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La apuesta de Podemos
El 15M reflejaba buena parte del “sentido común” político de la gente, que no está exento de falsas ideas inducidas. Por ejemplo, se oía en La Porticada tanto como en una barra de bar aquello de “todos los políticos son iguales”, aunque no lo proclamaba el cuñado de turno que después vota al más “igual” de todos, sino un joven desesperado al ver alejarse sus expectativas pre-crisis. Yo solía contestar que era un pensamiento injusto y peligroso. Y para demostrarlo les hablaba de Esther García, que dignificó el oficio como nadie del entorno.
Esther llevaba tiempo denunciando que las tres siglas que entonces acaparaban y se repartían el poder político en la Comunidad Autónoma (PP, PRC y PSOE) representan el mismo modelo socio-económico para Cantabria. La única diferencia, matizaba, está en los empresarios que cada partido tiene detrás financiando y promocionando de cara a ser beneficiados durante el mandato. Luego supimos por una denuncia anónima que el sistema estaba aún más perfeccionado (o corrompido, como prefieran), formando un “cártel del asfalto” que les permitía repartirse el mercado inflando los cobros.
En esa línea discursiva de denuncia se movió Podemos, aplicando al tripartito cántabro la crítica al bipartidismo español. Pero después de las elecciones, el partido “anticasta” tuvo que decidir si permitía la elección de Miguel Ángel Revilla, que llevaba más de 30 años de diputado y 16 en gobiernos autonómicos responsables de la actual crisis. Sin embargo sus casi 100.000 votos iban a ser determinantes de cara a repartir los cinco diputados que los electores cántabros eligen en el Congreso de los Diputados. Y Podemos hizo su apuesta táctica en clave electoral, acercándose al PRC a la vez que marcaba distancia con su socio de Gobierno: el PSOE.
El partido de Pablo Iglesias nunca ha ocultado que su gran objetivo es aprovechar la “ventana de oportunidad” abierta para gobernar tras las próximas elecciones generales, supeditando abiertamente a este objetivo otros ámbitos electorales y decisorios, además de muchos principios. De los cinco diputados al Parlamento europeo que obtuvo el pasado mayo, cuatro han abandonado ya su escaño. En las municipales no quisieron arriesgar sus siglas y optaron por fórmulas de confluencia abierta que resultaron ciertamente exitosas. Por el contrario, en las autonómicas se sacrificó la confluencia en aras de mantener una candidatura propia que permitiera obtener réditos económicos y políticos de cara a la campaña de las generales. Incluso, en las últimas elecciones catalanas, los candidatos de ese ámbito fueron eclipsados por el de ámbito estatal, con nefasto resultado.
El próximo 20 de diciembre, los votantes regionalistas van a decantar los resultados de las elecciones por la circunscripción cántabra. Lo saben en el PP, que últimamente ha suavizado sus ataques, tornados en brindis que adquieren forma de compromisos inversores verbales. Lo saben en el PSOE, socios de un Revilla que llegó a participar en un mitin con Zapatero y González en Santander, rebotados ahora por el acercamiento a las promesas de Rajoy. Lo saben en Ciudadanos, que si pudieran retomarían aquellos contactos de 2011. Y lo saben en Podemos, que ha quedado para ir con él a parar el próximo desahucio e incluso va a obtener la deseada foto de una reunión Iglesias-Revilla a cinco días de las elecciones generales.
No es que en Podemos desconozcan la trayectoria y naturaleza de Revilla, es que necesitan sus votos para obtener un diputado, que al parecer consideran más importante que la coherencia o la pedagogía política. “La política hace extraños compañeros de cama”, dijo Charles Dudley y popularizó Winston Churchill. A Revilla, que más que dinosaurio es un camaleón político, el romance le ha venido bien para dar credibilidad a la que quizá sea su última adaptación al medio: joseantoniano durante el franquismo, autonomista durante la transición, consejero de Obras Públicas cuando el boom urbanístico, tras el 15M pasea su indignación por los platós de televisión, intolerante con la corrupción, y si te descuidas con el ladrillazo y el fracking que su propio Gobierno autorizó.
A los dirigentes de Podemos también hay que reconocerles un enorme mérito político y audacia para hacer frente al reto electoralista cabalgando contradicciones… pero no podemos comprarles eso de que las cosas ya han cambiado porque sus rivales lleven camisa blanca con vaqueros y tuiteen para igualarles en campechanía. En la búsqueda de ese “sentido común” de la gente, han renunciado a hacer la debida pedagogía, contribuyendo a generar un caldo de cultivo político de consecuencias impredecibles de cara al futuro, en el que de momento ya ha crecido un nuevo monstruo, Ciudadanos, que amenaza con devorarles.
En definitiva, Podemos apostó todo al 20D, jugando a la transversalidad y hasta a la introducción de militares en la vida política, pasando por lavarle la cara a Revilla. Las elecciones generales parecen ya más un fin en sí mismo que un medio para transformar, y el golpe de no conseguir obtener una nueva mayoría puede ser muy duro, no sólo a un nivel partidista, sino también sociológico. Incluso, de conseguir un buen resultado, ya no sabe uno si serviría para el cambio o si es la búsqueda desesperada de éste lo que ha cambiado el propio proyecto. Revilla, sin embargo, en el fondo, sigue como siempre.
El 15M reflejaba buena parte del “sentido común” político de la gente, que no está exento de falsas ideas inducidas. Por ejemplo, se oía en La Porticada tanto como en una barra de bar aquello de “todos los políticos son iguales”, aunque no lo proclamaba el cuñado de turno que después vota al más “igual” de todos, sino un joven desesperado al ver alejarse sus expectativas pre-crisis. Yo solía contestar que era un pensamiento injusto y peligroso. Y para demostrarlo les hablaba de Esther García, que dignificó el oficio como nadie del entorno.
Esther llevaba tiempo denunciando que las tres siglas que entonces acaparaban y se repartían el poder político en la Comunidad Autónoma (PP, PRC y PSOE) representan el mismo modelo socio-económico para Cantabria. La única diferencia, matizaba, está en los empresarios que cada partido tiene detrás financiando y promocionando de cara a ser beneficiados durante el mandato. Luego supimos por una denuncia anónima que el sistema estaba aún más perfeccionado (o corrompido, como prefieran), formando un “cártel del asfalto” que les permitía repartirse el mercado inflando los cobros.