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Crónica de un paseo

Ayer era el día 'D'. Algo así como el desembarco de Normandía pero con soldados bajitos. Una especie de experimento sociológico en el cual debíamos soltar a esas fieras encerradas durante más de cuarenta días porque, aunque algunos se empeñen en enviar a las redes sociales duros aislamientos en casoplones y jardines, la mayor parte de nosotras habitamos cuatro paredes y con suerte un balcón para aplaudir.

En casa nos fuimos preparando desde que se anunció la buena nueva: uniformes de campaña tipo chándal, mascarillas anti-todo, gel hidroalcohólico destructor de amenazas invisibles, unos patinetes para huir lo más rápido posible, la perra por si alguien nos atacaba y un casco para eludir críticas. Y a diario he pasado revista a las tropas, en mi caso dos aguerridos menores. Cual Sargento Hartman en La Chaqueta Metálica he ido aleccionando sobre lo que está y no está permitido en nuestras salidas, siempre en un motivador tono bélico, que ya sabemos que estamos en guerra:

 - ¡No podéis chupar las barandillas!

- ¡Mamá, sí, mamá!

- ¡No podéis acercaros a la gente!

- ¡Mamá, sí, sí, mamá!

- ¡No os oigo! ¿Qué no podéis hacer?

- ¡Chupar barandillas y acercarnos a la gente, mamá!

Y llegó el momento de salir, de enfrentar la batalla o la primera parte de lo que se presume será una larga lista de batallas. Creo que lo de las metáforas bélicas se me fue de las manos: querían salir armados con las pistolas de agua cargadas con una disolución de agua y lejía al 50% aunque al final imperó la cordura materna.

Llevaba viendo en redes sociales todo el día las mismas cuatro imágenes de familias desaprensivas tomando el control de las calles en modo comandos terroristas, atrincherándose en parques y exhibiendo sin el menor pudor lo que se han venido a denominar “vectores de transmisión”, antes conocidos como niños y niñas.

Por un momento recordé que publicar imágenes de menores sin consentimiento no está permitido, pero como estamos en estado de alarma supongo que sus derechos también habrán sido conculcados en ese aspecto. No voy a negar que el terror a encontrarnos con alguna de esas células de resistencia a la ley no me invadiera, pero decidimos echarle valor al asunto y nos lanzamos a lo desconocido.

Nadie. Nuestra primera sorpresa es que no vimos a nadie nada más salir. Pensé que estarían detrás de algunas barricadas en las zonas de esparcimiento infantil y con precaución seguimos avanzando. Nada, que apenas había gente. Luego me acordé de que vivimos en un entorno rural y que ver poca gente es una constante en nuestras vidas, mas allá de cualquier pandemia. Y así seguía siendo.

La poca gente que pudimos ver mantenía la distancia, iban convenientemente protegidos y nadie tuvo ninguna actitud incívica. Una enorme desilusión, pero un recuerdo de que la mirada urbecentrista y adultocéntrica de esta sociedad es la que esta definiendo tanto las medidas de confinamiento como la posible desescalada del mismo. Además de reafirmarme que en un pueblo se vive bastante mejor.

Nosotros nos habíamos estado preparando para lo peor, alertados por los mensajes que nos llegaban por todas partes: medios de comunicación, mensajes de WhatsApp, llamadas de teléfono, etc. Pero resulta que lo que prometía ser un paseo lleno de acción y aventuras dramáticas para contar en un artículo como este, se convirtió en las sonrisas de felicidad de unos niños que hace meses que no podían correr en patinete. Circulen, que aquí no hay nada que ver.

No niego que en muchos sitios se hayan podido producir escenas como las descritas: aglomeraciones de gente, personas que no respetan las indicaciones dadas a toda la ciudadanía o saltos del confinamiento aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid. Pero también creo que la gran mayoría de las familias sí hemos cumplido las normas, principalmente por ese interés egoísta que es el germen de muchos altruismos: lo que me viene bien a mí como individuo –sacar a mis hijos e hijas de casa para que se desfoguen un rato– tengo que seguir conservándolo y para ello es necesario seguir las indicaciones.

Por lo demás, felicitar a esta sociedad en la cual el objeto de críticas furibundas ha pasado de los perros y sus dueños a las familias y los menores. Vamos subiendo puntos en el ranking del odio. Espero con ansias la siguiente entrega: 'Todas contra los runners', en las pantallas de sus móviles el próximo 2 de mayo. 

Ayer era el día 'D'. Algo así como el desembarco de Normandía pero con soldados bajitos. Una especie de experimento sociológico en el cual debíamos soltar a esas fieras encerradas durante más de cuarenta días porque, aunque algunos se empeñen en enviar a las redes sociales duros aislamientos en casoplones y jardines, la mayor parte de nosotras habitamos cuatro paredes y con suerte un balcón para aplaudir.

En casa nos fuimos preparando desde que se anunció la buena nueva: uniformes de campaña tipo chándal, mascarillas anti-todo, gel hidroalcohólico destructor de amenazas invisibles, unos patinetes para huir lo más rápido posible, la perra por si alguien nos atacaba y un casco para eludir críticas. Y a diario he pasado revista a las tropas, en mi caso dos aguerridos menores. Cual Sargento Hartman en La Chaqueta Metálica he ido aleccionando sobre lo que está y no está permitido en nuestras salidas, siempre en un motivador tono bélico, que ya sabemos que estamos en guerra: