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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Aquejados de TIR

Albert Rivera en la tribuna del Congreso de los Diputados. |

Javier Fernández Rubio

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En la antigua Unión Soviética se detectó una enfermedad invisible. Era una enfermedad de tipo psiquiátrico, una variante de esquizofrenia caracterizada por no manifestarse a la vista o de forma clínica. Proliferaba entre un grupo de población al que se denominaba disidentes. Era una enfermedad como la radioactividad, que ni olía ni se veía, pero mucho más astuta, porque, a diferencia del radio, tampoco se manifestaba con dolencia alguna. Bastaba, no obstante, con que dos psiquiatras coincidieran en el diagnóstico para que este fuera irrefutable y el interfecto diera con sus huesos en el manicomio. Se denominaba Trastorno de Ideas Reformistas (TIR).

Pensar o decir que algo iba mal en la Unión Soviética era el síntoma inequívoco de padecer TIR. Pero no solo en la Unión Soviética. Realmente, pensar que el poder, en cualquier latitud, hace las cosas mal es universal síntoma de locura y acarrea siniestras consecuencias. Es lo que les pasa a los que se empecinan en llevar la contraria: están locos sin sospecharlo, no saben lo que les conviene, por más que llevar la contraria pueda parecer un ejercicio muy sano.

El TIR no parece tener cura para el poder. Ahora, es cierto, no se recluye a quienes lo padecen (ah, esa clínica del doctor Morales y sus mágicas inyecciones de cardiazol), pero se les anatemiza, se les aparta de lo público, se impide que tengan contacto con la población o puedan ganarse la vida. Profilaxis o higiene social. Muerte en vida para esos locos externalizados, porque el poder no no puede equivocarse y, cuando se equivoca, se equivoca bien.

Pedir, por ejemplo, la reforma del sistema educativo o la intervención de una universidad por el Ministerio (sí, puede hacerse) es síntoma inequívoco de padecer TIR. No debe estar bien de la cabeza quien piense que los casos de los másteres (ese invento salido de Bolonia para convertir la universidad en una expendedora de títulos, en una máquina de hacer dinero devaluando las licenciaturas y emitiendo certificados que tienen menos valor que el periódico de ayer) son un síntoma de una universidad empobrecida, endogámica y precarizada, que no huele precisamente a rosas. El silencio de los rectores ante estos casos es ensordecedor. La universidad no se da por aludida porque no se equivoca y, cuando se equivoca, se equivoca bien.

Otro síntoma de TIR es resaltar la coincidencia en el tiempo entre la abstención de Ciudadanos a la hora de la exhumación del dictador del Valle de los Caídos y la decisión de Macron (ese señor con nombre de legado de legión romana a quien tanto le gustaría parecerse Albert Rivera) pidiendo perdón por los crímenes de la OAS, algo que recuerda a lo que hizo Chirac en 1995 cuando reconoció la responsabilidad de Vichy en la deportación de judíos a los campos de exterminio. Debe ser porque Francia es un país tan atrasado que, por no tener, no tiene los cadáveres de 140.000 represaliados jalonando la red nacional de carreteras.

Rivera, que no padece TIR en absoluto y no manifiesta mucho interés por los crímenes del pasado, prefiere importar políticos en horas bajas como Manuel Valls, que acaba de acordarse de que nació en Barcelona para aspirar a ser alcalde. 20.000 franceses de la circunscripción por la que fue elegido diputado en Francia ya han pedido que dimita, signo evidente de que el TIR tiene una amplia prevalencia en el país vecino.

Basta abrir el periódico para ver casos diarios de dirigentes enfurecidos por una criada que les ha salido respondona. Esto es intolerable, dicen, porque la palabra intolerable les gusta mucho y lo dicen con grandes alharacas para que quede claro que ellos, por lo general, son personas tolerantes con quienes no les llevan la contraria. A mí esto me parece síntoma inequívoco de Trastorno de Ideas Inmovilistas, pero, claro, a ver quién es el psiquiatra que se lo diagnostica.

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