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Cuando el poder se queda con las pancartas
No hay límites. El secuestro de las palabras, los conceptos y las técnicas de comunicación no admiten límites en tiempos postmodernos en los que todos somos lo que no parecemos y parecemos casi todo lo que aspiramos a ser. Si Nestlé y McDonald's pueden hacer campañas de alimentación saludable, por qué no se iba a apuntar Íñigo de la Serna a la moda de la “política de pancarta”.
La pancarta, tradicional elemento de protesta de los nadie, hace tiempo que empezó a institucionalizarse. Cuando es para sacar pecho, va con logo, cuando es para sembrar tempestades o se trata de temas “universales”, entonces la pancarta oficial ya es “ciudadana”, aunque ambas sean pagadas del mismo presupuesto.
En Madrid, el Ayuntamiento de Carmena hace mucha política de pancarta con aquellos temas tan universales que no pueden afectar a su toma de decisiones cotidianas. El brindis al sol de “Refugees wellcome” o el “Contra las violencias machistas” colgaron del Palacio de Cibeles. Sin logo, por supuesto. No vimos en esas nobles paredes las pancartas pidiendo la libertad para los titiriteros (“freedom for titiriteros”) o denunciando la indignidad del acuerdo entre la UE y Turquía (algo así como “Fucking Deal”).
Las pancartas molan tanto que Cifuentes también utiliza la Puerta del Sol para airear sus trapos y pide la libertad de Leopoldo (un señor con mucha pasta que está preso en Venezuela y eso le ha permitido hacerse muy amigo de Felipe González… y de Cifuentes) a punta de pancarta(s). Eran dos, inmensas y no iban firmadas por nadie, aunque habían sido pagadas por todos.
Íñigo, el extertuliano siempre ministrable y ahora incomodado alcalde de Santander, no iba a ser menos. El balcón del Ayuntamiento de Santander luce una pancarta sin firma que exige que el MUPAC (ese desconocido tan deseado ahora) se quede en Santander. No hay logo que identifique a la pancarta que hemos pagado entre todas. Tampoco lo hay en los cartelitos que lucen algunos bares solidarios con Íñigo de la Serna y que motivaron a las asociaciones de vecinos de la ciudad (que hace tanto tiempo son algo así como asociaciones verticales) a posar con el alcalde en una foto reivindicando el MUPAC porque todo el mundo sabe que las asociaciones de vecinos de Santander no hay nada que aprecien más, después de las comilonas subvencionadas, que el arte rupestre paleolítico.
La pancarta consistorial anima, además, a firmar en Change.org en una cutre campaña activada por un tal “Gorgorito Martínez”, un ciudadano de pro que firma con pseudónimo, que cuenta con 12 amigos en Facebook y que tiene cuatro obsesiones: dos alabanzas (al PP y a las Carmelitas Samaritanas) y dos fobias (Podemos y todo lo que huela a feminista). Por la caspa que acumula, el tal Gorgorito (en caso de existir y si no trabaja en el Ayuntamiento) debe ser parte del arte rupestre a conservar en el MUPAC, esté donde esté su sede.
La campaña del alcalde no debe estar muy visible o no debe ser muy sexy porque en tres semanas apenas 635 personas han firmado la petición. O quizá lo que pasa es que estas broncas entre administraciones solo le interesan a los políticos-gallos que se enfrentan y a los medios que amplifican sus miserables cuitas.
De la Serna quizá ha iniciado un camino irrefrenable hacia la 'pancartitis'. El balcón consagrado hoy al MUPAC puede estar en el futuro destinado a promocionar los quesos de José María Lafuente, que tanta gloria artística van a aportar a la Smart City ya olvidada; o puede ser la sede alterna del Centro Botín cuando su infinito atraso sea achacado al empeño del alcalde de Solórzano por querer llevarse a su pueblo alguno de los azulejos blancos que pillan moho en su triste cubierta; o puede servir para colocar una pancarta para agradecer a Ciudadanos su papel de telonero permanente en un Ayuntamiento (y de un alcalde) que hace tiempo perdió el rumbo.
Me gustaría saber si la política de pancarta del alcalde está cobijada por las Leyes Mordaza. Al resto nos pueden multar o identificar o detener si se nos ocurre colgar una pancarta en el Ayuntamiento que diga, por ejemplo, “Amparo se queda”, o “No al catastrazo de Cueto”, o “Ni un sensor de Smart City más en la ciudad”. De la Serna tiene buen enchufe con su gran amigo el delegado del Gobierno porque ni la policía ha bajado la pancarta ni sabemos de multa alguna al político pancartero.
Esto de que los alcaldes del PP se comporten como perroflautas despista mucho. En breve, como Torrelavega vuelva a postularse como sede del MUPAC, veremos a De la Serna con sus huestes de las asociaciones de vecinos hacer una sentada en la sede del Gobierno regional. Y ese día… todo se habrá acabado.
No hay límites. El secuestro de las palabras, los conceptos y las técnicas de comunicación no admiten límites en tiempos postmodernos en los que todos somos lo que no parecemos y parecemos casi todo lo que aspiramos a ser. Si Nestlé y McDonald's pueden hacer campañas de alimentación saludable, por qué no se iba a apuntar Íñigo de la Serna a la moda de la “política de pancarta”.
La pancarta, tradicional elemento de protesta de los nadie, hace tiempo que empezó a institucionalizarse. Cuando es para sacar pecho, va con logo, cuando es para sembrar tempestades o se trata de temas “universales”, entonces la pancarta oficial ya es “ciudadana”, aunque ambas sean pagadas del mismo presupuesto.