Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Yo quise ser posmoderno
Yo de mayor siempre quise ser posmoderno. Totalmente posmoderno, rigurosamente posmoderno. Pero ahora creo que se me están adelantando todos, y que, a estas alturas, la misma realidad es posmoderna, con la falta de posmodernidad que eso acarrea. No sé si me explico. Supongo que no.
A mí de lo posmoderno siempre me llamó la atención especialmente lo de la autocreación del mundo circundante. Oigan, fuera pompa, miren qué cosa, ¿eh?. Nada menos que cuestionarnos si la realidad es auténticamente “real” (o paradójicamente “real”, tanto viene a dar) o si, por el contrario, es una construcción autónoma de cada ser humano, y lo que yo considero realidad es radicalmente diferente (o sutilmente diferente, vuelve a dar lo mismo) de lo que considera usted realidad, y ambas realidades son tan reales y tan irreales como la misma frase, larga y farragosa, que estoy proponiendo. En resumen, que inventamos nuestro propio mundo, y que ese existe única y exclusivamente porque lo inventamos. Y que, claro, cada universo es una experiencia forzosamente personal e intransferible tan solo coincidente en parte con la de los demás. Tranquilos, un poco de barro filosófico nunca viene mal. Además, si les aburre la explicación teórica se pueden leer cualquier obra de Pynchon, o de Danielewski, incluso de Steven Hall, y lo entenderá perfectamente. Además de pasar un rato estupendo, claro. Que de eso se trata. Y a Wittgenstein lo dejamos para otro día, por no agotar el tema. O al lector.
Nada menos que ir construyendo, poco a poco, nuestro propio mundo, aquel en el que moramos solamente nosotros, y que únicamente se ve “invadido” con cierta habitualidad por las construcciones de los demás. No me digan que no suena genial. Personal, transgresor, un puntito polémico. Cool, pero con ese rollito vintage que tan de moda está. En pocas palabras, perfecto. Lo de ser posmoderno. Mi sueño. Al menos mi sueño de antes. Y ahora esto.
Porque, miren, la verdad es que actualmente lo de ser posmoderno es lo menos posmoderno que hay. Porque hoy en día el mundo se nos ha vuelto de un posmoderno que da hasta un poco de asco. Abran, abran cualquier periódico. O, mejor aun, comparen lo que leen en letra impresa, lo que ven en la televisión, lo que escuchan en la radio y lo que efectivamente pueden percibir con sus sentidos en su día a día. Convendrán conmigo en que apenas hay finísimas líneas coincidentes entre todos estos aspectos. La realidad se fabrica a sí misma, y lo hace siempre con ese cristal deformado que a algunos se les pone. Cosas veredes. Y tal.
No digamos ya ciertos de los llamados personajes públicos, porque entonces es la risión, y el acabose y varias cosas más que existen porque son nombradas (al final iba a tener que salir Wittgenstein, el muy cabrón, no se me enfaden). Ellos se empeñan en hacernos creer una ficción, exactamente igual que nosotros nos empeñamos en pensar que la ficción no es tal. Pongamos un ejemplo concreto: si hay un proyecto político que resulta evidentemente perjudicial para tal o cual campo (no sé, por no pensar demasiado, el medio ambiente) no duden que habrá quien, desde la fuerza política impulsora del mismo, declare que eso son chorradas, zarandajas, tonterías de aburridos científicos (peor aun, ecologistas) a los que más les valdría estar empleando su tiempo en algo útil. Vagos. Sinvergüenzas. Lameruzos sin oficio ni beneficio. Es un ejemplo, ¿eh?, no asignen nombres ni situaciones cercanas en el tiempo. O sí, allá ustedes.
Vivimos instalados en una sociedad donde no existe la mentira, sencillamente porque se ha abandonado de forma definitiva la verdad. Si es que algunas de esas palabras, alguno de esos conceptos, tienen auténtico significado, si es que lo que llamamos “verdad” no es la suma de muchas verdades, pero no todas, por lo que en modo alguno sería incontrovertible. Vivimos, sí, en la definitiva encarnación del posmodernismo, solo que ahora su bandera está exhibida con más vigor por los representantes públicos y palmeros habituales que por los artistas o creadores (algunos, ellos mismos, palmeros habituales). Donde todo es posmoderno, donde no hay nada que no esté pasado por el mismo tamiz del subjetivismo, donde, en suma, cualquier dato aparentemente objetivo puede ser subjetivizado y retorcido hasta convertirlo en amalgama irrebatible de certezas vacías. Porque nadie pierde donde todos ganan, y todos perdemos, en realidad, cuando nos están convenciendo de que no hacemos más que ganar.
La verdad es que yo, antes, quería ser posmoderno, rabiosamente posmoderno, como ese sinvergüenza de Rimbaud, que decía lo mismo, pero sin el “pos”, porque era un tipo antiguo, uno de esos del siglo XIX. Sí, yo antes quería ser así, pero ahora igual ya no. Porque si todo el mundo es posmoderno la cosa ya no acaba de satisfacer. Y si la misma idea sirve para juguetearnos en el entendimiento, pues aun menos. Así que donde dije posmoderno, quiero decir moderno. Y donde digo moderno, mejor pónganme clásico. Por favor.
Yo de mayor siempre quise ser posmoderno. Totalmente posmoderno, rigurosamente posmoderno. Pero ahora creo que se me están adelantando todos, y que, a estas alturas, la misma realidad es posmoderna, con la falta de posmodernidad que eso acarrea. No sé si me explico. Supongo que no.
A mí de lo posmoderno siempre me llamó la atención especialmente lo de la autocreación del mundo circundante. Oigan, fuera pompa, miren qué cosa, ¿eh?. Nada menos que cuestionarnos si la realidad es auténticamente “real” (o paradójicamente “real”, tanto viene a dar) o si, por el contrario, es una construcción autónoma de cada ser humano, y lo que yo considero realidad es radicalmente diferente (o sutilmente diferente, vuelve a dar lo mismo) de lo que considera usted realidad, y ambas realidades son tan reales y tan irreales como la misma frase, larga y farragosa, que estoy proponiendo. En resumen, que inventamos nuestro propio mundo, y que ese existe única y exclusivamente porque lo inventamos. Y que, claro, cada universo es una experiencia forzosamente personal e intransferible tan solo coincidente en parte con la de los demás. Tranquilos, un poco de barro filosófico nunca viene mal. Además, si les aburre la explicación teórica se pueden leer cualquier obra de Pynchon, o de Danielewski, incluso de Steven Hall, y lo entenderá perfectamente. Además de pasar un rato estupendo, claro. Que de eso se trata. Y a Wittgenstein lo dejamos para otro día, por no agotar el tema. O al lector.