaba tener conciencia de clase durante una dictadura franquista.
Con ternura, Marta recuerda cómo su padre, que combatió en la guerra de España en defensa del gobierno democrático republicano, al volver a casa “no quería hablar ni de la guerra ni de la muerte”, algo que se podía extender “a medio país”: “Había silencio”, sentencia.
Pese a que sus recuerdos comienzan en la posguerra, su memoria aún guarda imágenes sobre cómo ayudaba a su madre a vender pescado en la calle mientras su padre estaba en la contienda bélica. Ella nació, creció y vive en la popular calle del Sol de Santander, un lugar donde en los años 40, rememora, se podían apreciar las diferentes clases sociales en un paseo de unos pocos minutos: “Hasta el número 20 éramos clase trabajadora, más allá había gente más pobre que nosotros, y los de todavía más allá eran gente rica de apellido”, cuenta Peredo.
Precisamente, haber crecido en un entorno en el que las diferencias sociales eran tan grandes y en una familia como la suya le permitió sentirse desde bien pequeña muy orgullosa de pertenecer a la clase trabajadora, donde había aprendido “la honradez y la solidaridad”.
En cambio, en su entorno escolar, que era franquista, le trataron de imponer unos ideales que no eran los suyos, lo que le generó ciertas contradicciones en aquellos años: “En la Segunda Guerra Mundial, cada vez que los alemanes entraban a una ciudad de Francia, en clase rezábamos un 'ave maría' y nos explicaban que los nazis eran los buenos y los franceses herejes y ateos”, explica.
Pero superó el adoctrinamiento del Colegio Sagrados Corazones y comenzó a ponerse en pie ante las injusticias. Así revela que se hizo “luchadora”para que las cosas cambiasen, y eso le llevó a la cárcel en varias ocasiones: “Era una injusticia. Las cárceles no servían porque las tenía un gobierno dictatorial que quería tener reprimida y encarcelada a la gente que quería una forma de vivir mejor”.
De esos momentos guarda recuerdos muy traumáticos como cuando en una manifestación contra la pena de muerte se la llevaron a la cárcel donde permaneció más de un mes. Pese a lo duro y lo triste, Marta Peredo narra con entereza las condiciones con las que se encontraba en los calabozos, y es que allí, además de estar rodeada de suciedad, recibió insultos y desprecios: “No podía comer la comida que nos daban y como me encontraba débil pedí un médico. Cuando llegó, me midió la tensión y me dijo que estaba embarazada. Le dije que no y me volvieron a meter al calabozo”, cuenta con la rabia de saberse maltratada.
Sobre los motivos que la llevaban a manifestarse y a correr el riesgo de acabar en prisión, el divorcio o el aborto fueron algunas de las razones por las que esta mujer entendió que merecía la pena luchar contra la resistencia policial y el estado represor. “El feminismo han sido 40 años de mi vida y me ha servido para ser lo que soy”, explica.
A las mujeres nos falta un peldaño por conseguir y es que nos miren con el respeto que nos merecemos. No hemos llegado a la igualdad, el machismo está ahí y el patriarcado sigue existiendo para formar la familia, el grupo o la comunidad
Iniciar su camino hacia la igualdad en pleno franquismo también le llevó a formar parte de una revista creada por la Asociación Mujeres de Hogar y Consumidoras. Una revista que, además, nunca vio la luz “porque tenía que pasar por el gobierno civil” y decidieron censurarla. Ahora, y echando la vista atrás, reconoce lo que costó sacar adelante leyes como la del divorcio, y reflexiona sobre las reivindicaciones que siguen siendo necesarias en la actualidad. “A las mujeres nos falta un peldaño por conseguir y es que nos miren con el respeto que nos merecemos. No hemos llegado a la igualdad, el machismo está ahí y el patriarcado sigue existiendo para formar la familia, el grupo o la comunidad”, reconoce, y vuelve a sacar a la luz la activista que sigue siendo.
Volviendo la vista atrás, en los años ochenta Peredo se convirtió en una de las fundadoras de la primera Asamblea de Mujeres de Cantabria, algo por lo que es reconocida pero a lo que ella prefiere quitarle importancia: “Nunca he sentido que yo haya hecho algo, todo ha venido en consonancia con mi forma de ser y con el medio en el que me he desenvuelto”.
Sobre su vida más allá del activismo y de la política, confiesa que se casó enamorada, que trabajó hasta que pudo y que es “extraordinario” lo que siente por sus cuatro hijos. No obstante, advierte que nunca ha puesto a sus descendientes “por encima” de lo que hacía: “Lo he unido”, cuenta en relación a su forma de criar, tan diferente a la que ella veía en su entorno.
Peredo, de 86 años, reconoce no estar preocupada por su futuro y admite que Simone de Beauvoir le ha ayudado a “admitir la vejez”. Así, se muestra orgullosa de haber estado siempre dispuesta a tomar decisiones: “Tengo una gran cantidad de ingenuidad encima y sigo pensando que las cosas están muy mal, pero no sufro pensando que va a haber un cataclismo porque no lo puedo creer”, admite esperanzada.
Marta Peredo Escobedo es una de las protagonistas del Proyecto Legado, un repositorio de testimonios personales que son vida registrada en soporte audiovisual y custodiado por la Filmoteca de Cantabria y la Fundación Patronato Europeo del Mayor (PEM). Esta última, junto con Unate-La Universidad Permanente, son las impulsoras de una iniciativa que cuenta con la colaboración de la Consejería de Universidades, Igualdad, Cultura y Deporte del Gobierno de Cantabria y de diversos ayuntamientos de la comunidad.