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De lo que se cae
En Santander se nos caen las cosas. Diréis que como en otras partes, ya que al fin y al cabo la gravedad no es mayor en la capital cántabra y en esta ciudad las personas no son ni más ni menos torpes por el hecho de vivir en ella. Pero sí que parece que por estos lares impera de manera categórica la Ley de Murphy: “Si hay más de una forma de hacer un trabajo y una de ellas culmina en desastre, alguien lo hará de esa manera”. Lo que está claro es que algunos se han olvidado de desarrollar lo que se denomina diseño defensivo y que viene a cubrir las contingencias derivadas de un mal uso por parte de quien va a disfrutar del producto en cuestión. O de que llueva, vaya.
El pasado lunes 13 de enero se hundía un parque infantil de Nueva Montaña. La suerte y la hora tan temprana en la que se produjo el derrumbe se conjuraron para no tener que lamentar víctimas aunque los daños materiales son cuantiosos. De nuevo Santander se ha visto sacudida por un suceso que viene a recordarnos los acaecidos en la calle Sol, en el Cabildo, en Valdecilla o en el Hotel Bahía. Un enfoque multicausal para explicar los motivos del colapso de dichas estructuras, que se reduce en la mayor parte de los casos en negligencias humanas a la hora de realizar todo tipo de trabajos constructivos, tanto en su diseño y ejecución inicial, como a la hora de acometer reformas sobre las mismas o su entorno más cercano. Murphy estaría sonriendo socarrón viendo llevada su premisa hasta tales extremos.
La explicación que nos han dado hasta ahora nuestros representantes públicos sobre el derrumbe de Nueva Montaña, y conste que lo han dicho sin sonrojares o partirse de risa, es que ha llovido mucho y la tierra pesa. Y va a ser que no. Sin ser ni arquitecta ni ingeniera, solo con un poquito de sentido común, cualquiera entiende que en esta Cantabria nuestra suele llover y bastante, que la tierra cuando se moja pesa más y que las personas que se dedican a proyectar saben que ese parking iba destinado a Santander y no a Dubái.
Lo que aparentemente se ha producido es un colapso estructural por punzonamiento: el fallo de un firme bajo el efecto de una carga directa excesiva, que ocasiona un hundimiento localizado del mismo en el punto de carga. Para resumir, que no se ha calculado bien la estructura del forjado, no se ha ejecutado la obra en condiciones, no se han empleado los materiales correctos para la carga prevista o cualquiera de ellas o todas juntas. Pero lo que está claro es que es un insulto a la inteligencia de cualquiera echarle la culpa a la lluvia. Habrá que ver también si era perceptivo que el Ayuntamiento llevase a cabo una actuación en dicha parcela cambiando el pavimento de la pista deportiva y el parque –que es lo que se ha caído- en una estructura que ya tenía una actuación pendiente tras una denuncia vecinal por filtraciones. Eso será otro capítulo, el de dirimir responsabilidades técnicas y políticas, aunque estas últimas ni están ni se las espera.
Cuando se nos caen demasiadas cosas nos deberíamos empezar a preocupar en serio. Para la mayoría de nosotras sería causa de ir a una consulta médica y preocuparnos muy fuerte porque el pronóstico puede ser de gravedad. Para quienes nos dirigen no. En otras ocasiones se han despachado con pequeñas intervenciones mediáticas más o menos desafortunadas, vistas con cara de contrición al lugar de los hechos, una deficiente atención a las afectadas y algo de pasta encima de la mesa para paliar de aquella manera los desastres provocados por una mala gestión de lo público.
Lo que se nos cae no son solo edificios o estructuras. Lo que se nos cae es un modelo especulativo de uso del suelo que no ha tenido jamás en cuenta a las personas que habitan la ciudad. Un modelo depredador para el cual todo vale menos lo que realmente importa: la gente. Y mientras no cambie la mirada de quienes se ocupan de gestionarlo de una forma absolutamente psicopática se nos van a seguir cayendo cosas; porque para algunos es más importante llenarse los bolsillos de lo que rascan en aquella partida o en aquel presupuesto que la posibilidad de que llueva sobre un parque en Cantabria.
En Santander se nos caen las cosas. Diréis que como en otras partes, ya que al fin y al cabo la gravedad no es mayor en la capital cántabra y en esta ciudad las personas no son ni más ni menos torpes por el hecho de vivir en ella. Pero sí que parece que por estos lares impera de manera categórica la Ley de Murphy: “Si hay más de una forma de hacer un trabajo y una de ellas culmina en desastre, alguien lo hará de esa manera”. Lo que está claro es que algunos se han olvidado de desarrollar lo que se denomina diseño defensivo y que viene a cubrir las contingencias derivadas de un mal uso por parte de quien va a disfrutar del producto en cuestión. O de que llueva, vaya.
El pasado lunes 13 de enero se hundía un parque infantil de Nueva Montaña. La suerte y la hora tan temprana en la que se produjo el derrumbe se conjuraron para no tener que lamentar víctimas aunque los daños materiales son cuantiosos. De nuevo Santander se ha visto sacudida por un suceso que viene a recordarnos los acaecidos en la calle Sol, en el Cabildo, en Valdecilla o en el Hotel Bahía. Un enfoque multicausal para explicar los motivos del colapso de dichas estructuras, que se reduce en la mayor parte de los casos en negligencias humanas a la hora de realizar todo tipo de trabajos constructivos, tanto en su diseño y ejecución inicial, como a la hora de acometer reformas sobre las mismas o su entorno más cercano. Murphy estaría sonriendo socarrón viendo llevada su premisa hasta tales extremos.