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¡Es el brexit, querida!

Los ingleses son de otra pasta, eso está claro; o bueno, los británicos para ser más exactos. Será por ese carácter insular que llevó a un comentarista de la BBC a decir en un programa de radio, tras una terrible tormenta en el Canal de la Mancha, que el continente había quedado aislado de Gran Bretaña.

Ahora nos vienen con el brexit que es un torcido palabro que se deriva de otro invento llamado grexit con los que mezclan el nombre de un país y una puerta de salida de la Comunidad Europea.

El caso es que si no hubiera sido por el terrible asesinato de la parlamentaria Jo Cox en Leeds, muchos británicos no se darían demasiada cuenta de si su país permanecía o salía de la Unión Europea. A ver, tómense una taza de té conmigo -Earl grey of course-, y les explico este punto de vista.

Las condiciones en las que Gran Bretaña entró en la Unión son tan asombrosas que muchas veces dudo de si realmente llegaron a ingresar alguna vez. O peor aún, entraron saltándose a la torera las condiciones que luego, desde dentro, negaron sistemáticamente a los demás. No soy un experto en temas comunitarios pero hay dos de las excepciones a las que se acogieron los británicos que me dejan perplejo: ni va con ellos el tema del espacio Schengen, ni va con ellos la moneda europea. Es como si usted y yo quisiéramos entrar en uno de sus selectos clubes londinenses y nos presentásemos en pijama y pagásemos la cuota con billetes del Monopoly.

Por eso, si finalmente el brexit pasa de un chantaje en toda regla -que eso es lo que es- a una cruda realidad, muchos no nos vamos a dar ni cuenta, ya que tendríamos que seguir utilizando la libra esterlina y pasando por los confesionarios de sus fronteras.

Me dirán ustedes que Gran Bretaña es la segunda economía de la Unión y que las consecuencias económicas de una eventual salida serán dolorosas tanto en los bolsillos británicos como europeos. Seguro que es verdad, de un tiempo a esta parte todo lo que pasa en el mundo es malo para nuestros bolsillos. Si sube el petróleo porque sube y, si no, porque baja; si crece la economía china porque crece y, si no, porque se estanca. El caso es que no sé cómo nos las arreglamos pero siempre nos acaban pasando la factura a los españoles. Y de paso nos suben la luz.

Para animar aún más el cotarro resulta que ni los nacionalistas escoceses ni esos británicos con acento andaluz que son los gibraltareños están de acuerdo con la salida de la Unión. Incluso Pablo Iglesias dijo en el debate a cuatro que Podemos había sido el único partido español que había hecho campaña a favor de la permanencia europea en pleno Reino Unido.

¿Alguien nos puede explicar, entonces, quién demonios quiere salir de la comunidad? Según algunos comentaristas, los que están impulsando el brexit son los ultraconservadores y los nostálgicos coloniales. Pues sí que deben tener nostalgia estos caballeros, porque les recuerdo que la India se independizó en 1947 y Hong Kong volvió a manos chinas en 1997. Es verdad que las Malvinas aún son las Falkland y que el supermercado gibraltareño sigue abierto, pero si quieren nostalgia que se traguen otra temporada de Downton Abbey.

En fin, gentlemen, sigan ustedes conduciendo por donde les dé la gana, no se priven de tomar el té a las cinco en punto y giren, si quieren, las agujas del reloj en sentido contrario, pero dejen de mangonear la Unión Europea… please.

Los ingleses son de otra pasta, eso está claro; o bueno, los británicos para ser más exactos. Será por ese carácter insular que llevó a un comentarista de la BBC a decir en un programa de radio, tras una terrible tormenta en el Canal de la Mancha, que el continente había quedado aislado de Gran Bretaña.

Ahora nos vienen con el brexit que es un torcido palabro que se deriva de otro invento llamado grexit con los que mezclan el nombre de un país y una puerta de salida de la Comunidad Europea.