Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Cuando todo esto acabe
No sé en las vuestras, pero en mi casa se ha instaurado un tiempo nuevo; es el tiempo de “cuando todo esto acabe”. Tenemos el tiempo pasado, el de antes del confinamiento. Es un pasado reciente, el ayer más próximo. En él residen un montón de cosas que antes no dábamos valor y que en cambio ahora añoramos con intensidad: excursiones en familia, respirar profundo en la playa, las cervezas con las amigas y amigos, ir al super y charlar con la gente del pueblo. Incluso sacar a mi perra se ha convertido en algo furtivo, rápido y solitario. Todas esas cosas construyen nuestra memoria más brillante, aquella que nos ayuda a sostener el tiempo presente.
Tenemos también el tiempo del hoy, ese que se diluye como el aceite, goteando de nuestras manos ociosas. Se escurre lentamente mientras deseamos que pase rápido, que no duela, que se termine. No estamos acostumbradas a la calma, a la no-prisa, a intentar llenar nuestro día de actividades para no caer en el tedio y la depresión. Quienes tenemos niños contamos con un bonus extra: tareas del colegio por la mañana, cocinar en familia, gimnasia en casa por la tarde, manualidades, cuentos, pelis y un largo etcétera con tal de que estén bien. Y no nos damos cuenta de que lo que más necesitan es que nosotras lo estemos. Es agotador no tener relevo en los cuidados, ser familia monomarental, pero también os digo que si no fuera por ellos no me levantaría de la cama.
Porque el tiempo presente no es solo eso que hacemos y mostramos en redes sociales. No solo son las fotos de nuestros dibujos o lo bien que lo pasamos bailando en la sala de casa. El tiempo presente está lleno de llantos a medianoche cuando la incertidumbre puede contigo. Está lleno de lo que el permanente contacto virtual no puede llenar. Está lleno de despedidas y abrazos no dados y que tanto necesitamos. Y a mí me duelen los brazos de no darlos. Por eso achucho a mis enanos como si no hubiera un mañana y dormimos los tres juntos aunque me cosan a patadas por la noche.
Ese anhelo lo sustituimos por videollamadas y mensajes. Una cosa buena del tiempo presente es que te das cuenta de quién está contigo de verdad. Se mantienen algunos, desaparecen otros y aparecen algunos más. Digamos que es un tiempo de conteo, de sumar y restar lo que no suma, en el que la gente también te muestra solidaridad y ayuda, aunque sea para sacarte una sonrisa por la mañana.
Y tenemos ese tiempo nuevo, el de “cuando todo esto acabe”. Es como El País de Nunca Jamás, un edén dorado en el cual haremos todo lo que ahora no podemos hacer. En ese cajón de la imaginación de lo que está por venir hemos guardado los bocadillos de tortilla que nos haremos cuando vayamos al monte con esos amigos que ahora están malitos con el maldito bicho. He metido también las cañas que me voy a tomar con mi hermano y mi cuñada, los paseos interminables con la perra con el único acompañamiento del sonido de mis pasos, las tortitas de chocolate con mis amigas y sus mil besos de caramelo. He metido también la celebración de cumpleaños aplazado de mi hijo mayor y los partidos de fútbol en el pueblo del pequeño, las salidas en la piragua por la ría de Limpias y las risas con mis vecinos. Tengo abrazos especiales de esos que cortan la respiración metidos en un rincón secreto para esa amiga que lo está pasando mal, para mis padres. Y un grito al aire que me ocupa el pecho.
“Cuando todo esto acabe” es también un tiempo incierto en el cual no sé si podré tener de nuevo un trabajo, como tantas familias de este país. O si me faltarán algunos de los míos, que se quedarán sin recibir esos abrazos. Pero eso no se lo cuento a los niños. Para ellos ese tiempo del “cuando todo esto acabe” seguirá siendo un lugar seguro al que regresar, aunque no sepamos cuando.
No sé en las vuestras, pero en mi casa se ha instaurado un tiempo nuevo; es el tiempo de “cuando todo esto acabe”. Tenemos el tiempo pasado, el de antes del confinamiento. Es un pasado reciente, el ayer más próximo. En él residen un montón de cosas que antes no dábamos valor y que en cambio ahora añoramos con intensidad: excursiones en familia, respirar profundo en la playa, las cervezas con las amigas y amigos, ir al super y charlar con la gente del pueblo. Incluso sacar a mi perra se ha convertido en algo furtivo, rápido y solitario. Todas esas cosas construyen nuestra memoria más brillante, aquella que nos ayuda a sostener el tiempo presente.
Tenemos también el tiempo del hoy, ese que se diluye como el aceite, goteando de nuestras manos ociosas. Se escurre lentamente mientras deseamos que pase rápido, que no duela, que se termine. No estamos acostumbradas a la calma, a la no-prisa, a intentar llenar nuestro día de actividades para no caer en el tedio y la depresión. Quienes tenemos niños contamos con un bonus extra: tareas del colegio por la mañana, cocinar en familia, gimnasia en casa por la tarde, manualidades, cuentos, pelis y un largo etcétera con tal de que estén bien. Y no nos damos cuenta de que lo que más necesitan es que nosotras lo estemos. Es agotador no tener relevo en los cuidados, ser familia monomarental, pero también os digo que si no fuera por ellos no me levantaría de la cama.