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Paseo invernal por la machina
Desde las casas del paseo de Pereda cruzamos a la machina, una aventura de veinte o treinta metros que, con viento favorable, puede completarse en menos de 15 minutos.
El primer paso de peatones está regulado por un semáforo estándar, no hay que hacer más que esperar que decrete el turno de los caminantes. El semáforo del segundo paso tiene un letrero luminoso que dice: «peatón pulse». Los peatones somos gente bien mandada, así que pulsamos el botón indicado. El botón sirve para apagar ese letrero y encender otro que dice: «espere verde».
Los peatones tenemos una educación vial que en los últimos siglos se transmite con la leche materna, y esperamos verde igual que en el semáforo anterior, obedientes, del mismo modo que en casa consumimos disciplinadamente el yogur antes de ver el fondo del envase.
Siempre estuve intrigado por el requerimiento de pulsar el botón para hacer lo mismo que en los demás semáforos, esperar la luz verde. He llegado a la conclusión de que hacernos partícipes activos del funcionamiento de los semáforos es una idea brillante de autoridades responsables para que los ciudadanos cobremos conciencia de que tomamos decisiones trascendentes sobre nuestra vida: no estamos a merced de los caprichos de los dioses, de los algoritmos, o de las propias autoridades. Son nuestras propias decisiones las que nos hacen avanzar.
Salvada la calzada, queda otro peligro: el carril de las bicis, que no tiene semáforo. Hay que acordarse de poner cuidado en dos sentidos: el carril es una incorporación reciente, no venía con la leche materna.
Años atrás, lo siguiente que aparecía en el camino hacia el borde de la bahía eran las vías del tren. Hoy quedan vestigios en el espigón; entonces recorrían toda la machina hasta las estaciones y, en fin, vía la red nacional, hasta Cádiz. Hay fotos en las webs dedicadas al recuerdo con operarios de pie en la parte delantera de la máquina, para espantar a los viandantes despistados candidatos a atropellados. Luego el convoy quedaba detenido en cualquier parte del muelle, y para llegar al agua había que rodearlo o subir a los vagones y bajar por el lado opuesto.
Pero hoy el carril bici es el último obstáculo. Ya estamos en la machina, a la altura del monumento a Hierro y a los raqueros. Yendo hacia el oeste y pasado el Palacete, parte del muelle de Maura está vallado porque los pilotes que lo sostienen han sobrevivido a su duración garantizada y ahora no se considera prudente caminar sobre él. En consecuencia la anchura se reduce, y volvemos a encontrar el carril bici en un tramo dividido equitativamente entre peatones y ciclistas. La mitad para cada tipo de paseante: dos metros para 200 ciclistas y otros dos para 20.000 peatones.
Pero merece la pena pasear por la machina incluso hoy, cuando el grajo vuela bajo. Todo el mundo se para a retratar a las gaviotas. Muchos con teléfono, pero también con máquinas de fotos. Los teléfonos han tenido un efecto curioso en los hábitos de consumo: poca gente sigue usando reloj de pulsera. Podría haber disminuido mucho también el número de máquinas de fotos, porque los 'esmarfons' incluyen una, de calidad muy respetable, pero ha pasado exactamente lo contrario: la fotografía se ha convertido en una afición muy extendida y se venden más máquinas de fotos que nunca.
Las gaviotas, por su lado, deben encontrar el tiempo demasiado frío para bañarse y se divierten observando con mucho interés a los humanos transeúntes. Creo que están intentando averiguar por qué desde hace un tiempo nos tapamos la mitad de la cara con un trapo.
Todos los días del año hay gaviotas, pero no es tan frecuente encontrar vuelvepiedras, que inspeccionan con atención el suelo por si aparecen piezas comestibles. Y el cormorán que vemos hoy es bastante mayor que los habituales; llega volando rasante al muelle de Calderón y lo recorre entero hasta el Marítimo, con gracia y seguridad en sí mismo envidiables.
Pero las gaviotas, los vuelvepiedras y los cormoranes llegan volando y se van del mismo modo. Nosotros volvemos andando por donde vinimos, en orden inverso: carril bici, paso con semáforo modelo peatón pulse y paso con semáforo corriente. Hemos estirado las piernas y la vista; con suerte hemos recogido algo de vitamina D, tan buena para el sistema inmune. Mañana volveremos: nos gusta la machina.
Desde las casas del paseo de Pereda cruzamos a la machina, una aventura de veinte o treinta metros que, con viento favorable, puede completarse en menos de 15 minutos.
El primer paso de peatones está regulado por un semáforo estándar, no hay que hacer más que esperar que decrete el turno de los caminantes. El semáforo del segundo paso tiene un letrero luminoso que dice: «peatón pulse». Los peatones somos gente bien mandada, así que pulsamos el botón indicado. El botón sirve para apagar ese letrero y encender otro que dice: «espere verde».