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De mar y de tierra

En el mar poco se parece a lo que ocurre en tierra. Los nombres, por ejemplo. Si alguien sobre cubierta pronuncia la palabra 'cuerda' tiene todas las papeletas de pasar un par de semanas pelando patatas o ser pasado por la quilla, y con razón. Otra de las cosas que diferencia la mar de la tierra es que en el agua todo está más limpio. No quiero decir que en tierra no haya cierto sentido de la pureza, por ejemplo ante una montaña, pero el mar es un desierto, tal vez el más grande que existe, y la sensación de vacío a lomos de ese ser vivo que parece respirar impresiona.

Ante el mar, el hombre o la mujer adquieren la conciencia de lo poco que son ante el espectáculo, a veces dantesco, de la naturaleza. Pero a cambio saca lo mejor de uno mismo. Lo importante es saber entonces que sobre el agua todo es a la vez más difícil y más simple (simple en el sentido de sencillo o, como diría Borges, la modesta e íntima complejidad), por lo que las cosas se reducen a su esencia: trabajo, belleza, solidaridad, camaradería... En tierra todo es estúpidamente más complicado.

Esto hace que desde los tiempos en que el primer humanoide se puso a flotar sobre una corteza de árbol se desarrollaran códigos de comportamiento y solidaridad que en ocasiones se han traspuesto al Derecho y otras no. Practicar el canibalismo en caso de naufragio, cosa que ha ocurrido más veces de lo que se cree, afortunadamente no tiene respaldo jurídico, pero auxiliar a los náufragos sí, y eso es una bendición y tal vez uno de los muchos legados que los hombres y mujeres de mar han hecho a los de tierra.

Cuando el Carpathia recibió la llamada de auxilio del Titanic no se puso a telegrafiar al armador ni a calcular el coste en galones del combustible necesario para desviarse de su ruta. Simplemente fue a por lo que quedaba del Titanic y en cuatro horas se plantaron en el lugar del naufragio.

La denegación de ayuda puede ser un delito penado en tierra. En el mar es sencillamente inconcebible.

Hay gente a la cual de niño abrazaban poco, pero los demás no tenemos la culpa. Los niños así crecen y algunos hasta se convierten en primer ministro, lo cual es una alegría para la familia, pero una desgracia para el resto, porque en su cabeza alguien tiene que pagar tan pocas muestras de afecto. La falta de cariño es algo importante y tiene más incidencia que otras carencias, que se pueden compensar más fácilmente. Creo que se llama 'deficiencia psicoafectiva', un concepto que suena muy bien cuando se suelta en los postres y se quiere impresionar a los cuñados pero en la realidad luce menos, porque las más de las veces los deficientes psicoafectivos se comportan como tarados emocionales que promueven la inversión de valores y las consecuencias siempre son trágicas... para los demás.

Qué tiempos son estos en que una persona vulgar y corriente se convierte en un héroe por comportarse con decencia. Pues está ocurriendo. Ocurre en Italia, en Hungría, en Polonia, en Estados Unidos... y no son hechos anecdóticos. A la capitana del Sea Watch, Carola Rackete, la metieron en la cárcel por prestar auxilio a unos náufragos. Esto en la Italia de Salvini ahora está prohibido, porque denegar auxilio es legal, sobre todo si los náufragos son de piel oscura y viajan sin reserva hotelera, pero a Rackete, que una juez acaba de poner en libertad, posiblemente le hayan arruinado la vida de por vida, valga la redundancia. No creo que la preocupe mucho ahora, pero la acabará afectando en lo personal. Es lo que tiene ser decente en tiempos de indecencia.

La inversión de los valores básicos de nuestra sociedad, esos que nunca había que explicar porque se llevan dentro o no se llevan, va a ser el pan nuestro de cada día. La bondad se pagará con la cárcel, la solidaridad quedará proscrita, la verdad será objeto de mofa y a la honradez habrá que buscarla con el candil de Diógenes. Se necesitan muchas racketes para frenar esta ola de bestialismo 4.0 que se avecina, algo que solo se cura con mucha paciencia y muchas dosis de cultura y educación desde la infancia. Salvini pasará y con los años será carne de efemérides, pero otros mamporreros de lo oscuro le sucederán y vendrán con respaldo parlamentario, cargo público y muchas pistolas. Se necesitarán muchas racketes.

De lo contrario, siempre nos quedará el mar.

En el mar poco se parece a lo que ocurre en tierra. Los nombres, por ejemplo. Si alguien sobre cubierta pronuncia la palabra 'cuerda' tiene todas las papeletas de pasar un par de semanas pelando patatas o ser pasado por la quilla, y con razón. Otra de las cosas que diferencia la mar de la tierra es que en el agua todo está más limpio. No quiero decir que en tierra no haya cierto sentido de la pureza, por ejemplo ante una montaña, pero el mar es un desierto, tal vez el más grande que existe, y la sensación de vacío a lomos de ese ser vivo que parece respirar impresiona.

Ante el mar, el hombre o la mujer adquieren la conciencia de lo poco que son ante el espectáculo, a veces dantesco, de la naturaleza. Pero a cambio saca lo mejor de uno mismo. Lo importante es saber entonces que sobre el agua todo es a la vez más difícil y más simple (simple en el sentido de sencillo o, como diría Borges, la modesta e íntima complejidad), por lo que las cosas se reducen a su esencia: trabajo, belleza, solidaridad, camaradería... En tierra todo es estúpidamente más complicado.