Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Nominando
Decía Gonçalo M. Tavares de Joao Cabral de Melo Neto que ya su mismo nombre era poesía. Y repetía esas sílabas mil veces, las paladeaba entre los dientes como hacía Nabokov con aquellas otras de la adolescente perversa. No podía, dijo Tavares, hacer otra cosa que escribir bellezas. Con ese nombre…
Pensaba esto yo el otro día al pasar por el desvío que lleva al pequeño pueblo cántabro de Vozpornoche. O más tarde, al bajar por Villasevil y desviarme después a Sandoñana. En Cantabria nos sobran topónimos de esos que uno piensa sacados de un cuento, que tienen sabor a verso. Nombres que parecen querer contarte más de los sitios de lo que los propios sitios quieren reconocer. Merilla, Lamiña, Rumoroso. Recuerdos y susurros al amparo del llar.
Con todo, no quiero hablarles, o al menos hoy no, de pueblos y rincones que pueden tener nombres más o menos “bonitos”. Entre otras cosas porque lo que a unos les suena fantástico a otros les parece una soberana estupidez (a mí, por ejemplo, lo de ponerle 'Smart' a todo para que quede moderno me rechina en los oídos y me pone del mismo humor que el viento sur, vaya). No, lo que me gustaría es que se fijasen. Que mirasen más allá del cómo llamamos a los sitios y entendiesen que detrás existe, en muchas ocasiones, lo que es una descripción del mismo lugar. Una que, eso sí, está hecha con palabras de las que ya no se usan, y de las que, dentro de poco, igual hasta tenemos que hablar en pasado. Por haberlas perdido. Que hay que tener poca cabeza…
Pero me disipo. Les decía que muchas de las formas en que llamamos a los pueblos, a los paisajes, en realidad son descripciones que a ustedes, quizá, les interese conocer. Aunque sea por fastidiar a sus amigos, que viven lujosamente en La Pereda y no tienen ninguna gana de saber que el escritor no inspira al sitio, sino que la denominación viene de los campos de perales que antaño allí se extendían. Ya saben. O para comprender mejor la misma disposición de las poblaciones cuando sepan que una bárcena es un terreno llano situado junto a un curso de agua que, usualmente, se inunda con las crecidas haciéndolo fértil en extremo. Y ahora verán que todas las Bárcenas, Barcenillas, Barcenaciones o Barcenales que hay en la región son precisamente eso. Y ustedes, ufanos, fardarán de conocimientos.
Otro buen ejemplo es el de los Seles, de los que también hay muchos repartidos por toda nuestra geografía y que recuerdan las praderas limpias de maleza, acotadas por cantos, en las que se recogían por las noches los ganados que pastaban en los montes (ojo, los que estaban en los montes, porque en los pueblos los lugares de reunión de los ganados eran las escurrideras). O las Sernas, de las que también tenemos algunas, y recuerdan las fincas que explotaba directamente el titular del terreno (algo que no era lo más habitual) y que, por lo tanto, tenían un cultivo intensivo. O las Hazas, una institución jurídica tradicional que dispone el sorteo anual de pequeñas explotaciones provenientes de los terrenos comunes entre todos los vecinos, y que con el pasar de los siglos también acabaron generando topónimo propio.
Nos encontraremos con picotas, muchas picotas en Cantabria. Algunas de verdad, como la que hay en Pesquera, y otras solo de nombre. En realidad lo que se recuerda son las columnas de piedra a las que se ataban los reos después de un juicio, en lo que era considerado como una pena infamante por su exposición social. Vamos, que todos tus vecinos veían lo sinvergüenza que habías sido. Eso si lo que encadenaban allí no era tu cuerpo una vez ajusticiado, claro. Piensen, piensen ahora en todos esos sitios que se llaman hoy “Picota”. Seguro que los miran con diferentes ojos.
En fin, la lista podría alargarse todo lo que uno quisiera. Pueblos de Suso y de Yuso (y si encuentran uno en el que Suso esté más abajo que Yuso no duden en llamarme), Cadalsos, Hermandades, Alfoces, Iguñas… Busque, busquen, y seguro que hallan miles de ejemplos.
En realidad lo que quiero decir es que las antiguas simbologías siguen vivas a día de hoy. Que detrás de algo tan aparentemente banal como los topónimos podemos encontrar explicaciones certeras sobre hechos históricos y etnográficos de gran importancia. Que lo mismo es posible hacer con las fiestas, con las danzas, con las tonadas o romances de ciego. Que, en suma, ahí afuera, donde hay verde, y azul, y en otoño los bosques juguetean a ponerse de mil colores, existe todo un caudal de conocimiento (y gratis, oiga) al alcance de quien quiera tomarlo. Solo hay que tener ganas…
Decía Gonçalo M. Tavares de Joao Cabral de Melo Neto que ya su mismo nombre era poesía. Y repetía esas sílabas mil veces, las paladeaba entre los dientes como hacía Nabokov con aquellas otras de la adolescente perversa. No podía, dijo Tavares, hacer otra cosa que escribir bellezas. Con ese nombre…
Pensaba esto yo el otro día al pasar por el desvío que lleva al pequeño pueblo cántabro de Vozpornoche. O más tarde, al bajar por Villasevil y desviarme después a Sandoñana. En Cantabria nos sobran topónimos de esos que uno piensa sacados de un cuento, que tienen sabor a verso. Nombres que parecen querer contarte más de los sitios de lo que los propios sitios quieren reconocer. Merilla, Lamiña, Rumoroso. Recuerdos y susurros al amparo del llar.