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Patata adonis

Un amigo sobradamente cualificado (es psicólogo, enfermero y sexólogo) tiene una teoría sobre la evolución del atractivo en las personas. El atractivo es ese no sé qué que hace que unas personas nos atraigan, otras nos resulten indiferentes y algunas nos generen rechazo. La belleza cuenta, claro, pero no sólo. Cuántas guapas y guapos insípidos a nuestros ojos hay por el mundo. Y menos mal. Mi amigo, para simplificar, divide a las personas en dos grupos: los patata y los adonis.

Estas categorías no son inmutables. A veces un patata en la juventud acaba siendo un adonis en la vida adulta. Este segmento de la población podría definirse como los patata-adonis. Son los mejores porque el que ha sido patata lleva mucho mejor ese ascenso a los cielos de los adonis y porque esa evolución suele estar asociada a cualidades no físicas, a una maduración que llega con los años, que es fruto de lo que se hace con la vida que se vive, con las decisiones que se toman y con la experiencia. Los adonis-adonis suelen tenerlo todo pero están tan convencidos de su atractivo que se esfuerzan menos y, además, de tan perfectos que son acaban perdiendo algunos puntos porque los que no nacimos adonis siempre los tenemos un poco de envidia. Los patata-patata tienen cierto aire resignado pero algunos se olvidan tanto de querer ser adonis que, precisamente por eso, acaban siendo irresistibles. Pero la peor parte es para los adonis-patata, porque qué duro es haber sido adonis y acabar siendo patata, los adonis-patata arrastran la decadencia del aristócrata venido a menos, confían en la inercia e intentan disimular pero sin mucho éxito, como el calvo que intenta cubrirse la cabeza dejándose largo el poco pelo que le queda y acaba pareciendo, así, doblemente calvo.

A veces una persona cambia de categoría sin que nada esencial en esa persona haya cambiado porque lo que se han modificado han sido las preferencias del que mira. Por eso donde a veces veíamos una patata ahora vemos a un adonis y también al revés. Todos somos patatas o adonis a los ojos de alguien, incluso somos adonis o patatas ante nuestros propios ojos. Yo hay días que me levanto patata y acabo siendo adonis y días en los que me acuesto adonis y me levanto patata y semanas en las que soy patata-patata todo el tiempo.

Y luego, claro, puede ocurrir que nos sintamos adonis o patatas en función de qué personas tengamos al lado, porque hay personas que cuando nos acompañan logran sacar lo mejor de nosotros, nos hacen ver nuestras mejores cualidades y nos convierten en adonis si están a nuestra vera. Otras personas, en cambio, consiguen mostrarnos una y otra vez lo peor, como un mal espejo, y a su lado, irremediablemente, nos vamos convirtiendo en patatas poco a poco.

Un amigo sobradamente cualificado (es psicólogo, enfermero y sexólogo) tiene una teoría sobre la evolución del atractivo en las personas. El atractivo es ese no sé qué que hace que unas personas nos atraigan, otras nos resulten indiferentes y algunas nos generen rechazo. La belleza cuenta, claro, pero no sólo. Cuántas guapas y guapos insípidos a nuestros ojos hay por el mundo. Y menos mal. Mi amigo, para simplificar, divide a las personas en dos grupos: los patata y los adonis.

Estas categorías no son inmutables. A veces un patata en la juventud acaba siendo un adonis en la vida adulta. Este segmento de la población podría definirse como los patata-adonis. Son los mejores porque el que ha sido patata lleva mucho mejor ese ascenso a los cielos de los adonis y porque esa evolución suele estar asociada a cualidades no físicas, a una maduración que llega con los años, que es fruto de lo que se hace con la vida que se vive, con las decisiones que se toman y con la experiencia. Los adonis-adonis suelen tenerlo todo pero están tan convencidos de su atractivo que se esfuerzan menos y, además, de tan perfectos que son acaban perdiendo algunos puntos porque los que no nacimos adonis siempre los tenemos un poco de envidia. Los patata-patata tienen cierto aire resignado pero algunos se olvidan tanto de querer ser adonis que, precisamente por eso, acaban siendo irresistibles. Pero la peor parte es para los adonis-patata, porque qué duro es haber sido adonis y acabar siendo patata, los adonis-patata arrastran la decadencia del aristócrata venido a menos, confían en la inercia e intentan disimular pero sin mucho éxito, como el calvo que intenta cubrirse la cabeza dejándose largo el poco pelo que le queda y acaba pareciendo, así, doblemente calvo.