Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Loa a un maestro armero
La depresión hace que la gente deje de disfrutar con casi todo, incluyendo sus pasatiempos habituales. Durante la que empezó en 1929 la gente perdió el gusto por muchas cosas, entre ellas la de matar a los demás. Claro que de la depresión se sale, y muy pronto volvió a matarse al por mayor, con la misma alegría y entusiasmo de siempre, pero mientras tanto a El Casco, una fábrica de pistolas de Éibar, le habían bajado tanto las ventas que no le quedaba más remedio que cerrar…, o dedicarse a otra cosa.
Con el conocimiento y la capacidad que tenían para fabricar piezas mecánicas de gran precisión, se pasaron a la producción de artículos de papelería de calidad. Tras la grapadora inicial, Ignacio Urresti desarrolló un sacapuntas en 1945. Un afilador de lápices, vamos. Uno excelente, que pesaba menos de kilo y medio. No inventó el sacapuntas, como dicen algunos entusiastas de los inventos españoles, que lo colocan así junto al botijo y al submarino. No, señor, el sacapuntas existía antes: si hemos de creer a la wikipedia, es una invención francesa de 1822. Y, desde luego, hay artilugios afilalápices notables y variados antes del modelo eibarrés, como puede verse en páginas como esta http://www.officemuseum.com/pencil_sharpeners.htm.
Lo que hizo Urresti fue desarrollar lo que casi un siglo después y convenientemente actualizado se conoce como el Rolls Royce de los sacapuntas. Montado a mano, con piezas numeradas. Acabado en cromo para la gente modesta que no quiera pagar más de unos pocos cientos de euros por un sacapuntas, pero también en oro de 23 quilates. Para que se haga una idea, el recambio de la ventosa de goma con la que se lo fija a la mesa cuesta 60 €. Bien dice David Rees, afilador profesional de lápices, autor de How to sharpen pencils [Cómo afilar lápices], y autoridad mundial en la técnica, que su sacapuntas El Casco es la cuarta cosa más cara que tiene, y posee una casa y un coche.
Rees es un afilador cristiano y, con relación a la renuncia a las armas de la empresa El Casco, cita muy apropiadamente a Isaías 2, 4: «Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra».
Un país, España, que tiene una historia muy modesta como productor de lápices, ocupa un lugar famoso en el mundo por este sacapuntas. Lo ocupa gracias a la empresa guipuzcoana, a la que le va tan bien que nunca ha vuelto a fabricar pistolas, a pesar de que la demanda de estas no ha decaído en absoluto, como puede apreciarse con facilidad.
El sacapuntas no es una invención española, pero emplear el hierro, la inteligencia y el esfuerzo previstos para hacer pistolas en hacer sacapuntas, podría serlo. Y es, desde luego, una gran idea.
Ahora, inmersos en una depresión de tamaño colosal, que llamamos pandemia, podríamos aplicarla en todo el mundo cambiando la magnitud. Es decir, dejar de hacer submarinos y portaaviones, que son como pistolas descomunales, y hacer casas para quienes no las tienen, canales de riego donde hacen falta, hospitales que sirvan para curar a la gente, y tantas cosas para hacernos la vida más fácil, como el humilde sacapuntas.
A juzgar por la prosperidad presente de El Casco, casi un siglo después del histórico cambio, el proyecto es perfectamente viable y sostenible. No le veo más que ventajas, vamos.
Si lo adoptáramos, los eibarreses resultarían pioneros (con permiso de Isaías) de una transformación transcendental de la actividad humana y del desarrollo de la cultura de la paz. Quizá hubiera que olvidar el gentilicio informal que hoy se les aplica, armeros.
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