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¡Oh Sodercan, mi Sodercan!

“Despierta de una vez. Si no estás dentro, estás fuera. Hablo de ser muy rico, tan rico que tengas tu propio reactor”.

Tu propio reactor o internacionalizar Sodercan. Lástima que ni Gordon Gekko, ni Oliver Stone fueran conscientes durante esos locos años 80 del poder omnipotente que alcanzaría la empresa pública cántabra. Hoy, en cambio, Sodercan vuelve a correr delante de los grises con banda sonora de Jacques Brel; ya se sabe que los caminos del capitalismo son inescrutables, que el mundo va a cambiar de base y que los nada de hoy todo han de ser. Se trata de que de una vez por todas el presente y el futuro de Cantabria sea internacional, como el Festival de Santander, las pantortillas de Reinosa, Aquí Confidencial y Quique Estebaranz, un cisma ideológico al que también se apuntan en Podemos Cantabria, empeñados en convertir a Toni Cantó en un estadista y al Parlamento de la Comunidad Autónoma en el faro del advenimiento del cambio de hegemonías. De los intereses de los ciudadanos que votaron que hablen Pablo y Echenique, parecen pensar; aquí estamos para juzgar a Attila Mellanchini. Madre mía que peliculón Novecento, madre mía. ¿Los ganaderos? ¿La industria? ¿El paro juvenil? Como la OTAN; de entrada, no.

En el hemiciclo debutó Íñigo de la Serna, tomando su escaño con el estilo de Maradona cuando regresó a Argentina a dirigir la selección. Al alcalde, el único alcalde, también le duele la espalda. Escribió Galeano que el diez cargaba con el peso de su personaje y de todo un país; De la Serna porta el de las libertades, el de la ciencia, el de la sofisticación política… Cuando éramos reyes. No se fíen, es jodido ser De la Serna y esperar un Hilton en Pombo, un rascacielos sobre las vías del tren, una senda costera, millones de viviendas en La Remonta y perder la FEMP. Al fin y al cabo la vida es un anillo cultural para gobernarlos a todos, para encontrarlos, para atraerlos y atarlos a las tinieblas. Ana Patricia proveerá. Yo confío.

Tras el primer día, la ciudadanía puede deducir que los populares van a recibir hasta desde su propio partido. Será en una proporción de cuatro a uno que a los antiguos recordará a ese instante mágico de la noche santanderina de los 90 en el que se te caía una cerveza encima de Vanessa en el Cambalache. ¿La diferencia? No habrá zapas de muelles, spyders ni chándals blancos. No es nada personal, sino alta política, esa que ejerce Revilla, quizá el único que no ha convertido el Parlamento en una campaña electoral encubierta (en esta ocasión no nos van a “oir”). El líder supremo tiene otras preocupaciones más mundanas: el Racing, el Puerto de Laredo, la vendimia en la Ribera del Duero...

“Nunca se les volvió a dar a tipos como nosotros el control de algo tan valioso”, recitaba Ace Rothstein en Casino. A Martin Scorsese le sucedió lo que a Oliver Stone: nos infravaloró como pueblo.

“Despierta de una vez. Si no estás dentro, estás fuera. Hablo de ser muy rico, tan rico que tengas tu propio reactor”.

Tu propio reactor o internacionalizar Sodercan. Lástima que ni Gordon Gekko, ni Oliver Stone fueran conscientes durante esos locos años 80 del poder omnipotente que alcanzaría la empresa pública cántabra. Hoy, en cambio, Sodercan vuelve a correr delante de los grises con banda sonora de Jacques Brel; ya se sabe que los caminos del capitalismo son inescrutables, que el mundo va a cambiar de base y que los nada de hoy todo han de ser. Se trata de que de una vez por todas el presente y el futuro de Cantabria sea internacional, como el Festival de Santander, las pantortillas de Reinosa, Aquí Confidencial y Quique Estebaranz, un cisma ideológico al que también se apuntan en Podemos Cantabria, empeñados en convertir a Toni Cantó en un estadista y al Parlamento de la Comunidad Autónoma en el faro del advenimiento del cambio de hegemonías. De los intereses de los ciudadanos que votaron que hablen Pablo y Echenique, parecen pensar; aquí estamos para juzgar a Attila Mellanchini. Madre mía que peliculón Novecento, madre mía. ¿Los ganaderos? ¿La industria? ¿El paro juvenil? Como la OTAN; de entrada, no.