“Tengo una parte de artista y nueve de artesano y trabajador”
“Memorias de un día” (Ediciones Valnera, 2015) es un testamento gráfico y literario que habla con gran sentido poético del José Ramón Sánchez más actual y cotidiano. Las láminas del libro, pinturas de los objetos que le rodean y los lugares que frecuenta, explican la idiosincrasia del ilustrador de 79 años y la meticulosa rutina que caracteriza su día a día en Santander, marcada por la sobriedad, una ordenada actividad y una reclusión relativa en su estudio.
Dice no tener ya el vigor necesario para pintar pero conserva intacta su chispa creativa y, haciendo de la necesidad virtud, se centra en la literatura: prepara una novela de corte religioso para la que está realizando una ardua labor de documentación tras terminar otra de 500 páginas sobre Lon Chaney, leyenda del cine mudo, que se dispone a retocar.
El amor que siente por sus hijos ilumina su mirada cuando los nombra y no oculta el orgullo y admiración de padre. El único artista que ha expuesto cinco veces en el MAS es afable, cercano, divertido y su conversación está trufada de referencias artísticas y de los héroes de ficción que lo acompañan desde la infancia.
¿Por qué considera “Memorias de un día” su libro más “verdadero”?
Yo siempre he jugado con la ficción, con lo épico. Mi pentágono mágico, como yo lo llamo, los cinco grandes libros que he ilustrado, “El Quijote”, “La Biblia contada a todas las gentes”, “Moby Dick”, “Beato del siglo XXI” y “La Divina Comedia” son fantasías. Yo mismo soy muy utópico y necesito de esas epopeyas. Cuando escribí las memorias de 2001, “El cine de los escolapios”, había mucho de ver la vida desde una óptica utópica. Incluso la campaña política que hice para el PSOE la explicaba a través de utopías. Sin embargo, “Memorias de un día” son unas memorias de la cercanía. Mi hijo Ignacio, cuando vio las primeras tablas que había hecho (el baño, la repisa, la ducha, etc.), me dijo una cosa muy sabia: “Si terminas este proyecto, va a hablar de ti más y mejor que todas las fantasías”. Dijo que aunque los críticos consideren que mi obra cumbre es otra, si algún día él llega a tener bisnietos y les cuenta la vida del tatarabuelo, con lo que estaba pintando y lo que después escribiría podrán sentir que me conocen. Hay una tabla que es un trozo de mesa con una regla, las gafas y unos lápices. Dijo que eso es más mi vida que las fantasías.
¿Cómo fueron seleccionadas las láminas?
Mirando alrededor. Al principio yo llamaba al proyecto “La Mirada Cercana” porque me he dedicado a mirar lo que tengo cerca: los cacharros de la cocina, el rincón donde descanso, la televisión donde veo mis series de culto, Puertochico, los Raqueros, todo el paseo de Reina Victoria hasta El Sardinero, la vista del faro... Lo que he hecho es contar un día de mi vida. ¿Y qué hago yo? Ir a bañarme a las playas en verano, a pasear en invierno, a la filmoteca dos veces por semana, a misa todos los días en los Carmelitas, al museo a ver todas las exposiciones… Incluso pedí a un amigo, Pedro, que viniera a hacerme una foto dentro de la cama.
La portada…
Sí, me hizo tres o cuatro fotos y elegí la que quería pintar. Me he autopintado tras meterme en la cama de verdad, apagando la luz, dejando pasar un tiempo como cuando en invierno me cuesta entrar en calor y me pongo a leer un rato. He hecho un cuadro de una bandejita donde hay un cruasán y un café, otro de las tablas amontonadas, los libros, los pinceles ásperos que empleo... Todo lo que hay en ese libro es irrelevante, pequeñito. Pero es mi pequeñez, mi cercanía. Tengo un amigo escolapio listísimo que cuando vio los cuadros, me dijo: “No sé si es porque te quiero mucho y que te reconozco como un pequeño místico, pero estos son cuadros resucitados. La tuya es una mirada espiritual sobre cosas simples y materiales.” ¿Cuál es la grandeza de Antonio López? Que convierte algo que no se nos ocurre pintar a nadie en un cuadro lleno de luz y de espíritu. Como San Francisco de Asís, que veía la naturaleza y a las personas como efectos de la bondad de Dios, que nos ha creado.
Hay una importante vocación en usted que es la escritura…
Siempre me ha gustado escribir, dibujar, ver cine, oír música, soy un apasionado de la lectura y todo eso conforma un don diverso. La consecuencia es que a lo mejor no eres un genio de nada, sólo un geniecillo de un montón de cosas. Cuando aprendí a leer y a escribir, contaba por escrito la película que acababa de ver en el cine. De niño me llevaban a un concierto y me habría gustado ser director de orquesta. La primera vez que vi un ballet en la Porticada quise ser bailarín ¡y me habría ido con 12 años a recorrer el mundo con ellos! Y cuando vi la primera función de teatro, también quise ser actor de teatro. ¡Yo he querido ser Dios! Daniel (su hijo Daniel Sánchez Arévalo, cineasta y escritor) dice que si yo a los 14, en vez de definirme como dibujante, ilustrador o caricaturista me hubiera definido como escritor, habría sido un fenómeno porque no es menor mi talento como escritor que como pintor. Yo había pactado con mis dos hijos que si al final la novela de Lon Chaney no les parecía publicable no la publicaría, aunque otros amigos la consideren la leche. Mis hijos y yo nos podemos hacer críticas a fondo mutuamente porque presuponemos un amor desbordado. Y diciéndome que es maravillosa y que les sorprende que un tío de 79 años escriba una primera novela de ficción así, me han puesto “deberes”. Y es que dicen que la novela está llena de buenos sentimientos y buenas personas. “¡Coño! Tiene que haber algún malo, algún canalla, algún hijo de puta. ¡No todo tan armonioso, tan colocado!”
El conflicto que hace falta en las narraciones…
¡Claro, el conflicto! Es que los protagonistas deben chocar, aunque estén enamorados. ¡Se tienen que odiar, tienen que enfadarse! Y es todo tan entregado, tan sublime…
¿Y sobre la nueva novela que está preparando qué nos puede contar?
Llevo cinco meses documentándome y cada vez estoy más confuso. ¿Cómo cuento yo un milagro o la resurrección? ¡Va a ser una novela de ficción! ¿Cómo fue la infancia de un personaje en tiempos bíblicos? Jesucristo, desde el punto de vista raso y humano, fue un gran profeta que prescindió de toda la tradición judía, de sus libros sagrados y predicó un reino absolutamente novedoso. Y en Roma hay un acta de su condena a muerte. Pero no sé cómo enfocarlo. Para la novela de Lon Chaney estuve cinco meses documentándome, pero sabía lo que quería contar, tenía las películas de este señor, todo lo que se ha escrito de él, sus fotografías (señala la foto de uno de los 48 retratos que hizo del actor)… La escribí en primera persona, a dos voces y ha sido dificilísimo. Una labor titánica, lo más difícil y más creativo que he hecho en mi vida. Y la nueva será en tercera persona pero no sé si la va a narrar un ángel o cualquier vecino de Nazaret que conozca a Jesús y lo vea crecer. ¡No tengo ni puñetera idea de cómo lo voy a escribir, cómo lo voy a enfocar y si voy a ser capaz o no! Cuando escribes una novela sí consigues ser Dios: se crea un ambiente, un mundo, un conflicto y unos personajes que van a ser lo que yo quiera. Un cuadro se me escapa de las manos pero la literatura… ¡Anda que no era un Dios Shakespeare con todo lo que escribió! ¡Era un Dios!
¿Qué cambió en su vida con el Premio Nacional de Ilustración?
Supuso un cambio muy jodido y cercano. Yo estaba muy fuera de los circuitos, viviendo mi vida en Santander encantado. Cuando me dieron ese premio, gracias a la madrina Carmen Soler, me cambió la vida. José María Lassalle llamó a Daniel para informarnos del premio y Daniel me dijo que ya no me podría esconder ni ser un personaje exiliado en Santander porque supone un compromiso con la sociedad que lo da. Desde entonces yo he estado dedicando la mitad de mi tiempo a dar entrevistas, a viajes a Madrid, a intervenir en jurados, mesas redondas… A los demás.
Que no es lo que quiere…
¡No! En Madrid tenía mucho éxito, mi sitio, mi prestigio. Podría haber seguido haciendo grandes exposiciones pero me vine a Santander porque a los 60 años quise jubilarme de las agencias de publicidad, de las editoriales, de los clientes, de los Ministerios de Educación y de Cultura… Quería hacer realidad los sueños de juventud y de adolescencia y en Santander es donde empecé a ilustrar mi “pentágono mágico”, mis libros de culto. Y ya mi vida está redondeada, cerrada de impulsos. Pero el Premio Nacional me ha dado la vuelta, ¡y me ha jodido! Esa es la palabra. ¡Me ha supuesto una jodienda importante! Después de eso, cuando daba mis paseos diarios, la gente me paraba para decirme que se alegraba del premio, ¡gente que no me conocía! Eso me conmovió profundamente porque cuando alguien no se alegra, se nota. ¿Pero suerte por el Premio Nacional? ¡Si te están jodiendo! Yo lo he sentido como que tenía que compartirlo y compartirlo es…
Perder parte de la vida...
¡Claro! Si tú compartes parte de una cosa pierdes el dominio de esa cosa…
¿En qué momento se dio cuenta de que podría ganarse la vida con la ilustración, el dibujo?
A los 12 años. Ya en el colegio me di cuenta de que tenía un don sobre todo para la caricatura y que había gente que me las encargaba. Mi familia era muy humilde y no pudo pagarme una carrera. Si no, habría hecho Bellas Artes o Arquitectura. Pero empecé a estudiar comercio en Palencia, que tenía que acabar en tres años para ganarme la vida como botones o lo que fuera y mis padres me pagaban, ayudados por mis tíos, una pensión cara. Siempre he pagado en el colegio interno y en las pensiones más de lo que ganaba mi padre. A los 14 años, en Palencia, un compañero mayor, de unos 18, que ya trabajaba en un banco y fumaba en pipa, muy elegante, me encargó una caricatura. Cuando vio el apunte y se lo regalé, me dijo que lo que quería era una caricatura en color, como las que hacía yo de los artistas de cine y los futbolistas. Además me impuso hasta el tamaño, que fuera de cuerpo entero y, como yo no sabía cuánto cobrarle, me dijo que me daría 25 pesetas. ¡En el año 52 podía ir al cine 12 veces con ese dinero! Entonces supe que podría vivir de eso. Porque además la enmarcó y se la enseñó a los profesores. Y todo el mundo quería una caricatura de 5 duros. Así me empecé a auto financiar y a mis padres les dije que dejaran de hacerlo. Y a los 18 les mandé el primer sueldo íntegro, 1250 pesetas que gané con mi trabajo fijo en los estudios de dibujos animados Moro de Madrid. Puse los billetes en una cartulina e hice un dibujo con una pequeña carta. Mi madre lo tuvo mucho tiempo guardado hasta que lo necesitó para pagar la primera lavadora o televisión.
¿Cómo influye en un artista haber nacido en el 36?
Mira, si eres un tipo positivo todo lo haces positivo. Y si eres un cagapenas… Yo tengo un colega ilustrador, hijo de un terrateniente andaluz que tenía cortijos pero que siempre se estaba quejando ¡y no ha llegado a nada! Que tú hayas nacido en el 36 pues es muy bueno o muy malo, depende de cómo seas. Como si naces en el 45 o ahora. El ser humano tiene que tener un criterio y ese es el que le funciona en la vida. Yo me divorcié, bueno, me divorciaron después de 27 años y tres hijos. Y la base, la familia, lo que yo tenía como estable se me derrumbó. Pero o me metía en una depresión de caballo o tiraba para arriba y me hacía mejor. Y al día siguiente cogí mis trastos y en el estudio supe que ese era el momento de empezar a ilustrar El Quijote. Era algo tan grande que tuve que dejarme la piel ahí. O te metes en El Quijote o no te metes. Y eso me salvó.
La mejor terapia…
En vez de hacer una terapia que me habría costado una pasta, mi solución fue tirar para arriba. En mi vida nacer pobre y enfermo han sido estímulos. La pobreza me ha hecho valorar las cosas y sobre todo los libros de una manera prodigiosa, ya que apenas me compraron alguna adaptación corta de Dickens o Mark Twain. Y estar enfermo, estar recluido cinco días en la cama con asma y otros cinco en el colegio me impulsó a crearme un mundo paralelo de fantasía, de sueños. Cuando me regalaron “El libro de la selva” yo vivía las aventuras de ese niño salvaje, sin padres, más desgraciado que yo y eso me liberaba. Y copiaba de los cómics y los libros cuando no estaba muy mal sobre una tabla que me había hecho mi padre. Fíjate en Stevenson (señala un retrato suyo que cuelga en su estudio), que murió de tuberculosis, pero leyendo a Dumas, a Walter Scott, se metía en el mundo de “Los tres mosqueteros”, “El Conde de Montecristo” o de “Ivanhoe”. El problema de la no valoración de Sorolla es que era burgués y sólo pintaba cosas luminosas y retratos de gente aristocrática. Si hubiera nacido un poco más jodido habría sido mucho más grande. Técnicamente era una maravilla pero claro, pintó un mundo de complacencia. Joder, y el pobre Toulouse-Lautrec, que era enano y alcohólico tuvo que pintar a las putas que frecuentaba. Eso al lado de las damas emperifolladas paseando por playas levantinas... Porque el arte si no tiene un componente tremendo, duro, dramático… Si Goya no hubiera sido sordo o Beethoven... ¡Un músico que pudo inventar La Novena Sinfonía sin oír! ¡La madre que lo parió! ¿Cuál es el arte de Hitchcock? Convertir todas sus represiones y miedos en obras maestras. ¿Y la furia de Van Gogh? Que sabía que no era un pintor de éxito como sus amigos, que no tenía dinero para pintar y tenía que vivir del hermano. Pues lo que sale en sus cuadros es esa tensión, esa locura, esa capacidad de sufrir y convertir ese sufrimiento en arte. Los nocturnos de Chopin… Su mejor obra la escribió en Valdemosa, ahogándose, hecho una mierda. A Daniel, cuando peor lo estaba pasando, le dije: “Un artista es quien convierte una mierda en una flor. ¡Ponte a escribir de la desgracia, del dolor!” Y en tres meses Daniel estaba rodando “Primos”.
¿El trabajo es siempre más importante que el talento?
Siempre. En el proceso creativo, la chispa, la luz, el éxtasis es una décima parte del tiempo. Tienes una parte de artista y nueve de artesano. “Ilustrador”, como dice mi carnet de identidad, es una forma de ser artesano. Y yo me siento como un artesano que está aprendiendo. Yo aprendo todos los días. Sospecha de los que dicen que son artistas. Porque ningún gran genio de ninguna gran disciplina artística se ha considerado así. Se ha considerado un trabajador, un buscador. Cuando pintas un cuadro te cansas, te falla el fondo, repites… Y hay un momento mágico, que es que desde cero te sale el espíritu, el esqueleto. Un dibujo no deja de ser un esqueleto y tienes que ponerle carne, músculo, sangre, traje, corbata, camisa, tienes que peinarlo. Por eso dibujando hay momentos sublimes. En una mañana soy capaz de hacer un retrato, que después tardo un mes en terminar porque faltan los matices, sombras, toques, arreglos, veladuras, atmósferas…
¿Al revisar obras antiguas se siente satisfecho o ve cosas que le gustaría cambiar?
Siempre pienso que podría hacerlo mejor. Cuando he tenido que repetir algo por cuestiones monetarias, siempre se mejora, lo que pasa es que cada obra es fruto del tiempo. Por ejemplo, el otro día, preparando la distribución de la exposición que voy a hacer en la Biblioteca Central, mi socio se extrañaba de que de la obra que menos había era de El Quijote. Y es que me gusta más La Biblia, porque El Quijote es anterior. Y posiblemente hoy lo haría de otra manera. Lo que yo escribo ahora tiene otra sustancia porque he vivido más, porque he crecido. En aquella inexperiencia, en aquel primitivismo estaba lo de ahora. Como lo de ahora se nutre de aquel primitivismo. Yo no niego ningún momento de mi vida: los momentos malos, duros, de desgracias. Hay que leer la vida como un todo. Ahora estoy cansadísimo y estoy funcionando a mitad de velocidad que hace un año. Bueno, pues me ha llegado un tiempo de recuento, de descanso, de tranquilidad, de meditación… Y lo estoy viviendo bien, no estoy más agobiado ni hecho una mierda como hubiera pensado. ¡Si me dicen hace un año que ahora no podría pintar ni dibujar! Pensaría que no puedo vivir sin ello. Pero se puede.
Será por proyectos…
¿Proyectos para escribir? Los que quieras, ¡cincuenta, cien! Podría hacer una lista: una novela sobre Toulouse Lautrec, otra sobre Velázquez, tengo una sobre Van Gogh…
¿Cuáles son sus grandes influencias artísticas?
El color de Walt Disney, el trazo adolescente y juvenil de Van Gogh, la madurez y la reflexión de Velázquez y Rembrandt y las formas distorsionadas de El Greco. Cinco, como mi pentágono.
Colaboró en programas televisivos infantiles míticos de los años 80 como “Sabadabadá” o “El kiosko” ¿Cómo interpreta la fiebre retro y nostálgica que nos envuelve hoy en día, especialmente enfocada a esa década?
Fueron unos años maravillosos, los años de la transición. Me lo preguntan los padres y yo les digo que ahora los niños no tienen programas tan buenos como esos. Se cuidaban las cosas. Así que hay un afán por aquello bien hecho, artesanal. Hoy en día cualquier cosa vale.
¿La mayor alegría de un artista con hijo artista es que haya quien le conozca como “padre de”?
Sí, además Dani me ha superado. Es como la gratificación de que tu vida ha sido coherente, de que le has educado para el arte y de que has recogido los frutos. Es como sembrar, cuidar la cosecha y cosechar. Todo eso suma, no resta. Si un padre tiene celos de su hijo, es que no hay amor.
¿Qué le parece que el Ministerio de Empleo reclame la pensión a autores jubilados que siguen publicando?
Yo sé que no puedo vender porque no me compensa. Tengo el mínimo de pensión y ya no trabajo ni hago encargos, así que no tengo ese problema. ¡Y yo no vendo para darle la mitad a Hacienda, que ya he cotizado! Y estoy con ellos en paz. Esto es que quieren meterse a fondo con los artistas porque no los pueden controlar. Me parece mal, muy mal.