Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970) sigue escuchando el aplauso unánime de los lectores tras la publicación de su última novela, un libro a medio camino entre la ficción y el documental que reivindica a una generación “casi olvidada” que estuvo en la resistencia luchando contra los totalitarismos en toda Europa en los años de la Guerra Civil y la dictadura franquista. 'La hora de despertarnos juntos' ha consolidado aún más la trayectoria de un autor que acaba de recibir el Premio de la Crítica en Narrativa en lengua vasca y que acumula galardones por sus obras literarias, tanto en prosa como en verso. El poeta, novelista y traductor vasco visita este lunes 1 de mayo la Feria del Libro de Santander y Cantabria, en un encuentro con los lectores que comenzará a las 12.30 horas, con el objetivo de acercar a sus seguidores la historia vital de Karmele Urresti y Txomin Letamendi, una pareja de exiliados que recorrió medio mundo guiados por su idealismo.
¿Cómo llega a una historia como la de Karmele Urresti y Txomin Letamendi?
Después de publicar un libro de poemas y escribir dos novelas me sentía capaz de abordar una vida como la de Karmele Urresti y su familia. Además, ETA ya había decretado su cese definitivo y yo creo que se abría un tiempo nuevo para mirar para atrás poco a poco. Esas dos razones fueron las principales: que yo como escritor me sentía capaz de articular una historia así, porque el proceso de ser novelista es muy largo y se va adquiriendo oficio, y sentía que era capaz de tener mi propia voz y llevar al papel aquellas historias que tenía en la mente.
¿Nos encontramos ante una novela donde la realidad supera a la ficción?
Sí, además es algo que ahora se hace en la literatura. Lo hace Emmanuel Carrère en 'Limónov' o lo hace Siri Hustvedt en 'El mundo deslumbrante'. Introducen documentos reales, testimonios reales, vidas reales en la ficción. Es un movimiento que se está dando ahora en la literatura mundial. Los novelistas quieren ir más allá de la novela convencional, que es contar una historia con personajes al uso, y quieren utilizar otras formas de narración donde entra también la posibilidad de utilizar personas reales para hacer ficción.
Yo sentía que si hubiera hecho ficción pura con la historia de Karmele Urresti y Txomin Letamendi sería absolutamente inverosímil [ríe]. ¡Los lectores me hubieran dicho que cómo podía inventarme cosas así! No parece posible que esta familia viviese tanto, tuviese tantas conexiones con personajes históricos de la época, como Roosevelt o lehendakari Aguirre. Opté por dejarlo tal cual, por utilizar nombres reales, por utilizar elementos reales como cartas, documentos, archivos de la CIA… y contarlo. Creí importante contar el proceso de cómo el escritor consigue estos documentos y cómo la propia historia se va reconstruyendo en base a la investigación del escritor.
En la ficción, el autor tiene la última palabra sobre la vida de sus personajes. ¿Cómo se aborda un libro con un componente documental tan importante? ¿No da cierto vértigo retratar las vidas de personas que son reales y que se pueden ver afectadas?
Sí, está claro, pero creo que he sido honesto con ellos. Además, los familiares siempre me han dejado libertad a la hora de plantear cualquier escena o imaginarme cómo serían los diálogos o lo que ellos sintieron. Lo que uno no puede hacer es inventarse cosas, sacarse conejos de la chistera, cosas que no ocurrieron. Uno puede imaginar cómo se enamoraron, cómo huyeron, cuáles eran los diálogos de los personajes históricos y los políticos de la época, pero uno no puede inventarse cosas sobre estos personajes reales. En esto he sido honesto. Utilizar personajes históricos reales creo que le da muchísima fuerza a la novela, le da un plus adicional, porque el lector ya sabe que lo que le cuentan es verdad y la conexión entre el lector y el autor es mucho más fuerte.
En la novela, el exilio y el desarraigo son casi unos protagonistas más. ¿Está curada esa cicatriz que atravesó a tantas personas como consecuencia de la guerra civil y la posterior dictadura?
¿Está cerrada? En muchos casos creo que sí, aunque los familiares de las víctimas lo que quieren es saber realmente la verdad, saber dónde están los cuerpos de sus seres queridos, porque muchos aún no han aparecido. Un lector de la novela me decía que su abuelo también estuvo en la fuga de la cárcel de Ezkaba en Pamplona y lo fusilaron por haber intentado huir y él todavía no sabe dónde están sus restos a estas alturas… Yo creo que no hay rencor, que no hay ganas de venganza, como se dice en ciertos sectores, sino que la gente solo quiere saber qué pasó y recuperar a sus familiares, algo que es muy humano.
Estos días se conmemora el aniversario del bombardeo de Gernika. ¿Se ha hecho lo suficiente por recordar a esas víctimas del fascismo?
Ahí lo importante es preservar la memoria y no pensar que la memoria es solamente una palabra bella, como democracia o libertad. Yo creo que utilizamos estas palabras habitualmente y parece que utilizándolas, solo, ya estamos libres de pecado. La libertad, la memoria y la democracia se hacen cada día, se construyen todos los días. Está en nuestras manos hablar de lo que pasó en Gernika y en otros lugares. Hoy en día también hay bombardeos en Alepo, por ejemplo. Debemos de hablar de ello, empezando desde nuestras propias casas, y no negarlo. Hay incluso gente que niega el holocausto o que minimiza lo que pasó en Gernika. Yo creo que ese no es el camino. El camino es hablar de lo que pasó, aclararlo, y poco a poco ir también hablando de lo que pasa hoy en día en el mundo. Yo estoy muy preocupado por la dirección que está tomando el planeta ahora mismo, con estos políticos negacionistas y excluyentes. Trump, por ejemplo, es una persona que excluye a las mujeres y a las minorías. Y no solamente él: la extrema derecha en Europa está cada vez más fuerte. Parece que hay una involución en los valores que han traído la paz y que hemos compartido durante muchos años.
Tanto Txomin como Karmele son dos personas muy idealistas. A lo largo del libro queda patente cómo en muchas ocasiones ponen por delante sus principios a su propia vida. ¿Cree que sería posible esta actitud hoy en día?
Sí, claro que sí. Hoy en día hay gente dispuesta a acoger a refugiados en sus casas, por ejemplo, aunque sea difícil hacerlo. Siempre ha habido este tipo de personas y todavía las hay. Txomin y Karmele, al final, no tuvieron otra opción. Ellos mismos se hubieran traicionado a sí mismos si hubiesen decidido quedarse en Venezuela y no volver aquí a luchar contra el franquismo y contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Yo creo que fue la única decisión que pudieron tomar en aquella época y no solo lucharon por el pueblo vasco, lucharon por todos, en definitiva. Eso no hay que olvidarlo. El libro quería hablar de esa generación casi olvidada que estuvo en la resistencia, que estuvo en los servicios secretos de los aliados luchando contra los totalitarismos, y de los que se sabe muy poco.
En 'La hora de despertarnos juntos' también aborda el nacimiento de ETA y los primeros pasos de la banda terrorista y se cuestiona cómo no se posicionó claramente la sociedad vasca ante un movimiento que marcó la historia del País Vasco durante los siguientes 40 años. Ante su disolución y en el escenario actual, ¿considera que es el momento de hacer examen de conciencia?
Sí, es el momento de hacer autocrítica y creo que la sociedad vasca la está haciendo, siempre mirando hacia delante. Todavía hay pasos que dar, pero creo que el Gobierno de España también tendría que ser más valiente en este proceso para cerrar el fin de ETA. No se puede mirar para otro lado. De todas formas, toca ser autocríticos, restablecer las conexiones entre diferentes, propiciar el encuentro y buscar la inclusión.
Y después de una novela como esta, ¿qué le apetece hacer o en qué está trabajando ya?
Bueno, nunca he abandonado la poesía. Es un género que a mí me encanta y espero publicar algún día un libro de poemas de nuevo. Y luego otra novela. Ya he empezado a pensar en la siguiente. El escritor se hace a base de los libros que escribe, va mejorando siempre. Hay que insistir. Las trayectorias de los escritores son largas y hay que ser constantes para crecer en el oficio.