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Arquitectura mental hostil

Patricia Manrique

18 de septiembre de 2023 22:15 h

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La «arquitectura hostil» es una tendencia de diseño urbano pensada contra los pobres, muy en especial contra la gente sin hogar. La aporofobia —odio a los pobres— se manifiesta, así, en asientos individuales o imposibles —hay unos cuantos en Santander, por ejemplo, en la Rampa de Sotileza) que impiden que se duerma en ellos, ausencia de fuentes o presencia de aspersores cuyo único objetivo es disuadir a quien se siente en sus cercanías, pinchos para impedir que alguien pueda refugiarse en los aledaños de determinados espacios o comercios… Es un tipo de diseño que acaba haciendo de la ciudad un medio hostil para muchos colectivos que realizan actividades no productivas como infantes o adultos mayores y supone, ante todo, una guerra abierta contra los pobres que ‘afean’ los entornos recordando a los viandantes la cara oscura del productivismo.

Cualquiera puede ver que las calles de Santander están jalonadas de personas sin hogar. Y algo se tiene que estar haciendo mal en los servicios sociales cuando, en contraste con las evidentes necesidades de techo, el Centro de Acogida Letizia Ortiz ha tenido, según indican antiguos trabajadores, un ala de habitaciones equipadas con baños completamente inutilizada —tal vez aún sigue así—. Quizá influya el hecho de que solo se pudiera estar cuatro días seguidos en el centro, obligando a quien necesita dormir todos los días bajo techo —ese lujo— a vagabundear de una ciudad a otra. Puede que pesen los horarios excesivamente limitados de centros destinados a personas adultas, o el paternalismo con el que usuarios denuncian que se trata a seres humanos que no son sino personas a las que la vida se les ha torcido. Tal vez sea la falta de recursos apropiados, la falta de interés de las administraciones o que la pobreza no está en la agenda de los políticos… ni de casi nadie. Sobran los motivos, y se plasman en personas de todas las edades, hombres y mujeres, que noche tras noche tienen el cielo por techo y cartones por ajuar, las que llueve y las que no.

Pues a mediados del pasado agosto, en una de las primeras reuniones del Consistorio con el nuevo Gobierno de Cantabria (PP), a Gema Igual, la de mejor chantajear a las migrantes para que den en adopción a los niños que encontrárselos en vertederos —¿casos en los que se basaba? Ninguno— explicó, con un desparpajo que escalofría, que andaban barajando la idea de someter a una evaluación psiquiátrica en el Hospital Valdecilla a quienes sean reacios a pasar por el susodicho Centro de Acogida. Se ve que han pensado que tanto pobre por las calles no es bueno para el turismo, dios al que todo se sacrifica en esta ciudad. Tan deshumanizadora idea, contraria a derecho seguro, quedó pendiente de un estudio en el que se determinen las bases jurídicas, así como de establecer cuál sería el proceso posterior al examen psiquiátrico. Ojalá sólo sea un macabro globo sonda y no tengamos que saber más de ello.

¡Hay tantas cosas se podrían hacer! Pero a la alcaldesa solo se le ocurre intentar quitarlos del medio, que no hacen bonito. ¿Disponemos siquiera de baños públicos para que las personas que caen en esta situación puedan cuidar su higiene? Para turistas, sí, para indigentes sin tarjetas de crédito —requeridas para entrar en algunos— no tanto. ¿Por qué, salvo casos concretos, como aceptar un itinerario formativo que hay quien dice que es una completa estupidez que no aporta nada, los centros como el Letizia solo pueden ocuparse cuatro días, fomentando la necesidad de vagabundear de comunidad en comunidad? ¿Cuánto se ha implementado la I Estrategia de lucha contra el sinhogarismo que iba a promover la autonomía de las personas sin hogar con nuevos enfoques? ¿La retomará el PP o aplicará recetas neoliberales e inhumanas en la línea de la propuesta de Igual?

Publicada en la etapa de la consejera de Empleo y Políticas Sociales, Ana Belén Álvarez (PSOE), la estrategia, que puede consultarse en la web del ICASS, prometía aplicar la solución Housing First, usando los fondos Next Generation para adquirir al menos 20 pisos destinados a gente sin hogar, aunque con limitaciones temporales que no son precisamente propias de la estrategia original. Housing first la integran programas que consideran la vivienda un derecho humano que ha de ser cubierto prioritariamente y sin chantajes, consiste en dar pisos a personas sin hogar de manera permanente y con contrato de alquiler y ha tenido un gran éxito en países como Finlandia, donde se ha comprobado que, cuando la gente tiene casa, la búsqueda de empleo y la restauración de las condiciones de vida en general vienen de seguido. Los programas habituales en España, también en Cantabria, suelen hacer al revés: ofrecen la vivienda como premio final al ‘buen comportamiento’: paternalismo e infantilización de las personas sin hogar.

El sinhogarismo es una condición dramática que, desgraciadamente, a menudo se convierte en una forma de vida, un agujero negro el que difícilmente se puede salir sin apoyo y una situación que debiera ser prioridad de todo órgano de gobierno solucionar

Según los últimos datos recopilados por el Instituto Nacional de Estadística, en 2022 en España fueron 28.552 las personas que acudieron a centros de alojamiento y restauración, un 24,5% más que hace 10 años. Las organizaciones que atienden a este colectivo consideran que el incremento es mayor, que ronda el 37%. Los datos dicen que la edad media de las personas sin hogar es de 42,7 años, que el 40% lleva más de tres años sin casa y que el 11% tiene estudios superiores. La mitad ha sufrido algún insulto o agresión y seis de cada 10 presenta algún síntoma de depresión. El confinamiento por la pandemia sacó a la luz que en Cantabria son en torno a unas 350 personas. Pero son cálculos de Nueva Vida, entidad a la que la administración subroga su tratamiento desde la pandemia, y faltan cifras exactas, síntoma del desinterés institucional.  

Un despido repentino, jefes incompetentes que acumulan impagos, bancos antaño ávidos de conceder créditos que conducen al desahucio, crisis económicas que arrasan con economías precarias, divorcios mal gestionados, adicciones al juego y/o las drogas, rechazos familiares a la opción sexual o la identidad de género, incomprendidas neurodivergencias , dolencias mentales severas incluso… son muchos y muy diversos los motivos por los que un día, como si de una pesadilla se tratase, cualquiera podemos encontrarnos sumidas en esa pesadilla que es vivir sin hogar y, de su mano, con una notable nómina de carencias que hará más difícil, día tras día, la supervivencia.

El sinhogarismo es una condición dramática que, desgraciadamente, a menudo se convierte en una forma de vida, un agujero negro el que difícilmente se puede salir sin apoyo y una situación que debiera ser prioridad de todo órgano de gobierno solucionar. Pero la miopía del poder ante esta realidad indecente es tremenda. Solo una ciudadanía ética, solidaria, dispuesta a afearle a sus representantes brutalidades como la reciente idea de Igual y activa en exigir que se tomen medidas efectivas contra la pobreza puede ayudar a mitigar semejante desbarajuste. 

La «arquitectura hostil» es una tendencia de diseño urbano pensada contra los pobres, muy en especial contra la gente sin hogar. La aporofobia —odio a los pobres— se manifiesta, así, en asientos individuales o imposibles —hay unos cuantos en Santander, por ejemplo, en la Rampa de Sotileza) que impiden que se duerma en ellos, ausencia de fuentes o presencia de aspersores cuyo único objetivo es disuadir a quien se siente en sus cercanías, pinchos para impedir que alguien pueda refugiarse en los aledaños de determinados espacios o comercios… Es un tipo de diseño que acaba haciendo de la ciudad un medio hostil para muchos colectivos que realizan actividades no productivas como infantes o adultos mayores y supone, ante todo, una guerra abierta contra los pobres que ‘afean’ los entornos recordando a los viandantes la cara oscura del productivismo.

Cualquiera puede ver que las calles de Santander están jalonadas de personas sin hogar. Y algo se tiene que estar haciendo mal en los servicios sociales cuando, en contraste con las evidentes necesidades de techo, el Centro de Acogida Letizia Ortiz ha tenido, según indican antiguos trabajadores, un ala de habitaciones equipadas con baños completamente inutilizada —tal vez aún sigue así—. Quizá influya el hecho de que solo se pudiera estar cuatro días seguidos en el centro, obligando a quien necesita dormir todos los días bajo techo —ese lujo— a vagabundear de una ciudad a otra. Puede que pesen los horarios excesivamente limitados de centros destinados a personas adultas, o el paternalismo con el que usuarios denuncian que se trata a seres humanos que no son sino personas a las que la vida se les ha torcido. Tal vez sea la falta de recursos apropiados, la falta de interés de las administraciones o que la pobreza no está en la agenda de los políticos… ni de casi nadie. Sobran los motivos, y se plasman en personas de todas las edades, hombres y mujeres, que noche tras noche tienen el cielo por techo y cartones por ajuar, las que llueve y las que no.