La Interpol, acompañada de dos policías españoles, detenía el 16 de diciembre de 1955 en Clermont-Ferrand, en la zona centro de Francia, a dos guerrilleros de la Brigada Machado: Santiago Rey Roiz, que se encontraba hospitalizado, y José Marcos Campillo Campo. Junto a ellos también detuvieron a los hermanos de este último: Pedro y Avelino. La justicia franquista les acusaba del secuestro de Valmaseda (oficialmente Balmaseda en la actualidad) y del asesinato del comerciante gallego Benigno Ferreiro tras el frustrado intento de la Guardia Civil de liberarle de sus captores, en lo que se conoció como el secuestro de Piedrasluengas.
La prensa y los historiadores que posteriormente se acercaron a relatar estos hechos apuntaban que los autores de dicho asesinato habían sido miembros de la Brigada Machado, y la mayor parte de estos señalaban hacia Santiago Rey y José Marcos Campillo.
En el momento en que la información se publicó, la justicia francesa había denegado su extradición. Los periódicos españoles exponían vehementemente la versión oficial sobre la autoría de los hechos, recalcando, por un lado, la labor policial encarnada en la figura de Alejandro del Carmen, jefe de la Brigada de Investigación Criminal de Bilbao, con expresiones como: “No pecaremos ni un ápice de exagerados si decimos que el secuestro de Valmaseda ha sido el más sensacional caso policíaco registrado en nuestra provincia”; y, por el otro, condenando la actuación de la justicia francesa:
«Transcurrido el plazo exigido para la tramitación de la extradición, Francia, no solamente ha denegado aquella, sino que ha puesto en la calle, con toda serie de garantías personales, a aquellos individuos. Francia no puede, realmente, sentirse muy satisfecha de haber dado asilo en el país a vulgares criminales...
Francia ha denegado la extradición fundándose en “los antecedentes relativos a la actuación política de los detenidos”. Es decir, que unos vulgares y clarísimos delitos comunes, que tienen su sanción en todos los Códigos del mundo encuentran la complicidad de las autoridades francesas, las cuales presentan como delitos políticos los anteriormente citados». (Hoja del Lunes, 30/01/1956)
En la narración de los hechos queda claro que la policía había llegado hasta ellos a través del rastro que el dinero del secuestro de Valmaseda había dejado; como consecuencia cayeron parte de los enlaces que les habían apoyado en los últimos años. ¿Pero qué evidencias tenían de la participación de Santiago Rey y Campillo en el secuestro de Piedrasluengas?
El diario Alerta sintetizaba muy bien la argumentación por la que se implicaba a estos dos guerrilleros. La “línea de actuación” que los secuestradores habían tenido en ambos secuestros era muy similar, y, por si esto fuera poco, además existían otras coincidencias:
«Sus gestos, su forma de presentarse... se contaba con la descripción exacta de los malhechores y la corpulencia de José Marcos fue un punto de partida. Bandoleros de su tamaño sólo se conocían tres: El Bedoya (a) “Paco”; Eulogio (a) “Sordo” y José Marcos del que no se tenía ninguna noticia hacía tiempo... un detalle en el enorme cuerpo de José Marcos Campillo era como una clara señal de identificación: sus muñecas gruesas hasta un extremo asombroso. Tan gruesas que el día de su detención casi no alcanzaban las esposas de la policía. Aquellas muñecas terminaron de redondear la pista» (Alerta, 31/01/1956).
Curiosamente, el único de los tres del que se conocía el paradero y del que se estaba tramitando su extradición a España era Campillo. De los otros dos no se tenía noticia.
El secuestro de Valmaseda
A partir de 1948, cuando fue desarticulada la estructura de la Agrupación Guerrillera de Santander y fracasaron los posteriores intentos de reorganizar el Comité Provincial del PCE, la guerrilla cántabra quedó sin dirección política, viéndose los diferentes grupos obligados a pegarse al terreno para sobrevivir.
Para la Brigada Machado los años siguientes fueron duros, ya que parte de sus miembros cayeron en encuentros con la Guardia Civil, siendo muy pocos los que consiguieron cruzar la frontera. En torno a 1953, ya solo quedaban en “el monte” Juanín y Bedoya (incorporado en febrero de 1952) quienes se movían por una amplia zona que comprendía desde Liébana hasta el monte Corona, contando con una tupida red de enlaces; y hacia el norte de Palencia y Burgos se habían desplazado Santiago Rey, José Marcos Campillo, Joaquín Sánchez (El Chino) y Bernardo Quintiliano Guerrero (El Tuerto).
En abril, Campillo y El Tuerto se desplazaron a Tresviso para visitar a la familia. En el trayecto de vuelta una partida de la Guardia Civil apostada en el monte de La Llama les sorprendió, siendo abatido El Tuerto y quedando Campillo herido con cinco tiros, circunstancia que no le impidió atravesar el macizo oriental de los Picos Europa y refugiarse en el pueblo de Lon. Finalmente, El Chino, Santiago y Campillo consiguieron llegar a Bilbao, donde estuvieron haciendo una vida “normal” hasta que Campillo se recuperó de sus heridas.
En ese momento tomaron la decisión de marchar al exilio, para lo cual necesitaban dinero que cubriera los costosos gastos del viaje. La salida que encontraron fue planear el secuestro de “Don Emilio Bollaín procurador bilbaíno (que) tiene en Valmaseda una finca enclavada en el monte Sabugal a unos 1.500 metros del pueblo”, como se recogía en la Gaceta del Norte. Previamente enviaron a Francia a El Chino, que estaba “torpe”, y a Pedro, hermano de Campillo, que estaba talando pinos en Vizcaya sin documentación, para protegerles de la acción policial que se iba a desatar tras la operación.
El secuestro se llevó a cabo el 29 de junio de 1955, siendo tomado como rehén al hijo de Bollaín, que contaba 19 años. Por su liberación exigieron un pago de millón y medio de pesetas (el equivalente a 9.000 euros en la actualidad). Para su búsqueda se concentraron en la zona fuerzas de la Guardia Civil de Bilbao y de Burgos, que sin embargo recibieron órdenes de mantenerse a la expectativa. Una vez que se produjo el canje se desplegó un fuerte dispositivo que no pudo dar con los guerrilleros. Tras eludir el cerco policial, Campillo y Santiago se desplazaron al pueblo de Gibaja, en la comarca cántabra del Asón-Agüera, donde, con el apoyo de Leonardo García, sobrevivieron en el monte durante unos veinte días, a la espera de que se relajaran los controles, para después volver a Bilbao y preparar el viaje a Francia.
La única pista que la policía pudo seguir fue la del dinero, ya que los billetes utilizados para el pago del rescate llevaban una numeración correlativa. Finalmente, la alarma saltó en Almería:
«Una turista francesa había traído entre su dinero dos de los billetes buscados. Se indagó, llegándose a la conclusión de que los billetes habían sido adquiridos en Pau». (Gaceta del Norte 30/1/1956, pág. 10).
Alejandro del Carmen, jefe de la Brigada de Investigación Criminal de Bilbao, se desplazó a Francia y, con la colaboración de la gendarmería, descubrió que el dinero procedía de una sucursal bancaria de Oloron-Sainte Marie, en los Pirineos Atlánticos, lugar por el que habían pasado los guerrilleros tras cruzar la frontera, y que el cambio se había producido entre los días 9 y el 10 de octubre.
A partir de ahí, la investigación se dirigió hacia los familiares de los guerrilleros para intentar descubrir su paradero en Francia. En ese momento también averiguaron que Avelino, el otro hermano Campillo, que llevaba varios años ya en el exilio y con la documentación en regla, había sido la persona que había realizado la operación. Lo que aún no sabían los policías era que Avelino Campillo fue, además, la persona que les había proporcionado el contacto con el guía que les ayudó a pasar la frontera. Este hecho fue suficientemente incriminatorio para su inclusión en la causa de extradición. Tras un largo proceso judicial las pretensiones gubernamentales fueron desestimadas, lo que no impidió que en España se detuviera a 19 personas relacionadas con el secuestro de Valmaseda.
El secuestro de Piedrasluengas y la muerte del Indiano
Un año antes, el sábado 17 de julio de 1954, se había producido el llamado “secuestro de Piedrasluengas” que terminó con la muerte de Benigno Ferreiro, comerciante afincado en Cuba. Benigno viajaba regularmente a España por motivos de negocios y en esta ocasión había recibido el encargo de liquidar una herencia en la comarca de Campoo como apoderado de una familia residente en la isla. Por ello se desplazó hasta Reinosa para inspeccionar unas fincas. En las proximidades del pueblo de Naveda fue secuestrado por dos hombres que exigieron un millón de pesetas. El rescate se debía entregar al anochecer del lunes siguiente en un punto indeterminado de la carretera del puerto de Piedrasluengas que estaría marcado por una rama atravesada en la carretera.
Las autoridades, enteradas del secuestro, ocultaron en el coche a cinco guardias y un perro. Al contactar con los guerrilleros en el punto de encuentro se entabló un tiroteo entre guardias y secuestradores. Según la información publicada en la prensa, Benigno apareció muerto a la mañana siguiente como consecuencia de traumatismo craneal, probablemente causado por el percutor de una pistola. Secundino Serrano en el artículo 'Los maquis de la discordia', publicado en el número 502 de la revista Historia y Vida, añade una cita, en la que no aparece la fuente, que matiza aquella información: “El examen médico demostró que los golpes que había recibido no eran mortales, pero había sucumbido a una congestión provocada por el frío”.
Sobre la autoría del secuestro, los medios de comunicación españoles guardaron silencio hasta 1956, año en que Santiago Rey y Marcos Campillo fueron detenidos por la Interpol en Francia por orden de las autoridades franquistas. Sin embargo, más de un año antes, el 24 de noviembre de 1954, la revista cubana Bohemia publicaba un reportaje de José Quílez Vicente en el que se informaba del nombre de los autores del secuestro. Es curioso que entre los sospechosos que entonces se manejaban no aparecían mencionados ni Santiago Rey ni José Marcos Campillo. La citada revista se hacía eco en los siguientes términos de una versión que responsabilizaba del secuestro a individuos diferentes a los que señalaban los medios de comunicación españoles:
«Ahora también se ha intentado, se ha dicho y aún se insiste, en que 'El Juanín' y 'El Paco' han sido los autores de la repulsiva muerte del infeliz comerciante de la Calle Muralla. Pero no han sido ellos… Las señas personales, dadas minuciosamente por el letrado Martínez de Diego, Pilar Gómez y Rodrigo Diez son totalmente distintas. Se sabe que los tres, sobre álbumes de vulgares forajidos de la justicia, han identificado al secuestrador bajito que se fingió borracho. A su compañero el alto y rubio, lo ha recordado posteriormente Pilar Gómez… cómo hijo de una antigua doméstica de casa de sus padres. No hay duda alguna. Ni 'Juanín' ni 'El Paco' han actuado ahora. Los verdaderos autores del horrendo crimen son un tal 'Tapia', el hombre que se fingió borracho, y 'El Eulogio'. Ambos hace años que van juntos en todas sus fechorías. Se unieron cuando trabajaban en la Fábrica de Cementos Alfa de Mataporquera, donde vivieron y habitan sus familias, para lanzarse a los caminos del crimen y del atraco. Hace tres años que se les perdió la pista. Ahora han surgido para asesinar a un inocente».
Eulogio Rodríguez y Arsenio Tapia eran trabajadores de la fábrica de Cementos Alfa. Se echaron al monte en agosto de 1946 tras ser detectada la célula del Partido Comunista (PCE) en la fábrica. Se incorporaron a la Brigada Cristino y estuvieron en la guerrilla hasta 1949, cuando participaron en el secuestro del hijo de Emilio Valle, propietario de minas en Cantabria, Palencia y León y suegro del ministro franquista Carlos Arias Navarro. La finalidad de la acción, como en el caso de Santiago Rey y Marcos Campillo al realizar el secuestro de Valmaseda, era la de financiar una operación para escapar a Francia. Cuando todo estuvo preparado ninguno de los dos, ni Rodríguez ni Tapia, acudió al punto de encuentro, perdiéndose su rastro. Tras el secuestro de Piedrasluengas no se volvió a tener noticias de ellos, a pesar de que se supone que Arsenio Tapia resultó herido en aquel choque.
Así pues, no había conexión de Campillo y Santiago Rey con estos hechos, por lo que la acusación de la policía era falsa. Deliberadamente falsa. Antes de producirse el secuestro de Valmaseda ya se habían publicado los nombres de los autores del de Piedrasluengas. Existe una motivación primaria: la de colgarle el muerto, literalmente, a los autores de otro secuestro y así cerrar el caso. Pero no podemos perder de vista una intencionalidad discursiva, de mayor calado, la de la identificación de guerrilleros con bandoleros. Descontextualizar los hechos y desconectarlos de cualquier trasfondo político y circunscribirlos a lo meramente delincuencial. Y es que las mentiras están estrechamente relacionadas con las intenciones de quienes las promueven. Antes y ahora.