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Y se armó el Belén…

De pequeño, la Nochebuena y la Nochevieja no eran más que simples etapas en las que comíamos los caracoles de mi abuela y se reunía toda la familia. Nada serio en comparación con las dos jornadas más importantes de las vacaciones: el 5 y el 6 de enero.

Los pocos recuerdos que aún perviven en mi cabeza al naufragio de los años están forjados con la gran ilusión que me producía la cabalgata de Reyes. El gentío, los caramelos, las carrozas, el frío… y, claro, sus majestades de Oriente. Como para otros muchos niños, mi favorito era Baltasar. Supongo que el hecho de que fuera negro hacía que tuviéramos una especial simpatía por él (y por su betún).

Aquellos tipos eran mis ídolos. Tres hombres que recorrían el mundo con sus pajes y camellos para llevar regalos a todos los niños que hubieran sido buenos. ¡Qué tíos!

Con las luces abrazadas a las farolas, con lágrimas en los ojos y con la celeridad de quien le va la vida en ello, iniciaba el camino de regreso a casa sin saludar a nadie y con la mente puesta en dejar todo bien preparado para el día siguiente. Los tres chupitos de whisky, las tres galletas, la ventana abierta, los nervios y a la cama lo antes posible.

- Oigas lo que oigas, no salgas o se irán corriendo.

- No saldré.

Y el día 6… más pronto que nunca… la alegría, el no parar de jugar con una cosa y con otra, el roscón y esa horrible sensación de no tener tiempo para disfrutar de todos mis regalos debido a que al día siguiente había que volver a clase.

El final de la utopía

Toda esta ilusión duró hasta que un niño en el autobús del colegio (¡ojo, spoiler!) me aseguró que los Reyes eran los padres. Se acabó la utopía, los regalos y la magia. De alguna manera, exagerando un poco, se puede decir que aquel descubrimiento fue el primer gran paso hacia una madurez que aún hoy no he alcanzado.

Sin embargo, lo que sí ha pervivido durante todo este tiempo es mi intento por hacer que esa ilusión que disfruté se mantenga en los niños que me han rodeado. Haciendo de mayor responsable en el autobús del colegio, con los hijos de mis amigos, con los chavales de mi barrio, con mis vecinos...

2015

Por este motivo, considero que este año todo ha sido un esperpento. Desde los trajes de los Reyes en Madrid (que parecían comprados en una tienda de chinos situada en los bajos de uno de los hoteles de la cadena YMCA), a la marquesa de la FAES y su juramento de niña pija, pasando por las brujas de Salem valencianas o la visita de sus majestades a la casa de la exalcaldesa de alicante, Sonia Castedo (imputada por el 'caso Brugal').

¿Pero qué demonios nos pasa? Esto es una fiesta de y para niños donde no caben ni política ni religión (por mucho que algunos quieran ponderar la raíz cristiana de la Epifanía para defenderla o para atacarla). Los Reyes Magos son una tradición que necesita poca actualización… sobre todo en sus protagonistas principales. ¡Los niños queremos a los Reyes tal y como son!

¿¡Es que ya no hay normalidad en este país!? Críticas, las redes sociales echando humo, voces en el cielo y un buen número de incrédulos padres intentando convencer a sus hijos de que todo es una mágica broma o de que lo que acaba de decir un 'pictoplasma' por la tele no tiene ninguna importancia.

Caínismo ilustrado

Mirad, no podemos soportar que cada vez que haya un cambio político en este país los unos y los otros (y los de más allá) gobiernen sólo para los suyos. Necesitamos proyectos a medio plazo y líderes que gobiernen para todos, teniendo en cuenta que ni las cosas son inmutables per se ni podemos llegar al siglo XXV a la velocidad de la luz. Si unos tiran hacia la derecha con todas sus fuerzas y los otros tiran hacia la izquierda con toda su alma es imposible que avancemos.

Por lo que más queráis: los Reyes Magos no representaron nunca ninguna idea de Estado (os lo dice un republicano convencido) y hace muchísimo tiempo que tampoco tienen nada que ver con una religión(os lo asegura alguien muy crítico con las jerarquías eclesiásticas). Es sólo una fiesta de y para niños. No necesitamos hacer una guerra también de esto.

De pequeño, la Nochebuena y la Nochevieja no eran más que simples etapas en las que comíamos los caracoles de mi abuela y se reunía toda la familia. Nada serio en comparación con las dos jornadas más importantes de las vacaciones: el 5 y el 6 de enero.

Los pocos recuerdos que aún perviven en mi cabeza al naufragio de los años están forjados con la gran ilusión que me producía la cabalgata de Reyes. El gentío, los caramelos, las carrozas, el frío… y, claro, sus majestades de Oriente. Como para otros muchos niños, mi favorito era Baltasar. Supongo que el hecho de que fuera negro hacía que tuviéramos una especial simpatía por él (y por su betún).