'Cántabros con Historia' es un blog en el que intentaremos sacar brillo a los logros de todos esos personajes ilustres por cuyas calles paseamos a diario sin tener ni idea de cuáles fueron sus méritos. En los textos que siguen intentaremos trazar la biografía de unos hombres y mujeres que, desde una pequeña tierra en el norte de España, contribuyeron con sus aportaciones al desarrollo de la ciencia, la literatura, la política o el arte. Este blog, patrocinado por la Consejería de Cultura del Gobierno de Cantabria, está escrito por el periodista Miguel Ángel Chica y tiene como única pretensión reivindicar su memoria, para que sus nombres permanezcan en el recuerdo. Los estudiantes del Ciclo Formativo de Técnico Superior en Ilustración de la Escuela de Arte número 1 de Puente San Miguel son los encargados de retratar, a través de distintas técnicas pictóricas, a todos los protagonistas.
El doctor Madrazo, un visionario inconformista
Hay personas que pasan por el mundo para contradecir a su época. Llegan antes de tiempo y, en consecuencia, la época no sabe dónde ubicarlas. Desafían a sus contemporáneos, se rebelan contra la lentitud del presente, luchan contra la tozudez que les niega la razón. Pierden, por supuesto. Pero a través de su derrota abren nuevos caminos e iluminan zonas de sombra que hasta su llegada se habían mantenido en penumbra. El futuro, que es el lugar al que pertenecen, se encarga de rescatar su memoria del olvido y los declara imprescindibles.
Enrique Diego-Madrazo fue uno de esos hombres imprescindibles que nacen en la época equivocada. Al doctor Madrazo, como fue conocido y como le recuerda la historia, casi nunca le dieron la razón, pero eso no le impidió seguir argumentando en el desierto contra una sociedad que era incapaz de advertir la llegada de un tiempo nuevo que empezaba a dejarla atrás.
Madrazo fue cirujano, profesor, pedagogo, sociólogo y dramaturgo. Fue también una de las pocas personas que en la España de finales del siglo XIX se sumó contra la opinión general a las nuevas corrientes científicas que estaban a punto de cambiarle la cara al mundo.
Nació en Vega de Pas, en 1850, y pronto abandonó la casa familiar para estudiar Medicina en Valladolid. Su primer contacto con la universidad le dejó una pasión por la docencia que lo acompañaría durante toda su vida. A los 20 años, en Madrid, se doctoró en Medicina y Cirugía. Fue el comienzo de una carrera brillante que alargó durante más de sesenta años y que arrancó con un viaje por Europa que resultaría decisivo para su formación.
En busca de la cirugía moderna
En busca de la cirugía modernaEn Francia y en Alemania Madrazo encontró por primera vez el futuro. Lejos de España el cirujano recién graduado tomó contacto con los avances médicos que comenzaban a implantarse en Europa. El doctor aprendió todo lo que sus profesores extranjeros tenían que enseñarle y regresó a España con la intención de aplicar sus nuevos conocimientos a la cirugía y la medicina nacionales. Pero la cirugía y la medicina nacionales se negaron a aprender nada nuevo y cerraron la puerta a las innovaciones de Madrazo.
Fue el primero de los muchos portazos que el doctor recibió de su país. En 1876 obtuvo la catedra de Cirugía, pero antes de que se le concediera destino el conde de Toreno, por entonces ministro de Fomento, utilizó sus influencias y consiguió mover los engranajes necesarios para invalidar la cátedra. El conde no estaba dispuesto a tolerar que Madrazo, un republicano cercano a las ideas socialistas, pudiera enseñar en la universidad.
Madrazo se presentó a las oposiciones para ejercer como médico en el ejército y ganó la plaza, pero tampoco el ejército se lo puso fácil. El doctor se estrelló una y otra vez con un reglamento anticuado y unos oficiales conservadores que no fueron capaces de entender sus métodos. Su visión moderna de la medicina lo condujo a un enfrentamiento continuo con el capitán general de Madrid, Fernando Primo de Rivera, que nunca aprobó los métodos modernos de Madrazo.
Entre la retirada y la resignación, Madrazo siempre eligió la retirada, porque mientras la resignación cierra todas las puertas, la retirada permite empezar de nuevo y seguir adelante. Abandonó el ejército y abrió una consulta privada en Madrid, donde trabajó durante varios años labrándose una gran reputación entre colegas de profesión y pacientes. Parecía que el doctor había conseguido asentarse cuando en 1881 le otorgaron por fin la cátedra que había ganado cinco años atrás. Madrazo hizo otra vez las maletas, dejó Madrid y se trasladó a Barcelona para dedicarse a la enseñanza.
De la teoría a la práctica
De la teoría a la prácticaA su llegada a Barcelona Madrazo encontró en la universidad lo mismo que había encontrado en el ejército, una institución conservadora reticente a los cambios. El doctor se rebeló, como había hecho durante toda su vida, e intentó introducir en las aulas las nuevas corrientes científicas a las que se había adherido en su juventud.
Otra vez se topó con la resistencia y la indiferencia. Durante dos años trató de mejorar las condiciones del centro y, finalmente, renunció a su cátedra ante la falta de medios y la imposibilidad de aplicar los nuevos métodos de enseñanza que siempre defendió.
En su carta de despedida, dirigida al rector, Madrazo escribió: “Mi empeño, si bien no ha conseguido transformación alguna en la tradicional y torpe manera de ser de nuestra Cirugía oficial, ha probado cuanto puede esperar la instrucción y la beneficencia de un nuevo orden de cosas, que después de todo es viejo en toda Europa”.
Tras su paso por la universidad el doctor se centró en la redacción de una obra que una vez superado el filtro del tiempo terminaría cambiando la forma de hacer cirugía en España, Lecciones de Patología Quirúrgica, publicada en 1888.
En 1893 Madrazo fue nombrado director del Hospital de San Rafael de Santander. Bajo su dirección el centro dio cobertura médica a las decenas de heridos por la explosión del vapor Cabo Machichaco.
Un año después, en 1894, encontramos al doctor Madrazo de vuelta en Vega de Pas. Cansado de que las instituciones hagan caso omiso a sus propuestas, el doctor decide pasar a la práctica por su cuenta y riesgo y funda un sanatorio según los principios que ha defendido a lo largo de todas su carrera. Costeado con sus propios recursos, el sanatorio del doctor Madrazo se convertirá en uno de los más avanzados de España, un oasis con vistas a la modernidad dentro de un amplio complejo científico y educativo.
En el centro del doctor Madrazo empezaron a aplicarse por primera vez en España de manera rigurosa las medidas asépticas y antisépticas sin las que hoy sería imposible entender la cirugía. El centro contaba con quirófanos dotados a la última y laboratorios que permitían establecer diagnósticos con precisión.
El sanatorio de Vega de Pas funcionó durante dos años en un caserón de dos plantas, una dedicada a las consultas y otra donde se encontraban los quirófanos y la zona de reposo. El sueño de Madrazo contaba con amplios ventanales y jardines donde los pacientes se recuperaban de sus dolencias. Los muros estaban adornados con frescos. El doctor y su equipo llevaban un control estadístico estricto de la actividad del centro. Así sabemos, por ejemplo, que en sus siete primeros meses de actividad se llevaron a cabo 256 operaciones, en las que únicamente fallecieron cuatro pacientes.
En 1896 Madrazo trasladó el sanatorio a Santander siguiendo el ejemplo del centro de Vega de Pas, con la misma dotación y el mismo cuidado por la práctica médica. El doctor invirtió 750.000 pesetas de la época para fundar en la capital cántabra uno de los mejores centros sanitarios de Europa, que disponía, entre otras dependencias, de uno de los primeros laboratorios de Anatomía Patológica de España, dirigido por su discípulo Juan José Herrera Oria. El sanatorio del doctor Madrazo realizó una importante labor social y contribuyó de manera decisiva con su ejemplo al desarrollo de la medicina y la cirugía españolas.
La cárcel y la despedida
La cárcel y la despedidaMás allá de la ciencia, Madrazo fue un hombre inquieto con una envidiable capacidad para repartir su tiempo en diferentes disciplinas. Se interesó por la sociología, la pedagogía y la literatura. Publicó ensayos y obras de teatro y durante un tiempo se hizo cargo de la dirección del Teatro Español.
Entre sus amistades se contaban algunas de las figuras más destacadas de la cultura española de su tiempo: Benito Pérez Galdós, Miguel de Unamuno, José María de Pereda, Matilde de la Torre o Emilia Pardo Bazán.
Nunca abandonó sus ideas progresistas y dedicó continuos esfuerzos a la mejora de la enseñanza en España. Mantuvo una correspondencia activa con pedagogos europeos y propuso políticas que, una vez más, desafiaban a las ideas conservadoras de su tiempo.
Defendió la necesidad de la educación dentro de la familia e insistió siempre en la importancia de la Primera Enseñanza, cuando, según teorizaba, se desarrolla la inteligencia y el sentido moral de los niños.
De la misma manera que fundó un sanatorio para probar la validez de sus ideas sobre cirugía y medicina, en 1910 creó las Escuelas Públicas y Laicas de Vega de Pas para plasmar de manera práctica su visión de la enseñanza. En su intento por modernizar la educación creó becas para que los maestros españoles estudiaran los modelos pedagógicos de Alemania e Inglaterra y pudieron aplicarlos a su regreso, tal y como él había hecho durante su juventud.
El final de su vida le reservó el dolor de una Guerra Civil y de su propia experiencia personal. En 1937 el ejército del general Franco entró en Santander y alguien denunció al doctor Madrazo por sus ideas progresistas. Pasó los últimos cuatro años de su vida en prisión, primero en el edificio de Tabacalera y después en el instituto Santa Clara.
Cayó gravemente enfermo y perdió la vista, pero se resistió a morir en la cárcel. Fue puesto en libertad en 1942. Tenía 92 años. Murió pocos días después, el 8 de noviembre, en su domicilio de la calle Castelar, cerca del sanatorio donde recuperó para la vida a miles de cántabros.
Hay personas que pasan por el mundo para contradecir a su época. Llegan antes de tiempo y, en consecuencia, la época no sabe dónde ubicarlas. Desafían a sus contemporáneos, se rebelan contra la lentitud del presente, luchan contra la tozudez que les niega la razón. Pierden, por supuesto. Pero a través de su derrota abren nuevos caminos e iluminan zonas de sombra que hasta su llegada se habían mantenido en penumbra. El futuro, que es el lugar al que pertenecen, se encarga de rescatar su memoria del olvido y los declara imprescindibles.
Enrique Diego-Madrazo fue uno de esos hombres imprescindibles que nacen en la época equivocada. Al doctor Madrazo, como fue conocido y como le recuerda la historia, casi nunca le dieron la razón, pero eso no le impidió seguir argumentando en el desierto contra una sociedad que era incapaz de advertir la llegada de un tiempo nuevo que empezaba a dejarla atrás.