El nombre de Ángeles González-Sinde (Madrid, 7 de abril de 1965) irá ligado para siempre al de una ley, haga lo que haga. La exministra de Cultura durante la segunda legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero lo sabe y lo asume. Su paso por la política no fue fácil y reconoce que esa exposición pública le dejó 'secuelas' en forma de experiencias vitales que pretende utilizar para lo que ha sido siempre su vida: la escritura.
Es guionista y directora de cine con varios Premios Goyas en sus vitrinas, más de quince largometrajes y muchas horas de ficción televisiva. También ha escrito obras de teatro y publicado cuatro novelas infantiles. Escritora y finalista del Premio Planeta en 2013 por su novela 'El buen hijo', ocupó la Presidencia de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España e intentó legislar sobre un terreno muy pantanoso que frustró todos sus esfuerzos por conseguir una alternativa viable para la industria del cine.
En su biografía destaca, entre otras cosas, que ha trabajado como traductora, promotora de conciertos, redactora de una revista femenina o en una editorial. ¿La literatura es el final de su camino profesional o seguirá buscando su sitio?
Con la de años que llevo escribiendo, y después de probar muchas disciplinas distintas, esto tiene mucha pinta de ser definitivo. La escritura en el sentido amplio, ya sea escribiendo en prensa, escribiendo cine o literatura pura y dura.
¿Se siente más cómoda en alguna de esas facetas o lo considera parte de un todo?
En realidad, la escritura para cine o televisión, la escritura audiovisual, es muy ingrata, muy difícil. Digamos que como guionista tienes muchas menos herramientas que cuando escribes una novela, tienes muchos más límites. Cuando trabajas mucho como guionista llega un momento en el que necesitas recuperar el impulso, ese deseo de escribir por el placer de escribir y de armar una historia y contarla a tu gusto. Mucho tiempo en el audiovisual te domestica y necesitas dejar de ser ese animal domado y recuperar el uso de la imaginación en su plenitud. Hay una parte en la que la literatura da unas satisfacciones que en el cine, por ejemplo, llegan a más largo plazo.
¿Y no supone un mayor riesgo personal, una mayor exposición para el autor?
El guionista se lleva menos la regañina pública, pero la responsabilidad, por mucho que sea compartida, cuando una película en la que has trabajado fracasa, se siente tanto como lo siente el novelista cuya novela no funciona. Es verdad que dependes de más variables, porque el proceso es largo y tú solo participas en una parte de ese engranaje, pero el peso del guion es muy importante. En el resultado de una película pesa muchísimo. Es un proceso más privado. No todo el mundo está hecho de esa pasta. Al que quiere ser guionista no le importa no tener esa exposición pública. Eso no quiere decir que no nos gustaría tener más poder y más reconocimiento, sobre todo en la televisión, donde el poder del guionista es muy pequeño, lo que hace muchas veces que los proyectos naufraguen. Su criterio no es el que más pesa, tal y como está concebida la televisión en España. En otros países no es así.
¿Y dónde vamos a ver la próxima vez la firma de Ángeles González-Sinde?
Ahora estoy escribiendo un guion para Daniela Fejerman, con la que he trabajado antes. Es un guion que va a dirigir ella y estamos haciéndolo juntas. También estoy con algún proyecto de televisión, aunque todavía está en pañales, en una fase muy embrionaria. Estos días también estoy terminando una novela infantil, tengo otra a medias que podría convertirse en un largometraje, estoy rodando pequeños videos corporativos, encargos... Muchas y muy diversas actividades, la verdad. Es la tónica general de casi todo el mundo.
¿Hay que hacer más para conseguir lo mismo?
¡Hay que hacer más para conseguir menos!
Y con una trayectoria tan dilatada en tantos campos distintos, ¿qué siente cuando le recuerdan sobre todo por su faceta política y por su papel como exministra?
Ahora queda cada vez más atrás. No me importa que sea una parte de mi identidad que suene mucho, porque es la que más exposición pública tuvo. Lo que me parece mal es cuando haber estado en política es inmediatamente equiparado con el desprestigio o con la sospecha. Me parece que eso va en detrimento de la democracia. Si empezamos a colgar el sambenito a todo el mundo que ha estado en política de que es sospechoso, cada vez menos gente va a querer participar. En esos casos sí me preocupo.
De todas formas, ahora mismo me parece que mi biografía está bastante más equilibrada. Siento que he vuelto a la escritura y que he vuelto al cine, el año pasado también escribí teatro, y estoy en el mundo que a mí me gusta y en el que puedo incorporar toda esa experiencia y ese conocimiento que me aportó la política, que es muchísimo.
¿Le marcó tanto como parece?
La política estigmatiza mucho, sobre todo al principio. Cuando lo dejas, la gente lo tiene más fresco en la memoria y les descoloca mucho la percepción que tienen de ti. Hay este respeto que infunde la autoridad, por una parte, y las fantasías que tenemos de haber estado en eso que llamamos poder. Luego no puedes tanto poder como crees, la verdad...
Parece una contradicción que se cuestione a los políticos de carrera, que llevan toda una vida con una labor institucional, y que se critique a la vez a los profesionales que se incorporan en un momento concreto a la vida pública. ¿No existe un término medio?
Sí, es verdad. Se dice que no estamos preparados o se sospecha de por qué te postulas en un momento concreto... Está bien que un profesional de un sector determinado quiera aportar algo a la sociedad. Parece correcto que un rector de una Universidad sin afiliación a un partido político, como Ángel Gabilondo, sea nombrado ministro de Educación o haya sido candidato a la Presidencia de la Comunidad de Madrid. O Cristina Garmendia, que era una empresaria de biotecnología, por ejemplo. En el Gobierno del que yo formé parte había más personas con ese perfil. Lo que pasa es que, en mi caso, que vengo del mundo de la cultura, se une a que mi exposición o credibilidad es distinta.
¿Y la política le ha ayudado a llevar mejor las críticas a su trabajo actual?
¡Claro! Aunque en eso yo venía con ventaja sobre otros. El haber hecho películas o haber tenido críticas nefastas en la prensa, la costumbre de hablar con periodistas o exponerte públicamente, yo eso sí que lo traía bien aprendido de casa. Además, había estado tres años como presidenta de la Academia de Cine, que eso curte. Yo me manejaba bien ahí, aunque no quiere decir que no te duela, que no te hieran las críticas. Al fin y al cabo, la política es comunicación y la opinión pública es tu día a día.
Mencionaba su paso por la Presidencia de la Academia de Cine. Eso también es política, ¿o no?
Sí, claro. Así, sin darme cuenta, fue como empecé ese camino que, al que no conozca mi trayectoria en detalle, le puede parecer sorprendente. Desde casi el principio de mi carrera fui muy activa, creía mucho en la participación y estuve en la creación de una entidad de gestión alternativa y muy crítica con la SGAE... Siempre he estado en la reivindicación y en la defensa de esos derechos. Entras en contacto con otros territorios que están muy cercanos a la política, y es que la política está muy presente en nuestras vidas. Desde las asociaciones de vecinos a las asociaciones de padres en los colegios: ahí también hay política.
¿Y qué le haría volver a la política activa? ¿O lo descarta completamente?
Yo tengo la sensación de que he cumplido con mi papel, con una tarea cívica que está muy bien, que fue muy transformadora y me cambió completamente como persona. Agradezco la oportunidad y el honor de haber representado a mis conciudadanos y haber administrado los recursos de todos durante un tiempo, pero ya está. Esa no es mi vocación. Yo necesito la escritura, es casi obligatoria para mi supervivencia. Escribo por muchas razones, entre otras porque me gano la vida así, pero también lo necesito para estar en el mundo a otros niveles.
Antes decía que un ministro no tiene tanto poder como la gente piensa... ¿En qué lo notó?
Eso lo decía también hace poco Ada Colau. Se lo leí en una entrevista y me sentí muy identificada... (Risas). En su caso, que viene de los movimientos sociales, tiene que frustrar mucho llegar y no poder hacer tantas cosas como pensabas ni con la rapidez y la agilidad que tenías planeado. Me parece injusto cuando ahora se están pidiendo resultados a las alcaldesas de Madrid, de Barcelona o de otras ciudades cuando han pasado solo unos meses. ¡Es que es muy difícil en tan poco tiempo! El margen de maniobra te frustra, sí. Comprobar que no tienes el poder de transformar las cosas como tú te imaginabas. Ahí se nota.
¿Y que una ley tan impopular lleve su apellido le hace sentir mal o se siente orgullosa por lo que supuso de implicación personal?
No, no me hace sentir mal. Hay que ser consecuente y es verdad que yo impulsé que se cambiaran las reglas, que se tomara alguna determinación, que se abriera un camino y una vía de entendimiento. Lo que no puede ser es que no hubiera nada antes. Si ese es el camino o no, si mi propuesta es la correcta, no lo sé. Igual hay otras más viables, pero no las hemos visto aparecer ni nadie más las ha defendido o las ha impulsado. Lamentablemente, sigo siendo la única que intentó equilibrar una situación que no es muy equilibrada, sinceramente.
¿Ha cambiado mucho su opinión al respecto desde entonces?
Ha cambiado mucho mi opinión con respecto al cómo debía de haber obrado políticamente. Como dice el president Mas, tenía que haber sido más astuta... (Risas). La política es muy complicada y todo ocurre a un ritmo vertiginoso. Precisamente porque todo va muy lento, cada minuto es valioso para intentar impulsar. Aprendí muchas cosas mientras tanto y es muy fácil juzgar ahora que han pasado unos años. Todos resolvemos mejor las partidas cuando han terminado que cuando estamos jugando.
¿Y cree que el mundo del cine superará algún día esa crisis eterna en la que vive inmerso o es una parte inseparable de esa profesión?
Yo creo que se puede superar esa crisis, porque en otros países de nuestro entorno han conseguido hacerlo. Aquí se ha juntado el cambio de paradigma tecnológico con una crisis económica y unas políticas muy concretas de un Gobierno como el actual, que no parece que esté muy dispuesto a amparar a la industria del cine. Son unos factores que, al mismo tiempo, suponen una sacudida como la que no habíamos vivido nunca.