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Conquistando derechos a golpe de pedal

Asambleas Feministas Abiertas de Cantabria

10 de marzo de 2021 16:16 h

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Una de las imágenes más esperanzadoras de este año tan difícil ha sido, sin duda, la de la ciudadanía tomando las calles y avenidas principales con sus bicicletas y ruedines varios en aquellos primeros días de desconfinamiento. La distopía de la crisis sanitaria, social y política dejaba entrever la utopía de ciudades libres de tráfico y contaminación, mostrando que otras ciudades más habitables y sostenibles son posibles.

Las Asambleas Feministas Abiertas de Cantabria apostamos por el ecofeminismo como uno de nuestros ejes identitarios desde que comenzamos a andar allá por la huelga feminista de 2018. En estos años hemos defendido que una sociedad más justa para todas las personas ha de ser una sociedad que ponga la dependencia de los cuidados humanos y de los recursos naturales, que son finitos, en el centro de la política. Afrontar la emergencia climática a la que asistimos y a la que se superpone la emergencia social derivada de la pandemia no pasa por abrazar el capitalismo verde o los discursos que aluden a la mera responsabilidad individual sin abordar las desigualdades estructurales. Es desde el reclamo del derecho a la ciudad para todas desde donde revindicamos ciudades más sostenibles pero también más seguras. Para todas, también para nosotras.

La bicicleta ha sido un instrumento de resistencia al machismo desde su popularización a finales del siglo XIX hasta nuestros días. Las primeras defensoras de la bicicleta desafiaron las normas sociales de la época al mismo tiempo que se involucraron en el movimiento sufragista. La bicicleta se convirtió en un símbolo de libertad para las mujeres, que pudieron desplazarse de forma autónoma desafiando las normas de vestimenta y movilizándose por derechos civiles tan básicos como el derecho a la educación, la patria potestad de su descendencia o el voto.

“La bicicleta ha hecho más para emancipar a las mujeres que nada en el mundo” afirmaba la sufragista Susan B. Anthony en una entrevista en 1896. No obstante, aquellas que osaron desafiar las normas sociales recibieron la violencia y las resistencias de la sociedad y, específicamente, del poder médico, desde pedradas hasta todo tipo de síndromes asociados al uso de la bicicleta. Violencia a la que respondieron de forma colectiva formando clubs ciclistas femeninos para salir a pasear juntas como forma de evitar el acoso.

Si bien pudiese parecer que estas resistencias patriarcales son cosa del pasado, bien pueden trazarse similitudes con algunas situaciones presentes, como similar es la respuesta colectiva que actualmente está surgiendo en colectivos feministas ciclistas a lo largo de todo el mundo. El machismo que enfrentamos las mujeres que hemos hecho de la bici una buena aliada se traduce en un frecuente paternalismo asociado a los estereotipos de debilidad o de falta de destrezas mecánicas. Además, al igual que ocurría con el control social de las vestimentas de las primeras ciclistas, aquellas que osamos montarnos en bici con nuestras faltas al vuelo recibimos todo tipo de acoso, que no pocas veces condiciona la vestimenta de muchas mujeres ciclistas. De la misma manera, en los últimos años han surgido iniciativas y asambleas feministas a lo largo de todo el mundo para revindicar el derecho a la ciudad y conquistar vidas libres de machismo. Estas asambleas organizan todo tipo de actividades, desde talleres de mecánica hasta paseos colectivos nocturnos no mixtos, así como también participan en las bicis críticas de muchas ciudades. 

El uso de la bicicleta en nuestro país ha aumentado en la última década, habiéndose reducido la brecha de género sobre todo en las generaciones jóvenes. Fenómenos como la emergencia feminista y la construcción de carriles bici han jugado un papel fundamental. No obstante, y a pesar de las iniciativas feministas anteriormente mencionadas, las mujeres seguimos participando en menor proporción que los hombres en el asociacionismo ciclista.

Sin embargo, las experiencias de las mujeres son de sumo interés en las reivindicaciones del derecho a ciudades más sostenibles y seguras. El uso que las mujeres hacemos de la bici está más relacionado con la movilidad (ir al trabajo o al centro de estudios) y el medio ambiente, mientras que el de los hombres está más relacionado con el deporte y el ocio. Además, la percepción de inseguridad es mayor en las mujeres, ya sea por el tráfico o por la falta de adaptación del municipio, siendo nosotras quienes más denunciamos la falta de carriles bici. En este sentido, la brecha de género aumenta donde no hay infraestructuras ciclistas ya que son los hombres quienes aceptan en mayor proporción los riesgos de andar en bicicleta sin carril bici, fruto de la socialización diferencial de género. Además, la falta de carriles bici aleja a mayores y menores del uso de la bicicleta. Sin olvidar que las mujeres recibimos más violencia que los hombres cuando andamos en bicicleta, sobre todo por parte de peatones.

Ahora que hemos visualizado ciudades en las que bicicletas desplazaban a los coches en sus avenidas principales y sabemos que es posible hacerlo, pedimos que las experiencias y las vidas de las mujeres sean tenidas en cuenta. Este 8M, en el que no podremos asistir a las movilizaciones masivas de años anteriores como consecuencia de la pandemia, el movimiento feminista a lo largo de todo el Estado hemos optado por seguir revindicando nuestros derechos con múltiples iniciativas que respetan las medidas de seguridad sanitaria. Como feministas que somos, haciendo gala de la creatividad que ha caracterizado históricamente a este movimiento, en Cantabria hemos redefinido nuestras protestas con pasacalles, performances, bicicletada y muchas otras acciones que, por su diseño y estructura, garantizan la distancia de seguridad sanitaria.

Porque no vamos a permanecer calladas ante la criminalización del movimiento feminista autónomo a la que por otra parte ya estamos acostumbradas, antes y después de la pandemia. Porque somos las mujeres quienes hemos estado en primera línea de la pandemia, en los hospitales, en las casas, en las residencias y en los supermercados y, sin embargo, se criminaliza nuestro derecho a denunciar el mayor impacto que ha tenido esta pandemia en nuestras vidas en términos de precariedad, desempleo, pobreza o salud mental. Criminalización que únicamente se aplica a quienes mejor sabemos lo que es cuidar de las vidas de otras personas y no por elección.

Por eso nos sumamos a la bicicletada ecofeminista reclamando unas vidas dignas, libres, sostenibles y con derechos para todas. Porque, igual que las feministas que nos precedieron, vamos a seguir desafiando las normas sociales, cogiendo nuestras bicis con las faldas al viento, vamos a seguir revindicando en bici nuestro derecho a la ciudad y a unas vidas libres de machismo. Porque somos capaces de imaginar una sociedad en la que, en vez de recomendarnos no volver a casa solas por las noches, mientras educa a los hombres a no violar, incorpora la bicicleta como instrumento de autodefensa feminista para desplazarnos de forma segura cuando queramos. Las mujeres vamos a seguir conquistado libertades y derechos a golpe de pedal.  

Una de las imágenes más esperanzadoras de este año tan difícil ha sido, sin duda, la de la ciudadanía tomando las calles y avenidas principales con sus bicicletas y ruedines varios en aquellos primeros días de desconfinamiento. La distopía de la crisis sanitaria, social y política dejaba entrever la utopía de ciudades libres de tráfico y contaminación, mostrando que otras ciudades más habitables y sostenibles son posibles.

Las Asambleas Feministas Abiertas de Cantabria apostamos por el ecofeminismo como uno de nuestros ejes identitarios desde que comenzamos a andar allá por la huelga feminista de 2018. En estos años hemos defendido que una sociedad más justa para todas las personas ha de ser una sociedad que ponga la dependencia de los cuidados humanos y de los recursos naturales, que son finitos, en el centro de la política. Afrontar la emergencia climática a la que asistimos y a la que se superpone la emergencia social derivada de la pandemia no pasa por abrazar el capitalismo verde o los discursos que aluden a la mera responsabilidad individual sin abordar las desigualdades estructurales. Es desde el reclamo del derecho a la ciudad para todas desde donde revindicamos ciudades más sostenibles pero también más seguras. Para todas, también para nosotras.