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La pequeñez del poder. Eso es todo

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Un acta de diputado y un micrófono. Eso es todo. Y el poder de legislar y el poder de des-legislar. Eso es todo. Y un jefe de prensa y un fotógrafo que te retrate en las acciones más nimias. Eso es todo. Y el definitivo destino manifiesto de perpetuarte en el poder, de copar junto a gente como tú la mayor cantidad de puestos posibles, de amarrar los negocios y los privilegios de los tuyos. Eso es todo. O no… 

Desde hace mucho tiempo también quieres que el relato sea el tuyo. Sólo el tuyo, claro está. Para que tu relato sea todo. Pero no, no es todo. Aprendiste de tus mayores que el poder corresponde a tu estirpe, a los que visten, hablan, se rozan, se rascan, procrean y van a los mismos templos —y restaurantes— que tú. Todo es o debería parecerse a vosotros. Lo otro, los otros, son, somos, desviaciones temporales, despistes históricos, momentos de furia protagonizados por una chusma manipulada ideológicamente. Que todos sabemos que los nadie son manipulados por esas gentes perversas que pretenden reescribir la historia bajo la disculpa de los derechos humanos y otras zarandajas.

Tú tienes un acta de diputado y un micrófono. Y tienes el poder de legislar y de des-legislar. Tienes todo controlado. Puedes (de)volver la historia a su punto inicial. Cuéntanos tu verdad: este país, esta provincia, estaba descarriada. Y los tuyos encabezaron una cruzada —una más— para salvarnos del mal y para extirpar el gen rojo de nuestros cuerpos que tiritaban de frío allí en la fría cárcel sin muros de Caballerizas o en los terribles pasillos de Corbán o de Tabacalera —por recordar algunos de los lugares en los que nos reeducaste o en los que morimos —que en materia de cruzadas no hay términos medios—. Eso fue todo. Y funcionó. Desde entonces —y entonces es todo—, los tuyos, los familiares de los tuyos, los amigos de los tuyos, tú, habéis tenido el poder real y el simbólico. 

En los últimos años, con la confianza de tener todo, os despistasteis un poquito. Y se escribió algún libro indisciplinado y se produjo alguna película desvergonzada y se osó a tratar de reconstruir la historia de aquellas y de aquellos que fueron extirpados de la historia pública de este país, de esta provincia. Extirpados como el gen rojo. Extirpados como todo lo que molestaba. ¡Que vano intento!

Nosotras tenemos memoria histórica sin necesidad de las leyes que derogáis. Nosotras arañamos la tierra con las uñas de la dignidad y de la justicia en busca de los huesos de los extirpados. Nosotras ponemos nombre a todas las personas des-nombradas en vuestras sentencias ilegales.

Antes, los tuyos habían cambiado los nombres de las calles. Habían levantado monumentos a las tropas extranjeras que les ayudaron en la cruzada. Habían plantado bustos de insignes hombres —siempre hombres— que (re)(de)construyeron el país devastado por la furia roja. Habían sembrado de yugos y flechas caminos, fachadas, corazones, sentencias a perpetuidad. Eso es todo. Ahí siguen la mayoría. Una trabajo bien hecho.

El problema es que este pueblo —el de este país, el de esta provincia— es tan ácrata y rebelde como El Quijote, como el gen rebelde que ha impedido muchas veces que los tuyos, que tú —con tu acta de diputado y con tu micrófono y con tu poder de legislar y de des-legislar—, os salgáis con la vuestra. A veces la vuestra no es todo. Siempre guardamos la memoria de lo que hemos llegado a ser y de lo que vosotros seguís siendo.

Por eso, nosotras tenemos memoria histórica sin necesidad de las leyes que derogáis. Nosotras arañamos la tierra con las uñas de la dignidad y de la justicia en busca de los huesos de los extirpados. Nosotras ponemos nombre a todas las personas des-nombradas en vuestras sentencias ilegales. Nosotras sabemos que un régimen que surge de un golpe de estado no es legítimo y que pasar página de 40 años de dictadura sin hacer memoria es como poner a un bebé al volante de un autobús cargado de viajeros dormidos. Nosotras soplamos para levantar la densa y tóxica niebla de vuestros decretos. Nosotras jamás nos confundimos cuando de la boca de los tuyos, de tu boca, salen palabras mancilladas: libertad, democracia, institucionalidad, justicia, futuro…

Un acta de diputado y un micrófono. Eso es todo. Y el poder de legislar y el poder de des-legislar. Eso es todo. Y un jefe de prensa y un fotógrafo que te retrate en las acciones más nimias. Eso es todo. No tienes nada más que eso. Y poder, claro está. Nosotras tenemos un arma mucho más poderosa y persistente: la memoria. Jamás podréis extirparla. 

Eso será todo cuando vuestra pequeñez sólo sea un mal recuerdo.

Un acta de diputado y un micrófono. Eso es todo. Y el poder de legislar y el poder de des-legislar. Eso es todo. Y un jefe de prensa y un fotógrafo que te retrate en las acciones más nimias. Eso es todo. Y el definitivo destino manifiesto de perpetuarte en el poder, de copar junto a gente como tú la mayor cantidad de puestos posibles, de amarrar los negocios y los privilegios de los tuyos. Eso es todo. O no… 

Desde hace mucho tiempo también quieres que el relato sea el tuyo. Sólo el tuyo, claro está. Para que tu relato sea todo. Pero no, no es todo. Aprendiste de tus mayores que el poder corresponde a tu estirpe, a los que visten, hablan, se rozan, se rascan, procrean y van a los mismos templos —y restaurantes— que tú. Todo es o debería parecerse a vosotros. Lo otro, los otros, son, somos, desviaciones temporales, despistes históricos, momentos de furia protagonizados por una chusma manipulada ideológicamente. Que todos sabemos que los nadie son manipulados por esas gentes perversas que pretenden reescribir la historia bajo la disculpa de los derechos humanos y otras zarandajas.