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Las princesas de Cartago
En un tiempo en el que el músculo y el vozarrón siguen demasiado presentes en la vida cotidiana, dos mujeres inteligentes, enteras y valientes desafiaron a sendos hombres que pretendían hacerlas callar sin argumento alguno. Cuando muchos hombres nos achantamos ante el poder o no pocos periodistas escondemos la cabeza debajo del ala asustados por las consecuencias, la libanesa Rima Keriki y la diputada de UPyD Irene Lozano nos demuestran que el coraje no es una cuestión de testosterona, sino de valor y dignidad.
Las dos me hicieron pensar en Salambó, la princesa cartaginesa creada por la pluma de Gustave Flaubert que fue la única capaz de entrar en el campamento de los terribles mercenarios que asediaban la ciudad para recuperar el mítico zaimph, el velo sagrado resplandeciente, hilado con pedrerías, que representaba los rostros de los dioses.
Cartago estaba cercada en ese momento por los mismos hombres que la habían liberado de las legiones romanas, un imponente ejército de mercenarios que se levantaron en armas cuando los nobles y los ricos comerciantes de la ciudad se negaron a pagar el precio estipulado por el rescate. Solamente Salambó, la hija de Amílcar Barca, tuvo la fuerza necesaria para enfrentar la situación:
Rima Keriki es una periodista libanesa cuya entrevista a un clérigo islámico ha dado la vuelta al mundo después de que el individuo pretendiese hacerla callar manifestando que no tenía nivel para entrevistarle simplemente por su condición de mujer. Lejos de aceptar la humillación, Keriki advirtió al entrevistado que la conversación solamente seguiría adelante si ambas partes mostraban respeto mutuo. Como el religioso insistió en tratarla como si fuera una cabra, la periodista, sin inmutarse, decidió poner fin a la entrevista en una ejercicio de dignidad que para nosotros quisiéramos muchos machitos.
Mucho más cerca, la diputada de UpyD, Irene Lozano, interpelaba en el Congreso al Ministro de Defensa, Pedro Morenés, sobre el caso de la comandante Zaida Cantera y no por el tema del acoso sexual puesto que, afortunadamente, el culpable de tal indignidad ya fue juzgado y condenado, sino por las represalias que la valiente oficial sufrió después. Sin mostrar la más mínima empatía con la víctima -presente en esos momentos en el hemiciclo- el ministro no solo acusó a la diputada de intentar enriquecerse con la venta de su libro sobre el caso, sino que después, en un gesto engreído e intolerante, pretendió hacerla callar llevándose el dedo índice a los labios. Quizá la gran lección de esta sesión parlamentaria fue mostrar qué esperamos los ciudadanos de un buen diputado y qué nos parece inaceptable en un ministro.
Hay algo de inquietante equivalencia entre los gestos del clérigo radical y del ministro maleducado, la humillante pretensión de hacer callar al oponente, la abominación de negarle la palabra al que está en frente. Pero en los dos casos, las mujeres combatieron con dignidad y con valor, la intolerancia de sendos hombres maleducados y arrogantes.
Seguro que no todos los nobles cartagineses eran tan cobardes como para esconderse detrás de Salambó, ni todos los militares españoles simpatizan con los miserables que le hicieron la vida imposible a la comandante. Es más, me consta que muchos de ellos lo deploran y no pocos le plantarían un buen puñetazo en los morros a esos canallas o, en otros términos más románticos, les cruzarían la cara con un guante.
Por último, pero no menos importante, Rima Keriki ofreció también una valiosa lección de Periodismo: no permitió que un entrevistado se saliera por la tangente. Estamos tan habituados a que el entrevistador pregunte sobre un tema y el entrevistado conteste sobre lo que le da la santísima gana que, por una vez, comprobar que el periodista no permite que le tomen el pelo es casi como sentir que no nos están tomando el pelo a los demás.
En un tiempo en el que el músculo y el vozarrón siguen demasiado presentes en la vida cotidiana, dos mujeres inteligentes, enteras y valientes desafiaron a sendos hombres que pretendían hacerlas callar sin argumento alguno. Cuando muchos hombres nos achantamos ante el poder o no pocos periodistas escondemos la cabeza debajo del ala asustados por las consecuencias, la libanesa Rima Keriki y la diputada de UPyD Irene Lozano nos demuestran que el coraje no es una cuestión de testosterona, sino de valor y dignidad.
Las dos me hicieron pensar en Salambó, la princesa cartaginesa creada por la pluma de Gustave Flaubert que fue la única capaz de entrar en el campamento de los terribles mercenarios que asediaban la ciudad para recuperar el mítico zaimph, el velo sagrado resplandeciente, hilado con pedrerías, que representaba los rostros de los dioses.