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El aparcar se va a acabar
SpaceX ha puesto en el espacio un descapotable Tesla camino de Marte. Me puedo imaginar la cara de los marcianos cuando sus platillos volantes se crucen con el maniquí vestido de astronauta que va al volante y también compadezco a este cuando le salga al paso una suerte de Benemérita Sideral y le pida los papeles y las luces de recambio.
El Falcon Heavy es todo un símbolo de lo que somos aquí en la Tierra. Es el cohete más potente, lo que ya simboliza un derroche de testosterona importante, y ha sustituido el disco dorado y naif de Carl Sagan y sus mensajes de amistad interplanetaria por los grandes éxitos de Enrique Iglesias, lo que puede ser entendido como una declaración de intenciones nada pacífica. Cuando llegue a su destino será como la Guerra de los Mundos. La Tierra ha tenido la descortesía de devolver la visita mandando su tótem por antonomasia: el coche.
¿Qué haríamos nosotros sin coche? Posiblemente, vivir mejor, pero no es una elección nuestra. Nuestra elección va poco más allá de la tapicería y los tapacubos pero que se necesita el semoviente es indiscutible.
Aquí en la Tierra hay dos modos de pensamiento: el norteamericano y el europeo. El primero tiene el coche como un derecho del ciudadano comparable al de portar armas. La respuesta es darle todo lo que pida y lo que pide, por ejemplo, son 65.000 kilómetros cuadrados. Esta extensión, equivalente a 11 veces la superficie de Cantabria, es el espacio que se dedica allí al aparcamiento en, valga la redundancia, superficie. Según un estudio de la Universidad de California, Estados Unidos tenía en 2011 un total de 800 millones de plazas de aparcamiento disponibles. Ahora ni se sabe.
En Europa somos más trágicos y nos fijamos en cosas más negativas. Por ejemplo, que mueran al año por la contaminación del aire más de 500.000 personas, algo imputable en su mayor parte a los vehículos a motor. Este es el tipo de estadísticas que dejan bastante frío porque parecen afectar siempre a los demás hasta que una buena mañana le aparece a uno una manchita en un pulmón que no se quita ni con Cillit Bang.
Santander, capital de los cántabros llamada a ser Ciudad Experiencias dado el interés en la materia que han puesto consejerías y munícipes del ramo turístico, está disfrutando de la nueva red de transporte urbano, el MetroTus, cuya intención es batir récords de frecuencia de paso a costa de los derrames cerebrales que pueda ocasionar el intento de descifrar el nuevo plano de las líneas. Como nueva Experiencia tengo que reconocer que es indiscutible.
Sin embargo, y en mi modesta opinión, Santander da pasos en una dirección pero sin querer asumir la decisión política de fondo: ¿Qué hacemos con los coches? Y se trata de una decisión política de envergadura. La capital es una ciudad del XIX que hubiera necesitado un barón Haussman y su cañón de 24 libras. Lejos de ello, hasta la reconstrucción tras el incendio de 1941 fue una suite vintage del viejo callejero, pero sin casco viejo. Ahora no hay manera de meter tanto coche en unas calles que fueron pensadas para carruajes. El propio MetroTus tiene que soportar la humillante experiencia, nada smart, de perder su carril exclusivo desde Cuatro Caminos hasta la Plaza del Ayuntamiento. Mientras las calles no sean de chicle no habrá manera de meterlo todo por el mismo conducto viario. Hay que elegir.
Así que estamos en una ciudad anticuada con numerosos medios de locomoción, una política de movilidad que incentiva el transporte público, otra política de inmovilidad que no desincentiva realmente el uso del coche y una clase política que tiene pavor a que erradicar estos monstruos metalizados sea interpretado como la conculcación del derecho constitucional a ir a comprar el pan en descapotable o aparcar a la puerta de la cafetería, con el riesgo que entraña de sangría de votos.
Como ya ocurriera con el tabaco, la decisión se impondrá desde fuera. Si hubiera habido que esperar una decisión municipal, regional o nacional para prohibir fumar en el transporte o en la oficina todavía se seguiría haciendo. Ahora no tiene vuelta atrás. Fue la transposición de las directivas europeas lo que hizo realidad algo que ahora es incuestionable. Con el coche pasará igual.
Si Santander quiere presumir de modernidad tendrá que aceptar que las ciudades más modernas son aquellas que tienen menos coches en sus calles. Se puede tener menos población y más coches, como ocurre en Santander, por la gran población flotante que soporta a diario de personas que viven en el extrarradio o en municipios limítrofes y trabajan o compran en la ciudad. Pero por más rampas que se instalen, el coche seguirá metiendo la nariz por todas partes buscando aparcamiento. Se calcula que el 30% de los vehículos que están ahora mismo en las calles buscan dónde aparcar.
Grandes ciudades europeas están empezando, motu proprio, a tomar medidas drásticas, que van mucho más allá de restringir la circulación o minorar la velocidad en momentos puntuales. ¿Qué están haciendo? Convertir las calles en un medio hostil (y caro) para el conductor. Londres aplica un peaje de congestión para circular por el centro. También Estocolmo. Zúrich elimina aparcamientos y aplica medidas disuasorias en semáforos, pasos de cebra y otros elementos. Oslo se ha cargado los aparcamientos en superficie, así, sin más: se puede circular pero no aparcar. Copenhague ha convertido las calles comerciales en peatonales. París ha eliminado 15.000 plazas de aparcamiento en superficie desde 2003.âMadrid apuesta por parkings disuasorios… y la UE está redactando el certificado de defunción del diésel y la gasolina. La propia industria hace tiempo que puso su futuro en manos del coche eléctrico.
Por lo que volvemos al principio, a ese dummy con escafandra que se las promete muy felices camino de Marte. Macho alfa motorizado, él también simboliza el futuro de la industria automovilística. Es eléctrico. Solo falta que alguien le diga que lo de aparcar en Marte va a estar complicado.
SpaceX ha puesto en el espacio un descapotable Tesla camino de Marte. Me puedo imaginar la cara de los marcianos cuando sus platillos volantes se crucen con el maniquí vestido de astronauta que va al volante y también compadezco a este cuando le salga al paso una suerte de Benemérita Sideral y le pida los papeles y las luces de recambio.
El Falcon Heavy es todo un símbolo de lo que somos aquí en la Tierra. Es el cohete más potente, lo que ya simboliza un derroche de testosterona importante, y ha sustituido el disco dorado y naif de Carl Sagan y sus mensajes de amistad interplanetaria por los grandes éxitos de Enrique Iglesias, lo que puede ser entendido como una declaración de intenciones nada pacífica. Cuando llegue a su destino será como la Guerra de los Mundos. La Tierra ha tenido la descortesía de devolver la visita mandando su tótem por antonomasia: el coche.