D(EBAU)LUADOS

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El espectáculo de la EBAU de este año en Cantabria ya se ha cobrado su chivo expiatorio: un Coordinador que no era responsable de ninguno de los errores cometidos. Esa tradición tan nuestra de pedir que rueden cabezas, independientemente de qué hombros las sostengan, vuelve a cumplirse una vez más.

Los famosos errores son obra de los coordinadores de cada materia (Lengua, Historia, Latín…), y no de una persona cuyo cometido es la gestión general y organización material de la prueba (que, en ese sentido, ha salido muy bien, lo que no es fácil con tantas sedes). Pero cobrada la pieza, probablemente las aguas vuelvan a su cauce… hasta la próxima convocatoria.

En realidad, lo acaecido con la EBAU es muestra de un problema que va más allá de un error puntual: es fruto del creciente desinterés que la Universidad muestra por una prueba que hace mucho tiempo que no cumple ninguna función racional. 

Los exámenes estatales, de rancia tradición en muchos países, tenían una finalidad muy clara en el siglo XIX español: garantizar un mínimo control del Estado sobre lo enseñado en las aulas religiosas (que eran la inmensa mayoría en la Secundaria). No tenía tanto que ver con las notas, como con el contenido de las materias impartidas. Ya entonces fueron fruto de profundas polémicas entre sectores clericales y “estatalistas” (los interesados pueden hojear “Historia patria”, de Carolyn Boyd, que las refleja), y su éxito fue, como mucho, relativo. Pero en las últimas décadas, la principal función de “la selectividad” no ha sido sólo “seleccionar a los mejores” (o a “los mejor entrenados”), sino también paliar las cada vez más evidentes diferencias en cuestión de calificaciones entre los alumnos provenientes de la pública y de la privado-concertada. Aunque sea injusto generalizar, a nadie se le escapa la tendencia en muchos de estos centros a engordar la nota de su alumnado, algo que se oferta como un servicio inconfeso, pero no por ello menos real. 

En ese sentido, la EBAU podía tener una cierta lógica. Pero en el 2020, con la pandemia, se puso en vigor un modelo de EBAU que, en muchas materias era poco menos que un recetario de fácil consumo y mejor digestión (por ejemplo, en Historia de España con menos de 20 páginas se puede sacar un 10; en otras materias ocurre algo parecido). Ciertamente, los modelos previos de Selectividad tampoco eran modélicos (pese al habitual soniquete de “en mis tiempos…”), pero el actual agudizó la tendencia a que en muchos centros (y no sólo privado-concertados, pues desgraciadamente en la pública cada vez interiorizamos más el enfoque del “alumno-cliente”, en lugar del alumno como usuario de un servicio público) se afrontara 2º de Bachillerato como un mero entreno para la Selectividad, un enfoque utilitarista, pero poco pedagógico.

Como todos los años, se volverá a clamar sobre lo injusto de “17 EBAUs”, como si todo el resto del mundo tuviera un modelo educativo centralista y nosotros fuéramos una anomalía (como apunte, en EE.UU. el temario no lo marca la normativa federal, sino los Estados o incluso cada distrito escolar en algunos aspectos). Sin embargo, las inequidades territoriales (que las hay, pues en algunas autonomías el modelo de Selectividad es mucho más fácil que en otras) palidecen ante otras mucho más marcadas: las sociales (y cualquier profesor que haya pisado un aula más de quince minutos es consciente que marcan mucho más que el código postal) y las del centro del que se provenga. Y en este último aspecto, desgraciadamente, la titularidad pública o privada es un elemento clave.

Quizá los debates se deban centrar en estas cuestiones: si queremos un modelo en el que lo económico siga determinando (en mayor o menor grado) las posibilidades futuras de nuestros chavales (la meritocracia, en muchos casos, son los padres); si la EBAU como prueba garantiza un mínimo de equidad; si la Selectividad constriñe la práctica educativa en el Bachillerato, convirtiendo una experiencia que debiera ser enriquecedora en un entrenamiento árido y con poco sentido… Podemos debatir de manera racional sobre estas y otras cuestiones, o podemos seguir repitiendo tópicos e ignorando las cuestiones de fondo. Y cuando esta estrategia no haga sino agravar los problemas y contradicciones que la educación tiene, defenestraremos a la cabeza de turco que tengamos más a mano. Pero bueno, siempre nos quedará septiembre...