Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Intermediarios
Esto que estoy haciendo ahora no es, en realidad, trabajar. Me lo dijo el abuelo Marino hace ya unos años, cuando supo a qué me dedicaba. Agricultor jubilado, no veía cómo podía darse el mismo nombre a aquello que él había hecho toda su vida y a lo que yo le estaba contando: eso no es trabajar.
Sin reproches, la simple constatación de una evidencia y un asombro. Te pagan por eso. Marino no era, en realidad, mi abuelo, pero si este hubiera tenido conmigo esa misma conversación con toda seguridad hubiera llegado a idéntica conclusión. Marino, ya está dicho, era agricultor; Eugenio, mi abuelo, pescador.
Cada vez hay menos ganaderos, agricultores o pescadores y, los que quedan, cada vez tienen más difícil vivir de un trabajo que, por más que ya no lo sea tanto como antes, sigue siendo lo bastante duro y sacrificado como para abarcar todo el campo semántico de la palabra faena.
Que una labor no deje apenas lugar para el tiempo libre, o que sea físicamente exigente, hasta el punto de comprometer la salud o la propia vida, nunca ha sido algo que mereciera demasiadas recompensas económicas, pero no creo que nunca antes se hayan alcanzado cotas de racanería como las actuales.
Miren el precio que pagamos por los alimentos en el súper y compárenlo con lo que se abona por esos mismos productos en origen. La diferencia entre uno y otro es el valor que los consumidores damos a quienes almacenan, procesan, acarrean, publicitan y comercializan lo que luego compramos. Alguna de estas tareas puede rivalizar en penosidad con cualquier otra, pero es difícil no pensar que el desequilibrio es exagerado e injusto.
Manda el mercado, la ley de la oferta y la demanda y todo eso. Quizá. También hay cada vez hay menos periodistas que puedan vivir de lo que hacen y sospecho que, si hay alguna lógica en lo que pasa con agricultores, ganaderos y pescadores, esta no es muy distinta en nuestro caso o en el de –perdón por la inmodestia en la comparación– otros creadores: quienes elaboran los contenidos se ven relegados no ya por quienes los almacenan y empaquetan, sino sobre todo por quienes los transportan y los sirven.
Seguro que llevar una conexión de Internet hasta el último rincón entraña enormes dificultades técnicas y requiere inversiones millonarias, pero que este sea el único eslabón de la cadena adecuadamente remunerado supone de nuevo un desequilibrio exagerado e injusto.
No sé dónde parará todo esto, pero tendrá que ser antes del final del trayecto porque allí solo veo perdedores. Intuimos ya a dónde puede llevarnos que los únicos que ganan dinero con la información –y por tanto los únicos en disposición de controlarla– sean quienes la distribuyen, pero quizá no seamos todavía conscientes de lo que significa un campo sin cultivar, un prado sin vacas o unos puertos sin barcos.
Los periodistas tendemos a creer que lo nuestro es un trabajo y que la información interesada una tragedia, pero ya me dirán entonces cómo vamos a llamar a la pérdida de todo control sobre lo que comemos. Pregunten a los abuelos.
Esto que estoy haciendo ahora no es, en realidad, trabajar. Me lo dijo el abuelo Marino hace ya unos años, cuando supo a qué me dedicaba. Agricultor jubilado, no veía cómo podía darse el mismo nombre a aquello que él había hecho toda su vida y a lo que yo le estaba contando: eso no es trabajar.
Sin reproches, la simple constatación de una evidencia y un asombro. Te pagan por eso. Marino no era, en realidad, mi abuelo, pero si este hubiera tenido conmigo esa misma conversación con toda seguridad hubiera llegado a idéntica conclusión. Marino, ya está dicho, era agricultor; Eugenio, mi abuelo, pescador.