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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Carta a la ciudadana/o con cargo político

El sueño erótico del poder se te ha convertido en pesadilla. Y por eso te presto 30 segundos de solidaridad. Nadie se presenta a unas elecciones o busca un puesto de designación directa para comerse una pandemia o para asumir un papel heroico para el que nadie está preparado en tiempos huérfanos de mitología en los que el desierto de la ejemplaridad pública es ocupado por imágenes perturbadores de futbolistas de élite en sus mansiones. Nadie.

Han pasado los 30 segundos, estimada o estimado cargo político, y ya es tiempo de realidad. Enfrentamos tiempos inciertos y absolutamente novedosos para nuestras generaciones. La humanidad tiene memoria de pandemias mucho más letales, pero la amnesia colectiva fomentada en la fiesta colectiva del final del siglo XX y principios del XXI ha hurtado a las mayorías la capacidad de sufrimiento y de resistencia. A ti, también.

Pero, ante todo, esa fiesta del exceso y de la razón neoliberal ha convertido a la mayoría de los cargos políticos en burócratas grises, nada dotados de imaginación y poco dados a la innovación. La innovación, en estos últimos años de crisis económica y de brechas en crecimiento, se ha limitado a fomentar a los emprendedores (ese nuevo modo de esclavitud contemporánea) y a estimular el camuflaje de una transferencia continuada de recursos públicos a manos privadas.

En eso, habéis sido buenos. Casi sin darnos cuenta, nuestros hospitales, nuestras basuras, nuestra agua potable, nuestra limpieza, nuestros servicios de emergencia, nuestras residencias para personas con altos grados de dependencia… casi todo lo habéis transferido a manos privadas sin que eso haya provocado brotes de ira social o de violencia descontrolada. Solo algunos tristes perroflautas, antisistema sin remedio, perdedores del bienestar, han manifestado su descontento y han blandido las banderas del desengaño. De poco ha valido.

Pero ahora estamos aquí. Al borde del abismo, empujados por cifras macroeconómicas que disfrazan –una vez más– los dramas personales, abocados a rescatar a una economía que es la que nos ha traído al desbarrancadero desprovistos de frenos, afectados por una epidemia de ceguera e incapaces de reaccionar. ¿Estaréis a la altura? ¿Recuperaréis la creatividad ausente? ¿Nos haréis partícipes de la soluciones? ¿Preguntaréis, dudaréis, enmendaréis errores, nos trataréis como personas adultas? Lo dudo.

Las primeras soluciones que planteáis al drama son más de lo mismo: créditos, créditos y créditos bancarios, alguna revilleta para taparnos la boca, anuncios grandilocuentes de planes tan vacíos como ineficaces, estímulos a un modelo de turismo que nos debilitó hasta el paroxismo de flacidez, andanadas de insinuaciones sobre la incapacidad del rival cuando no insultos directos contra el que no está en vuestro abismo particular…

Estimada/o cargo político: esperaría un poco más de humildad y osadía. Humildad para reconocer que no sabes lo que estás haciendo, osadía para hacer lo imposible; porque, estimada y estimado cargo político, su posibilismo, su obsesión por hacer solo lo posible, lo factual, es lo que nos ha hecho débiles, vulnerables, cortoplacistas, miopes ante los riesgos de estar vivos, mezquinos, incluso.

Dado que tengo pocas esperanzas en que la humildad lo conquiste, apostaré por la osadía. Si queremos construir una normalidad diferente a la ya cruel normalidad planetaria que habitábamos antes de la COVID-19, necesitamos que ustedes sean osadas. Propóngannos lo imposible, escuchen nuestros imposibles y entre todos hagamos algo para construirlo. Derrida respondía a algún detractor de lo imposible de esta forma: “Si viese claramente, y por anticipado, adónde voy, creo realmente que no daría un paso más para llegar allí (…) saber adónde se va puede indudablemente ayudar a orientarse en el pensamiento, pero no ha hecho jamás dar un paso, todo lo contrario. ¿Para qué ir adonde se sabe que se va y adonde se sabe uno destinado a llegar?”.

Vayamos a un lugar diferente, no nos condenen a volver al punto del que salimos. Tengan las agallas, la valentía y la capacidad ejemplar de decir en público algo así:

“Estimados ciudadanos y ciudadanas. Nada va a ser igual porque nada debe ser igual. Debemos rediseñar la vida de esta comunidad, de nuestros pueblos y ciudades. Debemos trabajar menos para trabajar todos; debemos reducir el consumo de forma drástica, debemos pasar más tiempo de calidad con los nuestros; cada familia debe cuidar de sus mayores con la ayuda del Estado; cada vecindario debe compartir recursos; debemos construir viviendas habitables y eliminar las barreras urbanísticas a la vida; necesitamos menos autovías y más trenes, menos centros comerciales y más calles peatonales, menos comida industrial y más producción local, menos empresas y más cooperativas que sean cooperativas, menos colegios cárcel y más educación corresponsable, menos delegación y más participación real, menos unidades militares de emergencia y más brigadas vecinales de apoyo mutuo”.

“Estimadas ciudadanas y ciudadanos. Va a ser difícil. No sabemos cómo hacerlo, ni ustedes, ni nosotros, pero tenemos que hacerlo y podemos hacerlo. Nos tocará cambiar todo para que realmente cambie algo, nos tocará renunciar a la idea de confort que teníamos para caminar hacia una idea de bienestar compartido, nos tocará valorar más tiempo que el dinero, más el valor que el precio, más los afectos que las posesiones… Les invitamos a pensar en lo imposible y a ponernos manos a la obra. Ya sabemos que otros territorios no irán por esta ruta incierta, pero es peor la certidumbre del exterminio de una especie que las dudas que genera este cambio radical. Seamos radicales por una vez… Esta vez no le pedimos el voto, le pedimos la valentía de salvar a las generaciones venideras, la osadía para ser recordados como la generación que decidió –esta vez sí- cambiar el mundo empezando por su comunidad”.

Estimada/o cargo público… si alguna vez escucho un discurso similar, comenzaré a confiar en ti. Mientras, permíteme que dude de tus decretos, de tus planes y de tus cantos de sirenas porque cualquier ciudadana o ciudadano inteligente sabe que no hay préstamo bancario que salve al planeta ni  pasaporte sanitario que nos inmunice contra el sufrimiento. Nos vemos en el imposible necesario. Mientras te dotas de la osadía necesaria… que te zurzan.

El sueño erótico del poder se te ha convertido en pesadilla. Y por eso te presto 30 segundos de solidaridad. Nadie se presenta a unas elecciones o busca un puesto de designación directa para comerse una pandemia o para asumir un papel heroico para el que nadie está preparado en tiempos huérfanos de mitología en los que el desierto de la ejemplaridad pública es ocupado por imágenes perturbadores de futbolistas de élite en sus mansiones. Nadie.

Han pasado los 30 segundos, estimada o estimado cargo político, y ya es tiempo de realidad. Enfrentamos tiempos inciertos y absolutamente novedosos para nuestras generaciones. La humanidad tiene memoria de pandemias mucho más letales, pero la amnesia colectiva fomentada en la fiesta colectiva del final del siglo XX y principios del XXI ha hurtado a las mayorías la capacidad de sufrimiento y de resistencia. A ti, también.