El Grupo de Trabajo Desmemoriados está compuesto por personas comprometidas con la construcción y la preservación de la Memoria Colectiva de Cantabria. Desmemoriados trabaja de forma abierta y plural en proyectos que ayuden a difundir el legado común de la lucha por una sociedad digna, y aporta herramientas metodológicas y tecnológicas para la conservación y divulgación de las voces y los elementos documentales que conforman la memoria colectiva de Cantabria.
Desmemoriados aborda así proyectos concretos de recuperación, conservación y difusión de esa memoria así como alimenta y comparte una base de datos de acceso público con fotografías, documentos, testimonios, pegatinas, carteles… que documentan, siempre de forma incompleta, la trayectoria social y política desde la II República hasta los años 90 del siglo XX.
La fosa común de Limpias y la historia del abuelo portugués que luchó en la Guerra Civil
La memoria de José Ángel, el nieto de Juan Bento Silva, ha sido moldeada con el claro enaltecimiento de solo unos muertos y el claro olvido para otros. El trabajo y la perseverancia que culminó con la publicación de la Lista Larrinoa, que hizo públicos los nombres de 74 personas enterradas en esa fosa del cementerio, cierra el círculo
Juan Bento Silva nació en la localidad portuguesa de Sobral de San Miguel. Junto a su hermano, dejó su pueblo para buscar un mejor pan, pero no fue Brasil el destino elegido, como tantos otros de sus compatriotas, sino Asturias y su negro carbón.
La fatalidad de la mina y las duras condiciones de trabajo de aquellos primeros años del siglo XX terminaron con la pérdida de su hermano en una de ellas. Solo, decidió volver a casa, a Portugal. Manuel y María Justina, sus padres, allí seguían. Allí esperaban.
Pero no tardó en regresar a Asturias: sus dos sobrinas y la viuda de su hermano esperaban. En Asturias se casó, y tuvo dos hijos, dos más, decía. Y en Asturias, cuando estalló la Guerra, formó parte de la 1ª Compañía del Batallón asturiano 236 ('Vorochiloff'). En esos momentos iniciales, el Norte republicano quedó fragmentado en tres entidades de poder: Asturias, Santander y el País Vasco. Y en las dos primeras, trabajadores, partidos y sindicatos de corte marxista fueron importantes a la hora de organizar a los milicianos. Pero para septiembre de ese 1936, las columnas milicianas compuestas por trabajadores ya formaban parte del Ejército Popular republicano y su organización, jerárquica y disciplinaria.
Juan Bento Silva, como otras tantas decenas de miles de trabajadores y especialistas, formaba parte de ese ejército, y junto con sus compañeros, al menos 5.000, participaron activamente en el frente vasco, ya desde el mismo verano de 1936, donde fueron destinados formando parte del Cuerpo del Ejército Vasco (unas 55.000 personas). Allí, en Euskadi, estos Batallones fueron integrados bajo una organización diferente: Brigadas y Divisiones. Cuatro brigadas asturianas y dos montañesas formaban parte de la defensa de Vizcaya ante la ofensiva franquista de abril de 1937.
En concreto, el Batallón 236 Alfredo, de mayoría comunista, y del que Juan formaba parte, entró en la línea del frente en la zona del monte Pagasarri, sobre Bilbao, y en el barrio de La Peña. Junto con los Batallones 224 Ladreda y 233 Bárzana formaban la 8ª Brigada. El 17 de junio comenzó el ataque de las tropas franquistas. Los bombardeos provocaron la desbandada de esa 8ª Brigada en la mañana del 19. Por la tarde, los rebeldes entraron en Bilbao. Tras esa caída, estas Brigadas y Batallones de origen asturiano mantuvieron importantes combates por todo el occidente vizcaíno. En retroceso y bajo el constante hostigamiento, utilizaron el corredor del Cadagua y la comarca carranzana para acceder al entorno del Asón.
A fecha 11 de julio, el 236 Vorochiloff / Alfredo arrojaba la siguiente estadística: muertos, 16; desaparecidos, 66; heridos, 61; desertores, 0; arrestados, 4; enfermos, 44. Total de bajas, 191; quedan en activo, 325. Esa fecha, el 11 de julio de 1937, es curiosamente la que figura como día de la muerte de Juan. En Limpias. En una fosa común.
La fosa común de Limpias era conocida, pero nadie reparó en ella hasta que a finales de 2017, José Antonio Larrinoa, con su anónimo trabajo y un poco de suerte, fruto de la perseverancia en la búsqueda de su tío, consiguió con la mediática Lista Larrinoa destapar los nombres de 74 personas. Juan Bento Silva era uno de esos nombres.
Su mujer sabía por un vecino, compañero de Juan en el frente vasco, que le “habían pegado un tiro”. La propia Guardia Civil así se lo confirmó en el mismo 1937… y nada más. El silencio lo tapó todo desde entonces. Hasta la publicación de la Lista Larrinoa. Porque de esos 74 nombres muchos eran conocidos, pero unos cuantos, todavía hoy, siguen sin poder vincularse a algún familiar. El esfuerzo mediático de medios vascos, cántabros y asturianos consiguió llegar a unos cuantos, entre ellos al nieto de Juan, quien descubrió por el periódico que su abuelo estaba en una fosa común.
El impacto de la noticia hizo aflorar la memoria construida durante años de represión en torno a su abuelo, a quien llegó “a no querer, porque era rojo: un diablo”. Y como acto de justicia, se embarcó en la tarea de dignificar su recuerdo, ahora construido con otros mimbres, quizá más pegados a la verdad, pero enredados en los tortuosos caminos de la Administración y las Leyes.
Pensaba el nieto que poder llevarse los huesos de su abuelo a su pueblo, Tudela Veguín, sería una tarea fácil. Pero no lo es. Como otros al igual que él ya han podido comprobar, el interés de las diferentes administraciones está muy bien delimitado en las leyes, y la proactividad no figura entre sus prioridades. La prueba, la investigación, la tramitación de papel tras papel recae sobre el familiar, sobre su disponibilidad y capacidades. Sobre sus hombros. Una carga más. Como familiar de una víctima ha de superar los doce trabajos de Hércules que la Administración ha preparado para él, escondiendo el compromiso democrático de conocer toda la verdad, aunque como es el caso, sólo suponga una acción de guerra (“mil veces perdono a quien-y pegó’l tiru”). La justicia y la reparación, mejor ni las mencionamos.
Euskadi y Catalunya podemos decir que son las comunidades autónomas que más en serio se han tomado este complejo asunto. Pero, para Gogora (Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos de Euskadi) su acción sobre la fosa de Limpias se extingue con el conocimiento de los vascos allí enterrados y una placa de mármol, alicatando la memoria. Una lista de nombres. En Cantabria se esperan acontecimientos, cruzando los dedos para que nadie pida una exhumación, satisfechos con la organización junto a Gogora y a la Administración asturiana de un acto de recuerdo, poco después de la publicación de la Lista Larrinoa. Los vascos a los vascos. Los cántabros a los cántabros. Los asturianos a los asturianos. ¿Quién a los portugueses?
Francisco Ferrándiz en Exhumar la derrota: Fosas comunes de la Guerra Civil en la España del siglo XXI, recordaba que, desde un punto de vista antropológico, las exhumaciones no pueden detenerse en la propia excavación. Que es necesario trazar los itinerarios que siguen los cuerpos, son cuerpos políticos, y necesitan una visibilidad que el mármol de este caso, tapa. Necesitan una autopsia social. No podemos seguir siendo un caso especial, en pleno siglo XXI, en lo que a las políticas de reparación y reconocimiento internacionales en sintonía con los derechos humanos se refiere, especialmente el compromiso institucional.
Necesitamos de una vez por todas poner nombres, apellidos y circunstancias, cualesquiera que fueran, a todas las personas de las que todavía sus familiares no conocen esos detalles. Necesitamos construir una memoria basada en evidencias, con las indudables lagunas fruto de la ausencia de datos, pero sin rellenos artificiales. Sin construcciones interesadas. No es revanchismo, es memoria colectiva. Es Historia.
El nieto de Juan cree que su víctima tiene derechos, pero igual, según dice, no tantos como una de ETA, aunque sí derecho a ser enterrado como él entiende que ha de hacerse, y la existencia de un reconocimiento de que su vida fue entregada en la defensa de la democracia, esa que se supone que entre todos fortalecemos. Esta categorización de las víctimas parece de suma importancia.
La memoria de José Ángel, el nieto de Juan, ha sido moldeada con el claro enaltecimiento de solo unos muertos y el claro olvido para otros. Con el tiempo, la construcción de otras memorias más contemporáneas, relatos dicen, siguen apuntalando esta idea de categorización, de unas sobre otras. ¿Son más importantes las víctimas de ETA que su abuelo? ¿Que las víctimas de los GAL? ¿Que las del, tan cercano, Caso Almería? Esta cuestión se torna más importante todavía si cabe, ahora, cuando son las siguientes generaciones las que están recogiendo el testigo de perseguir la construcción de una memoria a partir de las víctimas de sus familiares que a sus progenitores se les negó. No cabe la categorización. No podemos seguir siendo un caso especial en términos de justicia transicional en el tratamiento a las víctimas.
La fosa de Limpias fue el destino de las personas que parece murieron en su hospital de sangre, en lo que ahora es un Parador Nacional, y que terminaban allí como consecuencia de las heridas recibidas en el frente cercano de la frontera con Burgos, la debacle de la huida del ejército que defendía Bilbao tras su caída y los bombardeos de la aviación rebelde en el corredor de acceso a la salida al mar que suponía la desembocadura del Asón. La memoria colectiva de Limpias la conocía. La lista recopilada por el párroco la ignorábamos, hasta que José Antonio Larrinoa y su tesón, la sacaron a la luz. El Episcopado es el propietario del cementerio de Limpias. El mismo que aún mantiene en las fachadas de alguna de sus iglesias listas de nombres de otros muertos, conocidos y reconocidos durante décadas. La misma que autorizó la construcción de nichos sobre ella, haciendo más difícil todavía la búsqueda de evidencias. El mármol quiere ser suficiente memoria. Tapar y olvidar. No revolver. No se puede hacer nada. ¿Qué más queréis? Dejadlo estar: así está bien.
Mientras escribimos esto, dos segundas leyes están en trámite parlamentario. Una en el ámbito autonómico, la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Cantabria, recién aprobada, y la otra en el estatal, Ley de Memoria Democrática. ¿Se lo pondrán más fácil a José Ángel, el nieto de Juan Bento Silva, portugués y asturiano, muerto en Limpias el 11 de julio de 1937, defendiendo la democracia y la República española? ¿Podrá enterrarlo en su pueblo asturiano? ¿Qué memoria de todo esto construirán sus hijos?
Juan Bento Silva nació en la localidad portuguesa de Sobral de San Miguel. Junto a su hermano, dejó su pueblo para buscar un mejor pan, pero no fue Brasil el destino elegido, como tantos otros de sus compatriotas, sino Asturias y su negro carbón.
La fatalidad de la mina y las duras condiciones de trabajo de aquellos primeros años del siglo XX terminaron con la pérdida de su hermano en una de ellas. Solo, decidió volver a casa, a Portugal. Manuel y María Justina, sus padres, allí seguían. Allí esperaban.