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Sobre este blog

En el teatro, el concepto de ‘cuarta pared’ hace referencia a ese muro invisible que separa en el proscenio a espectadores y actores. Derribar esa convención, esa ‘cuarta pared’, ha sido, por lo tanto, tarea transgresora por antonomasia tanto en el teatro como, metafóricamente, fuera de él. Hablar de Santander derribando esa ‘cuarta pared’ es confundir actor y espectador, testigo y decorado, de tal modo que los personajes de esta ciudad ensimismada con su reflejo den un paso atrás para dejar que el observador sea, si acaso una vez, el protagonista de su tragicomedia cotidiana.

Puentes que no conducen a ninguna parte y otras historias de derroche en Santander

El puente de Arenas, en Santander, conecta un Parque Tecnológico con prados.

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“Icono de Cantabria”, “Puerta de Santander”... Toda la semántica pomposa de las ciudades con pretensión de gran urbe fue utilizada para celebrar la inauguración del puente del Parque Científico y Tecnológico de Cantabria (PCTCAN), una obra del ingeniero Juan José Arenas, construida por la empresa Ascan y que costó 4,8 millones de euros en el ahora lejano 2008, primer año de aquella crisis económica, aunque en aquel entonces no se la reconocía como tal. Pero fue precisamente la crisis la que sepultó en la irrelevancia un puente atirantado de cuatro carriles llamado a conectar un parque tecnológico recién estrenado con un gran polígono residencial y empresarial en la parte norte del municipio.

470 toneladas de acero estructural en chapa, 34 toneladas de acero en tirantes, 355 toneladas de acero de armadura y 7.500 metros cúbicos de hormigón de todo tipo para acabar en una glorieta que redistribuye el tráfico a caminos de vacas. La crisis y los cambios políticos echaron por tierra el megalómano proyecto para la ciudad y, casi 15 años después de su apertura, por su tablero pasa algún coche de vez en cuando y al anochecer se ha convertido en puerta de otra ruta: la vía alternativa para intentar sortear los controles de alcoholemia de los que salen de Santander con alguna copa de más rumbo al vecino municipio de Santa Cruz de Bezana.

PCTCAN y el puente atirantado

El puente de Arenas fue significativo por más motivos. Estaba llamado a conectar el gran área de desarrollo residencial y empresarial de Rucandial con el Parque Científico y Tecnológico de Cantabria, que ha pasado también grandes apuros en los últimos años. Costó más de 50 millones de euros y tiene 237.000 metros cuadrados de extensión, pero con el tiempo es cada vez menos tecnológico y dedica más espacio a oficinas de empresas públicas y privadas. Por albergar, alberga las sedes de dos consejerías del Gobierno, dos empresas públicas dependientes del Ejecutivo autonómico, una universidad privada, instalaciones deportivas y una residencia de estudiantes, entre otras cosas.

El PCTCAN fue creado con una serie de condicionantes extraños. Si una de las empresas instaladas decidía irse en el futuro, había establecida una cláusula con un plazo temporal por la cual el Gobierno de Cantabria se comprometía a recomprar el terreno, con lo construido encima. Así ocurrió con la ingeniería Apia XXI, aunque finalmente se llegó a un acuerdo y ahora en el edificio se encuentran la Consejería de Industria, Turismo, Innovación, Transporte y Comercio y la Consejería de Desarrollo Rural, Ganadería, Pesca, Alimentación y Medio Ambiente, con un alquiler anual de 830.000 euros.

Tampoco tuvo suerte el Gobierno autonómico con la empresa Soningeo: esta invocó la cláusula de recompra y llevó el asunto a los tribunales. Si en el caso de Apia XXI el Ejecutivo sorteó el pago de 21 millones de euros, en el de Soningeo la disputa por la cláusula de recompra de su sede en el PCTCAN se situaba entre 5,2 millones de euros y 1,9 millones. La solución finalmente adoptada fue renegociar la cláusula con las empresas que constituyeron inicialmente el parque. Si las nueve empresas hubieran pedido la recompra de sus inmuebles y parcelas, el Gobierno de Cantabria hubiera tenido que desembolsar aproximadamente 50 millones de euros adicionales, tanto como lo que costó hacer el PCTCAN.

Esta situación también ha impedido el crecimiento previsto inicialmente en las fincas aún sin explotar urbanísticamente situadas frente al PCTCAN, al otro lado de la autovía S-20 y conectadas con el parque científico por el emblemático puente de Arenas, que reiteradamente y en cada campaña electoral vuelven a tomar protagonismo con proyectos presentados a bombo y platillo por los partidos que prometen su desarrollo, donde ahora solo hay vacas y alguna yegua pastando.

Otro puente a la nada

Esta es una de las historias de derroche que alberga Santander en sus límites territoriales, pero el conocido como puente de Arenas no es el único monumento al absurdo. Más absurdo aún, aunque a escala más reducida, fue la construcción de otro puente en el tramo urbano de la S-20, ahora llamada Avenida de la Constitución, a la altura de Monte, a unos pocos kilómetros de distancia en línea recta. Día tras día, el puente sigue ahí, como el dinosaurio de Monterroso, y ahí están sus estribos desnudos, que no conectan nada, ya que nunca se concluyó y hoy sigue 'cortado' literalmente como un pedazo de tarta.

La presión y protesta vecinal, hace ya más de dos décadas, amilanó al Ayuntamiento de Santander, que dejó correr el proyecto cuando solo quedaba su conexión final. Ahora, la vía de entrada y salida de Santander al norte luce en una de sus múltiples glorietas un puente del mismo modo que otras en Santander lucen un olivo, oseznos de bronce o barcas de pesca, con la excepcionalidad de que el puente no está finalizado y no tiene utilidad ninguna para la ciudad ni para los vecinos de la zona. Es un puente que nadie ha cruzado en dos décadas.

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En el teatro, el concepto de ‘cuarta pared’ hace referencia a ese muro invisible que separa en el proscenio a espectadores y actores. Derribar esa convención, esa ‘cuarta pared’, ha sido, por lo tanto, tarea transgresora por antonomasia tanto en el teatro como, metafóricamente, fuera de él. Hablar de Santander derribando esa ‘cuarta pared’ es confundir actor y espectador, testigo y decorado, de tal modo que los personajes de esta ciudad ensimismada con su reflejo den un paso atrás para dejar que el observador sea, si acaso una vez, el protagonista de su tragicomedia cotidiana.

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